La unidad es Cristo. San Juan Crisóstomo
La unidad es Cristo. San Juan Crisóstomo
La comunidad cristiana es un don de Dios, pero no siempre es así para nosotros. Nos es complicado vivir unidos nuestra fe, trabajando por el Reino de Dios sin fisuras. Pero esto no es un problema actual. Incluso en medio de los Apóstoles surgían roces y problemas constantemente. En los primeros tiempos del cristianismo también era así:
Allí donde hay caridad, el Hijo de Dios reina con su Padre y el Espíritu Santo. Él mismo lo ha dicho: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Amar es encontrarse unidos, es el carácter de una amistad tan fuerte como real.
Me diréis: ¿Es que hay gente tan miserable como para no desear tener a Cristo en medio de ellos? Sí, nosotros mismos, hijos míos; le echamos de entre nosotros cuando luchamos los unos contra los otros. Me diréis: ¿Qué dices? ¿No ves como estamos reunidos en Su Nombre, todos dentro las mismas paredes, en el recinto de la misma iglesia, atentos a la voz de nuestro pastor? No hay la más pequeña disensión en la unidad de nuestros cánticos y plegarias, escuchando juntos a nuestro pastor. ¿Dónde está la discordia?
Sé bien que estamos en el mismo aprisco y bajo el mismo pastor. Y no puedo llorar más amargamente... Porque si en este momento estáis pacíficos y tranquilos, al salir de la iglesia éste critica al otro; uno injuria públicamente a otro, uno se encuentra devorado por la envidia, los celos o la avaricia; el otro medita la venganza, otro la sensualidad, la duplicidad o el fraude. [...] Respetad, respetad pues, esta mesa santa de la cual comulgamos todos; respetad a Cristo inmolado por todos; respetad el sacrificio que se ofrece sobre este altar en medio de nosotros (San Juan Crisóstomo. Homilía 8 sobre la carta a los Romanos, 8)
La Iglesia es un organismo vivo, que necesita de la unidad para hacerse presente fuera de sí. No podríamos pensar en una persona en el que cada miembro u órgano actuara por su cuenta y lo hiciera diciendo representar a ¿Quién? ¿A sí mismo? ¿A los que vienen con él?
El pecado y la mano del enemigo siempre se han hecho presentes entre nosotros. Actualmente vemos que no somos capaces de evangelizar más allá de los intentos de unas personas individuales o pequeños grupos. Cada vez somos menos comunidad y más colectivos sociales.
Sin duda la Verdad, Belleza y Bondad quedan enturbiadas por este acción del mal entre nosotros. La Verdad se oscurece porque anteponemos nuestras realidades. La Belleza desaparece porque ya no creemos que exista. La bondad anda buscando sitio entre la desafectada solidaridad y la lejana tolerancia. Verdad, Belleza y Bondad se han transformado en realidades, estéticas y tolerancias. Hago referencia en plural, porque no somos capaces de definir una única realidad, ni una belleza universal y menos una tolerancia que dé igual valor a todo ser humano. Son los nuevos trascendentales del relativismo. Aunque más que trascendentales, sería mejor llamarlos “inmanentales”, debido a que no nos hablar de algo superior a nosotros, sino del se humano con todas las heridas que llevamos encima.
La comunidad no es un espacio espiritual en el que todos buscamos acercarnos a Dios, sino un espacio social, en el que buscamos sentirnos incluidos, para encontrarnos a nosotros mismos. Por eso los sacramentos van perdiendo su significado. Se han convertido en signos que difícilmente somos capaces de leer, comprender y vivir. Ya no está claro que nos reunamos en Nombre de Cristo, sino en nombre de la comunidad. Por eso Dios parece lejano y sin afecto directo sobre nosotros.