Familias numerosas: "el amor se multiplica" también en los hermanos
Lo mismo para en el resto de situaciones del día y de la vida de los hijos. Cuando nació mi hija mayor, su padre y yo la mirábamos, nos emocionamos cuando se mantuvo sentada por primera vez, le aplaudimos cuando tomó su primera cucharada de papilla de frutas, le cantábamos alguna canción de cuna al acostarla o cuando estaba nerviosa, sufrimos cuando vimos como le ponían su primera vacuna...
En cambio, Catalina, no solo tiene unos padres que la observan -unas veces con más calma, otras más apremiados por el resto de obligaciones-. Catalina tiene, además, unos hermanos que se alegran cuando ven que su hermana ha aprendido a incorporarse sola, que se ha comido una galleta por primera vez o que está intentando empezar a gatear. Cuando Catalina llora, ellos corren a ponerle el chupete. Cuando Catalina está cansada, ellos le cantan para ver si se duerme. Cuando Catalina se ríe porque uno le hace cosquillas, todos quieren hacerle cosquillas para verla de nuevo sonreír. Cuando Catalina se despierta temprano por la mañana un domingo, sus hermanos encienden la luz de la habitación y la entretienen hasta que uno de sus padres consigue ponerse en pie...
No quiero decir con ello, tampoco, que los niños que no tienen muchos hermanos sean más infelices o estén más solos o tengan menos afecto. En absoluto. Sino que en cada familia -independientemente de los miembros que tenga- el amor se reparte, se multiplica, de una manera natural.
Hace unos años, una amiga me escribía un whatsapp que me llegó al alma: "es posible que, alguna vez, echara en falta más tiempo o atención por parte de mi madre, dado que éramos muchos en casa; pero lo que sí es seguro es que no cambiaría un solo minuto más de la atención de mi madre por ninguno de mis ocho hermanos".