Ser un elegido... y morir sin saberlo.
Obviamente, esto que comentamos, no deja de ser una perogrullada. Todo mundo sabe de sobra que el talento natural, ya sea para escribir novelas, realizar ecuaciones matemáticas o componer sinfonías, requiere, además, un enorme esfuerzo, y, lo que es más importante, un entorno ambiental determinado.
Sin embargo, me llama la atención cómo algo que resulta tan evidente en el ámbito que podríamos llamar "secular", a veces no lo es tanto en la vida normal de los cristianos. Me explico: en los últimos meses el Señor me ha dado la oportunidad de tomar contacto con numerosos hermanos y de diferentes puntos de la geografía española. No voy a decir que constituya una sorpresa para mí, porque me ha pasado muchas otras veces ya, pero la verdad es que siempre me maravilla encontrar tanta gente hambrienta de Dios y, sobre todo… con tanto talento. Lo mejor del caso es que, además, suele tratarse de personas jóvenes que buscan un lugar, una identidad y una misión.
Esta es, digámoslo así, la parte buena de la realidad; la negativa, consiste en que muchas veces parecen no acabar encontrando "su sitio". Con frecuencia pienso que en España sucede a nivel espiritual, lo que también ocurre en el ámbito de la ciencia o la tecnología: es decir que investigadores muy dotados y con un futuro prometedor tienen que emigrar a otros países, porque el nuestro es incapaz de proporcionárselo. Corremos el riesgo de que la Iglesia acabe sucediendo lo mismo. Si un chico, o una chica buscan la manera práctica de vivir, y sobre todo crecer en su fe cristiana, es más que probable que, teniendo en cuenta la realidad global de nuestro país, no encuentren un lugar que les ofrezca la visión, la formación y el acompañamiento que les posibilitará alcanzar su plenitud en Cristo (Col 2, 910).
Con frecuencia observo entre los católicos españoles un interés desmesurado por hacer ver que, precisamente, "se está haciendo algo". En los últimos cinco años es impresionante la cantidad de iniciativas y actividades variadas emprendidas, casi todas ellas girando en torno a ese difuso concepto de la "Nueva Evangelización". Por lo general se trata de acciones puntuales que dan la impresión de no tener una seria reflexión pastoral y teológica detrás. Se sigue cayendo en la vieja tentación de valorar más los números que la calidad, y la repercusión mediática, más o menos puntual, que el verdadero fruto cristiano a largo plazo.
Ya sé que algunos pensarán que soy como el viejo maestro, con su cantinela de siempre, pero, a la vista de los acontecimientos, no puedo dejar de observar lo que tantas veces he repetido. Y ello es que resulta imprescindible una visión a largo plazo. Entiendo que un responsable eclesiástico, en el nivel que desarrolle su trabajo, desea ver frutos rápidamente (y también que los demás vean dichos frutos, como les sucede con frecuencia a nuestros políticos), pero tengo que insistir en que, en mi humilde opinión, no es así como se hacen las cosas.
Ayudar al crecimiento espiritual y la formación de un cristiano adulto y comprometido es una obra que requiere visión y tiempo. No se puede hacer crecer un nogal en cinco años; es precisamente lo lento de su desarrollo lo que hace tan valiosa su madera; con un creyente sucede exactamente igual. Muchas veces escuchó hablar de planes pastorales, convivencias, retiros e iniciativas de todo tipo; cosas que en sí están bien, pero que, solas, no pueden producir ningún fruto a largo plazo.
Tengo que insistir que la comunidad cristiana es el lugar en el que se purifica, se orienta y se corrige el talento. El don inmenso de Mozart, no habría sido eficaz sin una educación metódica y estricta, que convirtió a un estudiante dotado en un genio universal de la música. Lo mismo sucede en materia de fe. Un joven, o una joven, con talento solamente alcanzarán su plenitud cuando puedan ser alimentados, corregidos, motivados en un ambiente cristiano maduro y adulto, por gente que haya pasado ya por donde ellos van transitando y que pueda apoyarlos y amarlos. Es, de hecho, frecuente que dicho talento sólo pueda ser reconocido en un marco comunitario. Mucha gente vive con dones espirituales extraordinarios sin siquiera ser consciente de tenerlos. ¿El resultado?: un enorme desperdicio que en modo alguno nos podemos permitir.
Por eso, siempre que se presenta la ocasión, insisto lo mismo: crear la comunidad antes, y lanzarse después a evangelizar. Utilizando un símil muy cotidiano diría: "cásate primero y forma un hogar: cuando lo tengas listo, pídele los hijos al Señor". No hacerlo constituiría un desorden moral evidente ¿no es cierto? Bien, pues lo mismo sucede a nivel pastoral.
Cuando veces pienso en la cantidad de bien que puede hacer un cristiano adulto y maduro a lo largo de su vida, me estremezco: el consuelo, el testimonio, la ternura, la esperanza que puede ser irradiado a lo largo de los años por quien ha aceptado servir a Cristo seriamente, y ha encontrado su don específico, son inconmensurables.
En una ocasión escuché decir a Olegario González de Cardedal, que, cuando se hallaba ante sus alumnos, impartía la clase con sumo respeto, pensando: "tal vez entre estos chicos y chicas que me escuchan esté un nuevo San Juan de la Cruz, o una nueva Santa Teresa". Es una interesante apreciación. Lo más triste, pues, que puede suceder, es la realidad de ser un elegido de Dios (¡alguien tal vez llamado a una obra única!), y morir sin saberlo, por no haber caído en el suelo propicio y no haber recibido la ayuda adecuada.
Por favor, oremos todos juntos para que a lo largo y ancho de nuestro país puedan crecer pequeños o grandes "hogares" comunitarios, donde las personas puedan ser no sólo engendradas en la fe sino alimentadas, de forma que den fruto y puedan ser introducidas (tras haber introducido a otros) en la Gloria del Padre.
Y que así sea.
Un abrazo a todos
josue.fonseca@feyvida.com