Paternidad responsable
Los métodos naturales son un don de la Iglesia para ejercer aquello que llamamos ´paternidad responsable´. Sin embargo, pueden llegar a ser también, en la sociedad consumista y caprichosa de hoy, un peligro para muchos matrimonios cristianos.
El término de ´paternidad responsable´ puede resultar un tanto ambiguo, no por negligencia de la Iglesia, sino precisamente porque se trata de un tema que queda estrictamente ceñido al ámbito de la conciencia, de la relación entre ese matrimonio y Dios. No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda entrometerse, juzgar u opinar sobre la legitimidad de una pareja al hacer o no uso de los métodos naturales. Sólo ellos dos, en justicia y en conciencia.
Sin embargo, creo que algunos planteamientos doctrinales (y también, por qué no, algunas opiniones personales) pueden ayudar mucho a la hora de tomar una decisión de tan grave importancia y que nos afecta el resto de nuestras vidas.
Vaya por delante que creo, como todos los católicos y muchos no católicos, que la vida es el don más preciado de Dios, y el regalo más grande que puede hacer el Cielo a un matrimonio. "El don más excelente del matrimonio es una persona humana". (Instrucción Donum Vitae)
Pues bien, concretando para no extenderme, la clave de la doctrina de la Iglesia a este respecto está en el Catecismo (basado principalmente en la Gaudium te Spes y la Humanae Vitae):
Primero: "todo acto matrimonial en sí mismo debe quedar abierto a la transmisión de la vida". Es decir, que solo serán moralmente aceptables los conocidos como métodos naturales, a saber, la continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos. "Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación".
Pero el recurso a estos métodos no es libre e ilimitado, sino que debe someterse al juicio sincero y en conciencia de los esposos. "Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable". Más claro, agua. Y, por sí fuera poco, añade el Catecismo: “sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de transmitirla no se limita a este mundo solo y no se puede medir ni entender solo por él, sino que mira siempre al destino eterno de los hombres”. Es decir, que como cristianos, debemos tener cuidado de no caer en la frivolidad, de analizar justamente si realmente existe esa necesidad de posponer un nuevo nacimiento, mirándolo siempre, en la medida de lo posible, desde los ojos de la Providencia, y no de nuestras propias limitaciones.
Evidentemente, debemos medir nuestras fuerzas y las facultades que Dios nos ha dado, pero contando siempre, como cristianos que somos, con que nada de lo que hagamos en esta vida lo hacemos solo con nuestras propias fuerzas, sino que la gracia es nuestra arma más poderosa, y que, igual que Dios nos regala a cada hijo como un don inmenso, pero también como la más importante responsabilidad; nos envía juntó a él los medios necesarios para ser los mejores padres y educadores posibles, sea cual sea el número de los hijos que Dios nos haya querido regalar.
Termino con una cita de un santo del siglo XX (san Josemaría Escrivá) que considero la mejor y más certera visión de la alegría que supone renunciar a los bienes materiales por poder tener una familia numerosa: "los esposos deben edificar su convivencia (...) sobre la alegría de haber traído al mundo los hijos que Dios les haya dado la posibilidad de tener, sabiendo, si hace falta, renunciar a comodidades personales y poniendo fe en la providencia divina: formar una familia numerosa, si tal fuera la voluntad de Dios, es una garantía de felicidad y de eficacia, aunque otra cosa afirmen los fautores equivocados de un triste hedonismo". Es una apuesta, no sólo de futuro, sino también de presente; el mayor tesoro que se puede acumular en este mundo, no solo con la mirada puesta en el Cielo, sino también la mayor garantía de felicidad para cada uno de nuestros días de vida en la tierra.