Había una vez un monje (2)
-Padre, yo quiero hacer la Voluntad de Dios. Pero no sé cuál es y no sé cómo.
-No se turbe. No pierda la paz. No pierda la paz ni siquiera por el pecado. Nuestros pecados no son tan importantes. Ninguno de nuestros pecados puede alterar el orden cósmico. Dar demasiada importancia a nuestro pecado es caer en la soberbia. El demonio, a quien por otra parte no debemos adjudicar horas extras de actividad, quiere que pensemos mucho en nuestros pecados y que no pensemos en absoluto en la Misericordia del buen Dios.
-Padre, la Voluntad de Dios…
-Usted se cree que he cambiado el tema. No, no lo he hecho. La voluntad de Dios no la vemos porque el demonio nos ciega haciendo que centremos nuestra atención en esa cosa entrometida que se llama el “yo”. Ya lo decía Santo Tomás Moro. La voluntad de Dios es muy fácil de distinguir: sólo está en el momento presente. Lo que pasa en el momento presente es lo que toca. Esa es la voluntad de Dios. No la busque en el pasado ni el futuro. Ni siquiera la busque un minuto después de ahora. Lo que sucede ahora es la Voluntad de Dios. Si lo que sucede nos cuesta, duele o nos atormenta entonces se llama Cruz. La Cruz es muy difícil llevarla bien si es Cruz de verdad. Jesús cayó tres veces bajo el peso de la Suya.
-¿La Cruz es la Voluntad de Dios?
-Sí, porque nos ama y nos lo dijo. “Tomad cada día vuestra cruz y seguidme”. La Cruz de cada día es una Cruz sin pena ni gloria. Es una Cruz humilde, pero que nos repugna y que tratamos por todos los medios de evitar. Las cruces heroicas son un regalo de Dios. Son un regalo extraordinario y los regalos no se piden, sólo se aceptan con profundo agradecimiento. ¿Tiene hambre?
-Sí, tengo un poco de hambre.
-Venga, acompáñeme. Es la hora de la comida. Comemos en silencio. Y hay un monje que lee. No se entretenga mucho con la comida y tampoco coma usted con prisas. Todo requiere su tiempo, ni más ni menos. Vamos, es la hora.
Seguí al monje que caminaba en actitud orante. La comida es oración y todo es oración para los monjes y así debiera ser para el resto de seres humanos, sean monjes o no lo sean. “Vamos, es la hora” tenía la urgencia del toque de un clarín, de una trompeta lejana. La comida es oración porque es uno de los primeros dones que debemos agradecer. La comida es sacrificio ritual: Dios mismo se hizo pan para saciar hambres tan lejanas como el viejo Jardín del Edén. “Vamos, es la hora” había dicho el monje, como el eco de una Pascua y de un apremio. También pudo haber dicho que comeríamos de pie porque había que partir de inmediato; porque había que salir del Egipto de la depresión. Todo esto no lo dijo el monje y, en realidad, no sé si lo pensé siquiera. El viento sopla donde quiere y nadie sabe de dónde viene ni a dónde va.
-Yo he tenido algunas depresiones, alguna muy fuerte, y es muy amargo –el monje caminaba por el claustro y, a veces, se detenía; luego volvía a esos pasos lentos, un poco tristes-. Alguien muy inteligente y buen católico me dijo: “yo no he conocido a nadie que no tuviera o hubiera tenido depresiones.” Por otra parte, soy ciclotímico y veo alterarse de vez en cuando mi personalidad, o lo que sea; es como si cambiara la iluminación. También es muy desconcertante.
-Lo siento.
-No se preocupe. Cuando entré en el monasterio, hace muchos años, fui un día a ver al maestro de novicios. Era por la noche y yo estaba temblando. Le dije: “Creo que estoy sufriendo una neurosis”. Él me miró durante un tiempo que se me hizo interminable. Después sonrió y, acercándose, susurró: “Dios sabe lo que le conviene.” Naturalmente, quedé pacificado. “Omnia in bonum”. ¿Sabe usted latín? Todo es para bien. No se preocupe.
-Pero usted sufre…
-Todos sufrimos. No le de importancia. No conceda demasiada importancia a ningún sufrimiento: son todos pasajeros. Es usted un poco exagerado. Yo también lo era, pero Dios nos va puliendo, si le dejamos hacer en paz. Si no le dejamos hacer también nos pule, porque nos ama infinitamente, pero es más doloroso. Deje que Dios sea Dios y usted sea débil. Con Dios, el secreto es ser débil. No le será difícil si es usted sincero y mira su vida con cierto ojo crítico, lo cual le permitirá no hacerse demasiadas ilusiones sobre usted mismo.
-No me hago ya ninguna.
-No cante victoria tan pronto. Esa es una afirmación de alguien joven como usted. Me dijo que estaba deprimido y que tomaba medicación. Bien. Yo tomo habitualmente unos antidepresivos en poca dosis, de acuerdo con nuestro médico de cabecera –que es muy competente- y me ha mejorado muchísimo, cosa que no había logrado un amigo psiquiatra que era muy bueno. Muy bueno quiere decir algún fármaco y sentido común; nada de diván, claro. También me ha dicho usted que se queja a Dios.
-Sí.
-Está muy bien. Recuerde la oración de protesta practicada por profetas y salmistas. Y cultive la virtud de la paciencia consigo mismo. Perdónese porque si usted no se perdona, entristecerá mucho al buen Dios.