Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Jesucristo no es ningún moñas

por Una Jarra de Barro

  En comunicación más importante que el contenido del mensaje es la interpretación que de él hace el receptor. Esto es sumamente significativo cuando se trata de hablar de Jesús y su doctrina.

Muchas veces cuando usamos palabras como amor, paz, perdón, poner la otra mejilla ... alguno puede pensar que Jesucristo es un tipo blandengue y meloso. A esa imagen ha contribuido también una generación o un estilo de sacerdotes que predican de forma afectada y amanerada, esos que con tanta gracia parodiaban los humoristas de Martes y Trece: “herb-batos, teng-gamos ffffé”. La imagen afectaría también como consecuencia al mismo concepto de Iglesia, que sería, o debería ser, un conjunto de amiguitos cariñosos que se cogen de la mano para cantar “lalalá, que bonito es el amor”

La personas que se han hecho esa imagen, como ocurre con algunos de mis alumnos, tienen un auténtico choque mental conforme van conociendo el Evangelio y la persona de Jesucristo y descubren en él expresiones y actitudes que en nada corresponden con el tipo moñas que se habían imaginado. Podemos recordar a Jesús cuando expulsa a los mercaderes del templo echando por tierra sus puestos y llamándoles ladrones; sus enfrentamientos con los fariseos, a los que no duda en llamar hipócritas, necios o raza de víboras o señalarles que las putas irán delante de ellos en el Reino de los cielos (doble ofensa a los que desprecian a los pecadores públicos y les gusta ocupar los primeros puestos), etc.

Pero si hay unas palabras que les resultan sumamente duras son las de Lucas 14, 26: Si alguno no odia a su padre, a su madre, a su mujer e hijos.... no puede ser mi discípulo y la de Mateo 10, 34-36: No penséis que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.

¿Cómo?, ¿Jesucristo el gran predicador de la paz, el amor y la fraternidad nos dice que odiemos a nuestros padres y que por él vendrán los enfrentamientos en la propia familia?. Ciertamente la conmoción es comprensible, no parecen las expresiones propias del Jesús de Nazaret que muchos se han formado. Naturalmente estas frases debemos explicarlas muy bien y en su contexto, pero ojo, sin que podamos restar por ello ni un ápice de su dureza. Hacerlo sería traicionar el mensaje.

Jesús ciertamente hace del amor su piedra angular: por amor se encarna, por amor se ofrece en sacrificio en la cruz. Pero ese amor no es una alienación de la realidad, todo lo contrario, por eso cuando debe ser compasivo y afectuoso lo es y cuando debe ser duro y amonestar con vehemencia, no se corta un pelo. Además es un amor “exigente”, no por que tengas que llevarlo con tus fuerzas, que no puedes, si no por que engloba todos los aspectos de tu vida y debe convertirse en lo primero para ti, incluso si es en oposición de tus seres queridos. Por eso, en el seguimiento de Jesús muchas veces habrá que tirar hacia adelante despreciando y apartando todo aquello que vaya en su contra, aunque sea de nuestros propios padres.

Para aclarar un poco esto, podemos ver un par de ejemplos sobre las vocaciones sacerdotales de dos conocidos míos (que incluso leen este blog, así que no daré nombres).

Uno de ellos procedía de una familia burguesa, el esfuerzo de sus padres fue siempre dirigido a darle un futuro con una brillante carrera que le asegurase un porvenir próspero. Ese proyecto incluía, como no, que encontrase una chica de buena posición y que les diese un par de nietos. Cuando estaba estudiando su primer año de facultad, con una de esas carreras con la que sus padres estaban encantados, vio claramente la llamada del Señor al sacerdocio y así se lo comunicó a sus progenitores. Estos montaron en cólera al ver como su hijo estaba dispuesto a “echar su vida por el retrete” y tras mucho discutir le arrancaron la promesa de que acabase la carrera y que después podría “meterse a cura si quisiera”. Y efectivamente así lo hizo. No solo acabó la carrera si no que lo hizo con un expediente brillantísimo y después siguió su propia vocación. Hoy en día es un magnífico sacerdote, de esos que combina su gran valía intelectual con la humildad (combinación difícil de encontrar) y tras muchos años sus padres se lo siguen recriminando y siempre que tienen ocasión comentan a sus conocidos y a cualquier persona que su hijo ha arruinado su vida por culpa de una lavado de cerebro que le hicieron en la parroquia, que iba para ingeniero de éxito y se ha convertido en un cura de chicha y nabo.

Otro sacerdote procedía de una familia muy izquierdista. Sus padres eran comunistas radicales y muy anticlericales. Probablemente de haber vivido unas décadas antes hubieran participado en la persecución religiosa quemando conventos. Milagrosamente, y por una serie de circunstancias rocambolescas, su hijo se hizo cristiano “clandestinamente” y después tomó la decisión de ser sacerdote. En cuanto se lo comunicó a sus padres, estos, que no podían dar crédito, decidieron echarlo de casa y prohibirle que volviera a tener contacto con ellos siempre que no abandonase la idea y así lo tuvo que hacer. Tras años transcurridos la situación ha ido relajándose pero muy poco. Hoy en día, aunque no volvió a vivir en su casa paterna, lo han ido aceptando a regañadientes pero no mucho más.

Los sacerdotes de estos ejemplos tuvieron que odiar no a sus padres en sí, pero sí al proyecto que ellos tenían puesto que no les permitía ser “discípulos de Jesús”. Otras veces sin necesidad de llegar a un choque frontal, si que los padres inculcan mensajes tipo “lo importante en esta vida es el estudio”, “primero es la obligación y luego la devoción”, “¿ahora que tenéis la parejita no pensaréis tener más hijos verdad?”... todos ellos con “buena intención” pero que sutilmente van en contradicción al proyecto de Dios sobre cada uno. Y en ocasiones, sin llegar a extremos, sí se producen enfrentamientos en el seno de una familia por culpa de la vida de Fe ante cuestiones de educación, moral sexual, participación en los sacramentos...

Volviendo a las palabras de Jesús, es evidente que predica la paz, pero no como esa calma chicha o aspiración burguesa a la ausencia de problemas que parece más una paz de “pacer” de las vacas. Jesús afirma “la paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo” (Jn 14, 27) ya que esa paz es el anuncio de la persecución, por lo que estar en paz supone no la ausencia de problemas, si no la falta de temor y la confianza en la victoria sobre la muerte, por eso el saludo de Jesús, “La paz con vosotros” se produce justo cuando se aparece resucitado a sus apóstoles.

De esa manera, los que forman la Iglesia se aman como hermanos. Pero ese amor no proviene del amiguismo o de las afinidades personales, si no de saberse hijos amados de un mismo Padre que ha tenido misericordia de cada uno y poder por tanto perdonar al otro, reconociendo que su debilidad  es la misma que la mía.

Los que tenemos la bendición de vivir la Fe en una comunidad o grupo de oración vemos esto más patente. Es cierto que en la Iglesia se forman grandes amistades, pero es una consecuencia, no una premisa. En mi misma comunidad hay personas que por su carácter o gustos personales jamás hubiera elegido como amigos, pero a los que amo profundamente y doy gracias a Dios por ser testigo de la obra que va haciendo en cada uno y cuando me resultan incómodos también doy gracias por que me ayudan a ver mi propio orgullo y a ser más humilde.

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