Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Guerra a la televisión

por Familia en construcción

Tengo que reconocer que, a pesar de que cada vez padezco una menor tolerancia al desorden, me fascina ese rato en que, mientras preparo una tortilla de patatas para la comida o pongo una lavadora, siento una omnipresencia capaz de ocupar toda la casa sin hacer prácticamente ruido: mis hijos jugando y desmoronándolo todo. Mis dos hijas mayores son capaces de tirarse hooooras de una habitación a la otra imaginando mil historias, situaciones, viajes... Entre sus muñecas, sus maletas y sus vestidos, pueden diseñar un mundo de fantasía más maravilloso que el de la Alicia de Lewis Carroll. Eso sí, a costa de convertir el suelo de la habitación en una alfombra de ropa, mochilas, sábanas o lo que sea necesario para hacer ambiente. Cualquier objeto cotidiano es suficiente para convertir su dormitorio en un tren, una playa o un aula del colegio. Pero claro, es necesario armar la de San Quintín para conseguir la escenografía adecuada...

Por eso, hay veces en las que, por muy fascinante que sea ese momento..., es necesario optar por otros planes más lineales, cuya consecuencia inevitable no sea media hora de volver a colocar todo en su sitio. La opción más tentadora, para qué negarlo, es la tele: basta con encenderla para lograr, casi en cuestión de segundos, transformar el jaleo, los juegos, las carreras por la casa... en el más absoluto de los silencios de una forma casi mágica. Súbitamente se apaga el caos y los niños se quedan inmóviles ante la televisión, absortos, atónitos, incapaces de apartar la mirada de ese aparato que es capaz de robarle la inquietud al crío más activo.

Así pues, en casa, las mañanas de domingo, acostumbramos a encontrarnos con esa disyuntiva: dejar que jueguen de aquella manera tan idílica pero, a veces, irritante... o ponerles la tele un ratito inofensivo y mantenerlos quietecitos en el sofá para que no desordenen la casa que, la noche anterior, quedó impecable. Pues bien, aunque a menudo es difícil optar por la primera opción, yo he decidido declararle la guerra a la televisión por varias razones:

1. Anula su capacidad de pensar. ¿Por qué darle a un niño un universo paralelo ya creado, imaginado por otros en su lugar, si puede hacerlo por sí mismo? La tele les quita a nuestros hijos la capacidad de imaginar, porque sustituye esa capacidad.

2. Delante de la tele no se cansan. Aunque parezca que ese rato están entretenidos, las energías que tenían que haber quemado las han estado acumulando, por lo que cuando apaguemos la televisión estarán más irritables y más nerviosos porque su cerebro ha estado recibiendo estímulos mientras ellos estaban inactivos.

3. De la misma manera, eso hace que duerman peor. De hecho, la mayoría de los pediatras recomiendan que los niños no vean la televisión antes de acostarse, pues la tv les excita y les costará más irse a la cama y conciliar el sueño.

4. La tv es adictiva: cuanto más se la ponemos, más necesidad tienen de verla. Llega un momento en que asumen la tele como una necesidad, se vuelven incapaces de entretenerse solos. Además, es más fácil negarles la tele una sola vez antes de ponerla que apagarla una vez que la hemos encendido, porque los niños asumen mejor la primera opción que la segunda. Pero también es adictiva para nosotros: cuando descubrimos lo calladitos que están delante de este objeto, es una tentación muy recurrente la de encenderla a la primera que surge la oportunidad. Pero también será mucho más fácil no ponerla si tanto mayores como niños nos acostumbramos a no considerarla una opción como norma general.

5. Las alternativas, aunque sean más incómodas o menos prácticas, son mucho más educativas y saludables. Es mejor, antes de ir a la cama, sacar un montón de cuentos -que luego, obviamente, tendrán que recoger-, que tenerlos atontados delante de la tele. Un cuento leído con los hermanos, con los padres, en un rato de tranquilidad antes de acostarse, les aporta mucho más que unos dibujos, y también el hecho de tener que recogerlo cuando hayan acabado.

Eso tampoco significa no ver nunca la televisión o regalársela a un vecino porque ya no vamos a usarla más. Significa, simplemente y como en todo, hacer las cosas con medida, sin pasarnos. Que la tele sea una actividad esporádica para un día de ´emergencia´ en que tenemos que preparar maletas o de fin de semana para ver una peli en familia, es mucho más saludable -tanto a nivel personal como familiar-, que tenerla encendida por sistema cada vez que queremos calma y orden a nuestro alrededor.

PD: puestos a elegir ver la tele, a mí me encantan las películas ´antiguas´, como Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, Sonrisas y lágrimas... los niños se quedan embobados con ellas, la velocidad de las imágenes es considerablemente inferior y la estética, por lo general, es mucho más agradable que la de dibujos modernos como Dora la exploradora...
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