Adviento: Sed santos porque Yo soy Santo. Benedicto XVI
Adviento: Sed santos porque Yo soy Santo. Benedicto XVI
En Adviento es necesario acercarnos a Esperanza de las promesas que Cristo ha realizado a todos. La santidad es el camino abierto hacia la salvación. “Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz”. (Col 1,2). Tenemos que dar gracias a Dios, como Pablo señala, porque participamos de esta herencia a través del bautismo.
La santidad es el camino que nos lleva hacia el Señor. Ser santo no es nacer como una estatua de mármol ni tampoco nacer superman. Ser santo es simplemente participar de la santidad de Dios uniéndonos a Su Voluntad. San Pablo agradece a Dios que participemos de la herencia de los santos, lo que indica que la santidad no es algo extraño o lejano a nosotros. Dios nos ha llamado a todos a ser santos: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lev 19,2) “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (Mt 4,48). Cristo nos elige para ser perfectos y santos, y por ello llama a nuestra puerta para entrar en nuestro corazón y transformarlo “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Ap 3, 20-21).
Cuando rezamos el rosario oramos a la Virgen diciendo “Ruega por nosotros Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo”. En la plegaria Eucarística, cuando el Señor está cercano a llamar a nuestro corazón por medio de la comunión, oramos diciendo: “Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”. Oramos al Señor para que llegue a nuestro corazón, llame y nos ayude a dar el sí que tanto desea.
Benedicto XVI. Intervención en el Ángelus de la solemnidad de Todos los Santos, 111-07, nos deja unas cuantas perlas llenas de esperanza sobre la santidad y el llamado que Cristo hace a nosotros:
“El cristiano, de hecho, ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente”.
“A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más, podríamos decir, de cada hombre!”
“Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados”
“…todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad”
“Dios les invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El Camino es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre si no por Él”
Cristo nos eligió para ser santos y por eso envió a su propio Hijo para señalar el camino que tenemos que transitar y hacernos saber que este camino sólo se anda con las fuerzas que la Gracia de Dios nos brinda. No es camino humano, sino un camino sagrado, ligado a los sacramentos:
En la Eucaristía contemplamos el Sacramento de esta síntesis viva de la ley: Cristo nos entrega en sí mismo la plena realización del amor a Dios y del amor a los hermanos. Nos comunica este amor suyo cuando nos alimentamos de su Cuerpo y de su Sangre. Entonces puede realizarse en nosotros lo que san Pablo escribe a los Tesalonicenses en la segunda lectura de hoy: “Abandonando los ídolos, os habéis convertido, para servir al Dios vivo y verdadero" (1 Ts 1, 9). Esta conversión es el principio del camino de santidad que el cristiano está llamado a realizar en su existencia. El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su verdad perfecta, que es progresivamente transformado. Por esta belleza y esta verdad está dispuesto a renunciar a todo, incluso a sí mismo. Le basta el amor de Dios, que experimenta en el servicio humilde y desinteresado al prójimo, especialmente a quienes no están en condiciones de corresponder. (Benedicto XVI. Homilía Jornada mundial de las misiones 2310-05)