Marcianos
Estoy seguro de que a la mayoría de ustedes la música que pongo para ambientar mi oración personal no les importa mucho. Si lo hago es porque ilustra una verdad más profunda, y también más preocupante, y es que en nuestra vida cotidiana solemos separar, de forma inconsciente, el mundo sagrado del profano. Eso nos lleva a mirar con extrañeza (o juzgar con severidad) cualquier contacto entre ambos.
Si escuchó cánticos de Taizè, música gregoriana, (o, si soy de los "modernos", alguna creación religiosa contemporánea) se considera más o menos normal. Ahora bien, en cuanto introduzco algún elemento totalmente profano en algo tan sagrado como es mi relación con Dios ¡eso sí que choca!
Bueno pues ese precisamente el aspecto que quiero resaltar, por consecuencias que van mucho más allá de la piedad personal o de los gustos de cada uno. El caso es que yo creo que, que, en determinadas ocasiones, un grito profano de esperanza: "no llores, confía", me acerca más a Dios, que muchos cánticos religiosos heridos y muertos. Aunque sea un grito pasado por kaya y ron de Jamaica, dicho sea de paso.
En mi modesta opinión, esta separación que los cristianos solemos llevar en nuestra mente tiene consecuencias desastrosas en el mundo real. Sí, soy consciente de los disparates "modernizadores" que se cometieron en el Postconcilio, y de que "de aquellas lluvias vienen estos lodos". Sin embargo me llama poderosamente la atención la actitud que a veces percibo en muchos miembros de la Iglesia: con las palabras, con los hechos, parece irse construyendo, de manera imperceptible y progresiva una mentalidad de ghetto. Creemos ser "radicales" y "testimoniales", pero para los demás somos, simplemente unos "friquis".
Siempre he sostenido que la actitud profética forma parte del núcleo esencial del mensaje evangélico. Pero ahora no me estoy refiriendo eso, sino a una actitud de ignorancia y miedo, que nos lleva a buscar seguridad en que los valores "de siempre", y en una actitud cada vez más opuesta e intolerante hacia lo que nos rodea.
Creo que esa no fue la actitud de Jesús. Sinceramente. Con bastante facilidad podría haber formado parte de cualquiera de las opciones religiosas del antiguo Israel que buscaban mantener la "pureza" de la fe ante la invasión militar, económica y cultural del mundo helenístico primero y romano después. Obviamente, no fue el caso. Ni el refugio fariseo en la ley, ni la huida total del mundo de los esenios, ni el "colaboracionismo" y la búsqueda del poder de los saduceos tuvieron nada que ver con Él.
Al contrario, el Maestro se sumergió por completo en la cultura de los hombres y mujeres que lo rodeaban. Al predicar, nada de la casuística ni las complejidades de la teología judía sino las palabras, los conceptos y las creaciones culturales de la gente de su tiempo. Incluso empleaba palabras griegas (algo parecido al inglés de nuestros días), y, desde luego, no tuvo miedo al adoptar "decisiones pastorales", que diríamos hoy, audaces para salvar a la gente. Incluidos los más pecadores y los más pequeños.
Por eso, puestos a hablar de pecados, quizá el mayor de quienes formamos la Iglesia hoy sea el de no saber presentar el tesoro que nos confiaron de forma comprensible y asumible a la sociedad de nuestro tiempo. Es un tema en el que hemos insistido muchas veces desde este blog. El empeñarnos en hablar en categorías incomprensibles, con gestos que no se entienden, el obstinarnos en responder preguntas que no nos hacen, y sobre todo el no escuchar lo suficiente o el no callar lo suficiente, pueden malograr toda nuestra labor.
Así que, con el tiempo, acabamos convirtiéndonos en marcianos. Nuestros medios de comunicación acaban siendo ridiculizados, muchas veces con razón y Youtube se llena con productos "católicos", que, como decía un obispo burgalés del siglo XVIII "mueven más a risa que a devoción".
¿La solución? Miren, recuerdo un partido del Aleti, allá por 1998 en el que el entrenador (Arrigo Sacchi) sustituyó a la estrella del equipo, que entonces era Christian Vieri. Bueno, pues las cámaras grabaron la ira del jugador al sentarse, que en un mal gesto espetó al técnico "(!!!) no entiendes lo que está pasando en el partido"! Siempre se me quedó esa frase grabada. Y la recuerdo a menudo pensando en la Iglesia: giramos en círculo con mesas redondas, jornadas, eventos y cursillos, entre nosotros, insistiendo en dar vueltas a lo mismo y desde los mismos parámetros, sin enterarnos de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor... Mientras, el tiempo pasa. Y vamos perdiendo.
Es fácil criticar ¿verdad? Dar soluciones ya es otra cosa. Bueno, pues yo sugiero arriesgar. Arriesgar significa atreverse a buscar en otros sitios: ver donde funcionan las cosas, quedarse con lo esencial y soltar lastre, abandonar conceptos, métodos, y salir de las tradiciones, con minúscula, que a veces son idolátricas porque sustituyen al verdadero Dios. Probar novedades radicales, y sobre todo no tener miedo. Por cierto, los viajes ilustran, y no solo los que se hacen a Roma. En la Biblia se nos pide "no temer" 365 veces, según se dice, y son bastantes.
¿Por qué no salir al encuentro de los hombres de hoy desde sus necesidades, desde su cultura? ¿Qué pasaría si nos calláramos un par de años y nos dedicáramos a escuchar las inquietudes del mundo? A lo mejor podríamos poner en práctica aquello de que "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo." Solo que de verdad.
A lo mejor podríamos decirles "everything´s gonna be allright" (como en la canción de Marley) porque el Señor está con nosotros. Puede que nos creyeran.
Y dejaran de vernos como a unos marcianos.
Un abrazo a todos.
josue.fonseca@feyvida.com