Reflexionando sobre el Evangelio Mc 1,29-39.
Todos andamos buscando a Cristo ¿Dónde está?
El Evangelio de hoy domingo podría parecernos que no tiene nada especialmente relevante. Cristo cura a la suegra de Pedro y continúa curando y echando demonios. ¿Pasa algo más? Sí. Sucede algo que nos puede ayudar en los momentos que vivimos. Después de curar durante todo un día, a la mañana siguiente, Cristo se levanta temprano y fue a un lugar desierto para orar. Pedro y los otros Apóstoles, salen a buscarlo cuando se dan cuenta que ha desaparecido. Cuando lo encuentran, le dice que todo lo andan buscando. ¿Qué hizo Cristo? Decirles que debían seguir el camino. Pensemos en cómo nos sentimos actualmente en la sociedad y en la Iglesia. Nada parece ir como esperábamos. ¿Dónde está Cristo? Todas las ideologías se lanzan a buscar algo que les permita seguir donde están. Pero Cristo no vuelve, sigue su camino.
Para que lográramos esta Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos (Mt 6,8)...
¿Sabe Él lo que nos es necesario antes de que se lo pidamos? Entonces, ¿por qué nos exhorta a la oración continua? (Lc 18,1) Esto nos podría resultar extraño si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él, ciertamente, no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso nos dice: «… abriros; no os unáis al mismo yugo con los infieles» (2C 6, 13). Se trata de un don realmente inmenso...: cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo. Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. (San Agustín. Carta a Proba sobre la oración 8-9; CSEL 44,56s)
Cristo oró y siguió su camino. ¿Qué pasó con todos los que estaban buscándolo? Tenían dos alternativas, quedarse en una búsqueda constante o caminar tras de Él. ¿Dónde buscamos a Cristo actualmente? No creo que la oración sea uno de esos espacios en que sigamos sus pasos. Preferimos hacer miles de cosas, seguir a cientos de segundos salvadores e ídolos muertos. Seguir a Cristo requiere dejar estos engaños a un lado y buscar las huellas de las sandalias del Señor. Es sencillo señalar muchos de los caminos que la sociedad nos ofrece como alternativa. Lo complicado es dejar de señalar y simplemente echar a andar tras del Señor. Lo fácil es crear, recrear, restaurar o reedificar las Torres de Babel del pasado y del futuro. Lo complicado es orar humildemente y andar tras del Señor. Las Palabras de Cristo son de vida eterna. No las debemos sustituir por estructuras y convenciones humanas.
Los dones que nos ofrece el Señor son inmensos, pero nuestra capacidad de recibirlos es casi casi nula. La Gracia es lo que hace posible lo que es imposible por nosotros mismos. ¿Cómo vamos a abrir el corazón a la Gracia sin dejar a un lado las Torres de Babel que nos rodean? Les pongo un símil: Es como quien quiere coger un regalo, pero tiene sus manos llenas de piedras. Para coger el regalo, tendrá que soltar las piedras para que sus manos estén vacías. Por desgracia, tanto en la Iglesia como en la sociedad, cargamos con tantas ideologías, que es imposible recibir la esperanza que fluye desde Dios.
Parece que Cristo ha desaparecido. No tengamos miedo ni nos enfrentemos unos contra otros. Simplemente, oremos y sigamos los pasos de Cristo. Dejemos en tierra todo lo que nos impide llenarnos de Esperanza, Fe y Caridad.