La evangelización de los apóstoles
El dinamismo pascual está expresado en el libro de los Hechos de los apóstoles. La Iglesia nace de la Pascua y comienza su gran evangelización entre el mundo judío y luego con los gentiles. El Espíritu Santo va llevando adelante la tarea evangelizadora, abriendo nuevas puertas y señalando nuevos rumbos y formas.
Durante la Misa diaria y la primera lectura dominical, leemos, por esa razón, durante la Pascua, el libro de los Hechos que debe ser un espejo en el que mirar cómo vivimos nuestro ser eclesial y qué apertura real tenemos al Espíritu del Señor para lanzarnos.
Los apóstoles y junto a ellos los demás bautizados, allí por donde van, son evangelizadores. Ni pueden contener su experiencia del Resucitado ni pueden acallar el impulso del Espíritu. Moviéndose por toda la cuenca mediterránea, ¡parece increíble!, predican y nacen así comunidades cristianas florecientes.
Ahondemos un poco en esa experiencia de los Hechos de los apóstoles.
"En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, tras una primera violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, exceptuando los apóstoles, se dispersa en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llega a una ciudad de Samaria. Allí predicó a Cristo resucitado, su anuncio estuvo acompañado por numerosas curaciones, así que la conclusión del episodio es muy significativa: “Y hubo una gran alegría en aquella ciudad” (Hch 8,8). Cada vez nos impresiona esta expresión, que en esencia nos comunica un sentido de esperanza; como si dijera: ¡es posible! Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque allá donde llega el Evangelio, florece la vida; como un terreno árido que, llegado por la lluvia, rápidamente reverdece. Felipe y los demás discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, hicieron en los pueblos de Palestina lo que había hecho Jesús: predicaron la Buena Noticia y realizaron signos prodigiosos. Era el Señor el que actuaba por medio de ellos. Así como Jesús anunciaba la venida del Reino de Dios, los discípulos anunciaron a Jesús resucitado, profesando que Él es Cristo, el Hijo de Dios, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del espíritu.
“Y hubo una gran alegría en aquella ciudad”. Leyendo este pasaje, espontáneamente se piensa en la fuerza sanadora del Evangelio, que a lo largo de los siglos ha “lavado”, como río beneficioso, a tantas poblaciones. Algunos grandes Santos y Santas han llevado esperanza y paz a ciudades enteras -pensemos en san Carlos Borremeo en Milán, en la época de la peste; en la beata Madre Teresa de Calcuta; y en tantos misioneros, cuyos nombres Dios conoce, que han dado la vida por llevar el anuncio de Cristo y hacer florecer entre los hombres la alegría profunda. Mientras los poderosos de este mundo buscaban conquistar nuevos territorios por intereses políticos y económicos, los mensajeros de Cristo iban por todas partes con el objetivo de llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo, sabiendo que sólo Él puede dar la verdadera libertad y la vida eterna. También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: tanto de las poblaciones que todavía no han sido “regadas” por el agua viva del Evangelio; como de aquellas que, aun teniendo antiguas raíces cristianas, necesitan linfa nueva para dar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe" (Benedicto XVI, Regina Coeli, 29-mayo-2011).
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