Secularizarse del trabajo para Dios

Hace años disfrutaba los poemas de un monje en los que hablaba de la secularización del domingo. En las órdenes religiosas el domingo es un día de oración y de descanso, en el que se rompe la rutina del silencio y del trabajo, se tiene un poco de tiempo libre, se hace deporte, se celebra la misa con tiempo, se habla en la mesa y se dedica la tarde a la oración.

Para el monje la secularización del domingo era dedicarse unas horas a no hacer lo de siempre, a cambiar de registro, a pasear por los campos de su imaginación y sus necesidades personales tan descuidadas durante la semana. Por supuesto siempre acababa diciendo lo insuficiente que le resultaba “huir de Dios” por un rato, pues al final su corazón lo que le llevaba era a darse a su enamorado.

De una manera parecida llego al verano cansado de tanto encuentro, entrenamiento, conferencia, reuniones, contactos...apetece secularizarse un poco, bajar la intensidad para dejar de hablar siempre de lo que apasiona pero da tanto trabajo.

Pero curiosamente de lo que quiero secularizarme es del trabajo de Dios; dejar de hacer las cosas de Dios, para poder dedicarme a estar con Dios mismo, sin más pretensión.

Siempre se nos dice en las homilías preveraniegas que encontrar un tiempo de descanso veraniego para un cristiano no es dejar de ir a misa y olvidarse de que Dios existe. Cuanto más para alguien dedicado a la evangelización.

En algún momento de la vida trabajar para Dios se convirtió en el todo de la jornada, ocupando horas, dias, y semanas con sus noches y sus fines de semana...y llega el verano y toca despojarse de todo eso.

Hay que dejar de trabajar para Dios y aprender a ser hijo de Dios simplemente. Un hijo que está en la casa de su padre, que se alimenta, que charla, que simplemente está.

Qué mejor verano que uno lleno de oración, que es descanso espiritual, en el que poder hacer un poco de ejercicio físico y del alma.

Yo sé que hay gente que descansa no haciendo nada, otros descansamos cambiando de actividad. Y yo, desde el deseo, hablo de la actividad que anhelo para este verano. Envidio a los contemplativos, envidio a los peregrinos, envidio a los que pueden hacer de sus días de playa un retiro espiritual y familiar, de amistad y descanso, incluyendo a Dios.

Contaba Martín Descalzo que en una ocasión visitó un monasterio y todos los monjes envidiaban su trabajo como sacerdote secular, a lo que él les contaba lo mucho que envidiaba la vocación contemplativa de ellos. Todos queremos lo que no tenemos, concluía, y nos deslumbramos cuando vemos la vocación del de al lado.

En mi caso lo que no tengo es la desconexión total de todo lo que hago, las obligaciones siguen ahí prolongandose como esos clientes cansinos que siempre te llaman a finales de julio con un problema que no te deja empezar las vacaciones a tiempo.

Pero lo que si tengo claro es que la desconexión total, cuando la pueda tener, sólo se encuentra en Dios...porque sólo en tí Señor descansa mi alma.

Y lo demás es tontería, es llenar las horas muertas con hobbies y pasatiempos que no alimentan el alma, y por tanto no la descansan.

Eso sí, cambiemos de registro por favor, bajemos la intensidad.

Hay mucha sabiduría en esa costumbre española de cerrar por agosto y tenerlo todo bajo mínimos. Nos enseña que a fin de cuentas el descanso es tan fundamental como el trabajo.
No en vano inventó Dios el séptimo día, recordándonos que hay cosas que se pueden dejar para mañana y que el mundo no gira en torno a nuestra actividad, sino en torno al que es Hacedor de toda actividad y a quien debemos nuestra gloria y alabanza todos los días de nuestra vida, incluyendo los de verano.