Los que no quieren a Francisco.
Entre las cosas que se dicen, más o menos sotto-voce es que "le falta categoría", o que se "nota (demasiado) su carácter latino", "que no tiene talante de hombre de Estado", etc. Obviamente la mayoría de sus críticos guarda silencio. Por ahora.
El hecho de que un mandatario (y más aún un líder espiritual) de las características del obispo de Roma despierte antipatías o incomprensiones, es algo que entra dentro de lo totalmente normal: lo extraño sería lo contrario. Sin embargo, lo interesante del tema, en mi opinión, no estriba tanto en el hecho en sí, como en lo que en el fondo significa. Las personas que se oponen al nuevo estilo traído por Francisco se retratan a sí mismos al tiempo que ofrecen una foto fija de lo que es y ha sido un sector de la Iglesia de las últimas décadas: de ahí el interés en detenernos en este hecho e intentar analizarlo un poco.
Tradicionalmente se ha intentado revestir a la figura del Santo Padre de un aura de grandeza y elevación por encima del resto de los mortales. Esta implicaba unas ceremonias, una lejanía y un hieratismo característicos e incuestionables (otra cosa es que tal cosa tenga alguna justificación teológica o escriturística seria). De cualquier modo, se trata de algo normal en las sociedades humanas, y desde la Antigüedad más remota, ha sido utilizado como medio de consolidar el prestigio de las élites; en especial del mandatario supremo, pero también de quienes lo rodean. En la Iglesia , esa tendencia comienza muy pronto y, con altibajos, ha ido in crescendo. En su forma más moderna, el fortalecimiento de la figura papal en términos de prestigio y poder toma forma a partir, sobre todo, del Pontificado de Pío IX.
No hay que ver en estas tendencias un mero gusto por acumular influencia, o por acaparar el control más allá de todo lo razonable. Más bien resulta una dinámica propia de las instituciones intentar reforzarse cuando se consideran más amenazadas (Ilustración, Modernidad...en nuestro caso). Por otra parte siempre he pensado que la atribución progresiva de mando al obispo de Roma tenía también como objeto el balancear la enorme diversidad de una Iglesia cada vez mayor, en número, extensión y diversidad cultural. Las masas sociales tienden a la dispersión con el crecimiento, y por ello es lógico que solo con un aumento de la autoridad y del prestigio de ésta pueda ser contrarrestada dicha inercia. Esa es la lógica humana.
Tal línea de actuación, de forma tanto consciente como inconsciente, se mantuvo firme durante los pontificados de León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII. Juan XXIII rompió un tanto la tónica con su estilo característico y, sobre todo, convocando un Concilio que muchos miembros de la Curia consideraban inútil (tras la proclamación del dogma de la infalibilidad en 1870). Tras él, las cosas no volvieron ya a ser iguales en algunos aspectos (por ejemplo los viajes, la imagen pública..), aunque en el verdadero fondo todo continuó más o menos igual, e incluso se comentó que el buen cardenal Arinzé fue corregido por prologar un libro en el que se revelaban algunos aspectos, personales e inocentes, de la vida de los papas (como por ejemplo que Pio XII, en sus paseos, usaba un insecticida contra los bichos de los jardines vaticanos).
Francisco demostró enseguida que sus parámetros mentales eran distintos. El mero (e insólito) hecho de arrodillarse en el balcón, justo al acabar su proclamación, para pedir a los congregados en la Plaza de S. Pedro que "orasen por él", sencillamente no tenía precedentes en la Historia.
El renunciar al Papamóvil ("una lata de sardinas"), el sustituir el esplendoroso sello de oro por uno, muy sencillo, de plata, el renunciar al traje talar a medida, a los zapatos rojos, el utilizar un reloj con correa de plástico, o dar una vuelta por el Vaticano con un medio destartalado 4L, no son sólo anécdotas. Son signos. Signos importantísimos que, de forma no sorprendente, resultan preocupantes para algunas personas y sectores de la Iglesia.
A nuestro modo de ver, hay toda una eclesiología detrás de esto. Él, por otro lado, no da puntada sin hilo y parece plenamente consciente de lo que quiere y a dónde desea llegar. Sus mensajes, bien gráficos (pastores con "olor a oveja"), y sus gestos ("dimisión" del obispo Franz-Peter Tebartz-van Elst, por gasto escandaloso, nombramiento de la comisión gestora del IOR, creación del "Consejo Externo" de cardenales) no dejan lugar a dudas.
Simplificando mucho (y aún con el riesgo de caricaturizar) podemos decir que, desde sus orígenes, la Iglesia se debate entre dos modelos: el de la "presencia" y el de la "mediación". El primero dice "influyamos desde arriba". Para eso hacen falta medios, prestigio, posición y, en definitiva, poder. Son necesarias instituciones, edificios, fundaciones, presencia de cristianos en ámbitos de decisión y cuentas corrientes bien nutridas: "¡Evangelicemos a los poderosos!"."¡Modelemos la sociedad entera al estilo de Jesús"! (¡como si tal cosa fuera posible, a estas alturas!). Esta visión se muestra feliz con obispos en los desfiles militares y en las cenas de gala, y con formar parte, a toda costa de los círculos de influencia social.
En una vertiente extrema, pero lógica después de todo, de esta visión de las cosas, se llega a un "modus vivendi" extrañamente cristiano: es lógico usar un coche de "representación" cuando lo usan aquellos con quienes tratas a menudo, o un reloj de lujo cuando todos a tu alrededor lo llevan, o viajes en clase bussiness, o cenas de gala, o partidos de tenis y golf. También es necesaria una institución monolítica, de pensamiento lo más único y centralizado posible: la unión hace la fuerza y esta se consigue con el control y el ejercicio de la autoridad. Se fomenta lo grande, los eventos, las celebraciones de masas. La Iglesia es piramidal, opaca, jurídica y clerical.
El segundo insiste en transformar desde dentro, "desaparecer en la sociedad", o sea, ser sal y levadura. La influencia tiene que venir sobre todo del servicio, especialmente a los más pobres. Si no nos reconocen, no es problema nuestro. Si parece que fracasamos, pues ¡lo mismo sucedió con el Señor! Las instituciones, la presencia y el control, son secundarios. Se fomenta lo personal, lo pequeño, lo abierto y lo sencillo. Los "medios pobres", de que hablaba Tadeusz Djazcer. Lógicamente el esquema eclesiológico es circular, ministerial y con un fuerte componente laical.
También esta segunda opción tiene sus corrupciones: desprecio de la autoridad y de la Tradición, abandono del dogma y posturas supuestamente liberales o "pobres", que pueden acabar rayando en lo delirante...
Todo esto, repito, muy simplificadamente y a grandes rasgos.
Desde un punto de vista estricto, ambas concepciones de la Iglesia están dentro del propio dogma, y junto con otros posibles modelos, ambas cuentan con peso en la Tradición. A la conciencia de cada uno (bien empapado en el estudio de la exégesis bíblica y del Magisterio) corresponde decidir cuál de los dos modelos estuvo más cerca del ideal de Jesús de Nazaret.
Por eso, y como cualquier cristiano, todo papa tiene derecho a poseer una ideología, y a promoverla, en conciencia, por el bien del Pueblo de Dios. Francisco, como es evidente, no resulta una excepción, pero sí que es verdad que su visión de las cosas choca con la de muchas personas influyentes, de fuera y de dentro.
Los considerados "males menores" como el "carrerismo", el lujo, el afán indisimulado de poder, la alianza con los poderosos de este mundo, o el secretismo a ultranza, son puestos bajo la lupa por este nuevo Papa, ya sea de forma directa o indirecta. Consiguientemente, quienes han hecho de estos males razones poderosas para sus vidas pueden sentirse amenazados.
Y cuando uno teme, se resiente. Es lógico que los nuevos aires que soplan por el Vaticano resfríen a más de uno, y que el autor de estos "constipados" no caiga muy bien (no es nuevo, ya les pasó a Juan XXIII y a Juan Pablo I). Esas personas hacen bien en temer. Y creo que los cristianos de a pie hacemos bien en esperar. Esperar que aquellos que ejercen el mercadeo en los atrios de ese Templo, que es la Iglesia, quienes "ensanchan las franjas de sus vestidos" (Mt 23, 1-12), y usan el nombre Santo de Dios para sus meras ambiciones personales, dejen su lugar a auténticos siervos del Señor, que lo sean también de sus hijos.
Finalmente comprendo que, incluso gente buena que ha cultivado un catolicismo de corte integrista y poco evolucionado teológicamente, pueda estar asombrada o decepcionada por los gestos y las palabras de un hombre que exhala Evangelio por todas partes. Aunque estoy seguro de que también los "progres", que tanto le aclaman ahora, acabarán sintiéndose decepcionados por él. Tal incomprensión estaba cantada hace tiempo ya, y no viene sino o demostrar lo lejos que unos y otros (en nuestra humildísima opinión, y aún con toda la buena fe que se quiera) están del auténtico mensaje de Jesús, que Francisco representa. No es extraño que algunos piensen que su propia vida pueda estar amenazada en el futuro.
Pero el futuro, sólo lo conoce Dios...y además está en sus manos, como dice él. Del presente podemos decir que Jorge Mario Bergoglio, Papa, viene a ser como lluvia fresca sobre una Iglesia que se reseca y languidece alarmantemente, aunque muchos se obstinen en negarlo...
Sin idealismos infantiles, ruego al Señor que nos conceda tenerlo muchos años nosotros. Y también que nos haga dignos de merecer un hombre así.
Un abrazo a todos.
josue.fonseca@feyvida.com