Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Mirada a la Iglesia

por Corazón Eucarístico de Jesús

Miremos a la Iglesia.
 
Miremos a la Iglesia con la perspectiva de fe de quien descubre en ella el Misterio, lo sobrenatural, la Gracia.
 
Ella es el ámbito de la salvación, el signo de la nueva humanidad, la Casa y Morada de Dios con los hombres; Ella, la Iglesia, es Madre, Esposa, Virgen; Ella es Templo de Dios, Cuerpo de Cristo.
 
Sólo con la mirada de la fe se percibe la grandeza de la Iglesia; entonces, cada uno, miembro de Ella, dará gracias por estar en Ella, por ser una pequeña parte de la Iglesia.
 
En definitiva, es sentir y amar la Iglesia, y que la Iglesia renazca en las almas, con un sentido grandísimo de agradecimiento porque somos miembros de la Iglesia.
 
""Pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo" (v. 28). Aquí encontramos una palabra central sobre la Iglesia. La Iglesia no es una organización que se ha formado poco a poco; la Iglesia nació en la cruz. El Hijo adquirió la Iglesia en la cruz y no sólo la Iglesia de ese momento, sino la Iglesia de todos los tiempos. Con su sangre adquirió esta porción del pueblo, del mundo, para Dios. Y creo que esto nos debe hacer pensar. 
 
Cristo, Dios creó la Iglesia, la nueva Eva, con su sangre. Así nos ama y nos ha amado, y esto es verdad en todo momento. Y esto nos debe llevar también a comprender que la Iglesia es un don, a sentirnos felices por haber sido llamados a ser Iglesia de Dios, a alegrarnos de pertenecer a la Iglesia
 
Ciertamente, siempre hay aspectos negativos, difíciles, pero en el fondo debe quedar esto: es un don bellísimo el poder vivir en la Iglesia de Dios, en la Iglesia que el Señor se adquirió con su sangre. Estar llamados a conocer realmente el rostro de Dios, conocer su voluntad, conocer su gracia, conocer este amor supremo, esta gracia que nos guía y nos lleva de la mano.
 
Felicidad por ser Iglesia, alegría por ser Iglesia
 
Me parece que debemos volver a aprender esto. El miedo al triunfalismo tal vez nos ha hecho olvidar un poco que es hermoso estar en la Iglesia y que esto no es triunfalismo, sino humildad, agradecer el don del Señor. 
 
Sigue inmediatamente que esta Iglesia no siempre es sólo don de Dios y divina, sino también muy humana: "Se meterán entre vosotros lobos feroces" (v. 29). 
 
La Iglesia siempre está amenazada; siempre existe el peligro, la oposición del diablo, que no acepta que en la humanidad se encuentre presente este nuevo pueblo de Dios, que esté la presencia de Dios en una comunidad viva. Así pues, no debe sorprendernos que siempre haya dificultades, que siempre haya hierba mala en el campo de la Iglesia. Siempre ha sido así y siempre será así. 
 
Pero debemos ser conscientes, con alegría, de que la verdad es más fuerte que la mentira, de que el amor es más fuerte que el odio, de que Dios es más fuerte que todas las fuerzas contrarias a él. Y con esta alegría, con esta certeza interior emprendemos nuestro camino "inter consolationes Dei et persecutiones mundi", dice el concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 8): entre las consolaciones de Dios y las persecuciones del mundo. 
 
Y ahora el penúltimo versículo. En este punto no deseo entrar en detalles: al final aparece un elemento importante de la Iglesia, del ser cristianos. "Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: "Hay más dicha en dar que en recibir"" (v. 35). 
 
La opción preferencial por los pobres, el amor por los débiles es fundamental para la Iglesia, es fundamental para el servicio de cada uno de nosotros: estar atentos con gran amor a los débiles, aunque tal vez no sean simpáticos, sino difíciles. Pero ellos esperan nuestra caridad, nuestro amor, y Dios espera este amor nuestro. En comunión con Cristo estamos llamados a socorrer a los débiles con nuestro amor, con nuestras obras" (Benedicto XVI, Lectio con el clero de Roma, 10-marzo-2011).
 
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