Jueves, 21 de noviembre de 2024

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El pesebre, que es donde comen los animales

por La Columna del #CoronelPakez


Un servidor de ustedes no es teólogo, aunque le gustaría ser teólogo, quién sabe, todo se andará, a los jubilados –cuando me llegue la jubilación- les da por hacer cosas raras a veces, y por estudiar exquisiteces y melindres eruditos y tal. O sea, que no sé, porque nunca se sabe, igual me ven un día de teólogo y entonces sabré si lo que les voy a contar es idea de otro, de un teólogo –un suponer- o de un padre del desierto, de esos que hablaban con demonios y con monstruos de toda especie y que luego fueron citados por Juan Perucho como si no pasara nada, que sí que pasa, como es lógico y natural, porque no se habla con demonios impunemente si no lleva uno el ayuno y la oración muy a rajatabla y les guiña el ojo a los monstruos, que es, según el monje Altisent –un sabio-, lo que se tiene que hacer con todos los monstruos: guiñarles el ojo y decirles que se les conoce y, como mucho, echarles agua bendita o rezar un Avemaría, no fuese el caso de que se tratara de una pobre ánima purgante.

En fin, a lo que iba. ¿Han reparado ustedes en que Jesús nació en un pesebre? Por mejor decir: ¿han reparado ustedes en que Jesús fue depositado en un pesebre? Y me van a responder todos a una que sí, que vaya descubrimiento de usted, señor teólogo en potencia. Pues claro. Tienen ustedes razón: pues claro. Pero, añado, ¿han reparado ustedes en que un pesebre es el lugar donde comen los animales? Y añado más: ¿han reparado en que Jesús se nos entrega como comida en la Eucaristía? Jesús quiere ser comido, no hay mejor forma, no hay forma más sagrada, de estar dentro de alguien. O sea, que Jesús, que se hizo comida por nosotros en aquel primer Jueves Santo, ya lo prefiguró en aquel su primer día en esta tierra nuestra, que es suya. Es tan evidente que el niño Dios se puso en el lugar donde comen los animales, que me extraña que no se le haya ocurrido a nadie antes esta idea.

Jesús está en el pesebre prefigurando la Eucaristía. Para que le coman los animales, o sea, miren, no se escandalicen: los animales somos nosotros. ¿Quién no es un animal? No me sean hipócritas: somos unos animales y el que esté libre de animalada alguna que tire la primera piedra. Es muy tierno, oigan, el sentido del humor del buen Dios, que nos llama animales con todo cariño, pues lo somos. Y solo reconociendo que lo somos, reconoceremos que el programa de vida que nos propone el Hijo es tan inalcanzable para unos animales como nosotros que, sin la Gracia, es imposible del todo. Ah, pero, fíjense en la ternura: ahí, en el pesebre, maloliente y sucio, ha querido ser depositado Jesús. No voy a decir que ese pesebre es también nuestra alma, sucia tantas veces, porque creo que eso ya lo ha dicho algún teólogo o algún obispo escritor y como no recuerdo su nombre, no es caso que venga a plagiar la analogía, a estas alturas, y sin el título correspondiente –de teólogo, ya me entienden-.

Y no les digo más. Por mi parte, esta Navidad pensaré en el Niño Jesús y me imaginaré la Sagrada Forma y me diré que viene a ser todo lo mismo y me emocionaré. Y ahora recuerdo que alguien vió la imagen del Niño Jesús en una Sagrada Forma, y no sé si fue María Vallejo-Nágera. Y si no fue ella, pues le pega que fuese. Descansen, que voy a por tabaco, ya no les doy más la barrila.

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