Educados para ser santos no para liderar
Si quisiéramos resumir en una frase la diferencia entre una pastoral tradicional y una pastoral de nueva evangelización, me quedaría con la acertada frase que oí de labios de un vicario general no hace mucho: “a mí me educaron para santificar, no para evangelizar”
Sin que sean cosas opuestas, santificar y evangelizar en una cierta medida se contraponen, pues una cosa es alimentar a los de dentro y otra es anunciar a los de fuera que hay alimento de vida eterna en la Iglesia. En otras palabras es como el pastor que cuida a las noventa y nueve ovejas, que las tiene que dejar para salir a buscar a la perdida.
Sólo que hoy en día la que queda dentro es la una y el resto las que se encuentran fuera.
Ante una situación de emergencia, donde hay que salir afuera para evitar que las ovejas perezcan, hay quienes tienen la tentación de pensar que mejor es cuidar lo que se tiene que arriesgarse a accidentarse saliendo a los caminos.
De alguna manera es una mentalidad que espera que si somos santos, fieles y hacemos lo de siempre, las cosas volverán a su cauce y quiere justificar como oposición a la infidelidad de quienes han dejado de ser fieles, santos y hacer lo de siempre para explicar el porqué de la situación a la que hemos llegado.
Pero, ¿y si resulta que cuando estábamos de vacas gordas había algo que se quedó en el camino? Algo tan fundamental y constitutivo que de alguna manera, pese a la santidad y el esfuerzo personal, llevó a la situación en la que estamos?
El papa Pablo VI lo enunció así: la Iglesia existe para evangelizar (Evangelii Nuntiandii) y la fe de la propia Iglesia depende en buena medida de la capacidad de la Iglesia de dar esa fe (Lineamenta para el Sínodo de la NE).
No podemos sustituir pues la evangelización por la santificación, por el Dios formación o por el propio engorde espiritual. No basta con tener iglesias llenas de gente a la que predicar, ni adoraciones llenas de los mismos fieles por más que sea bueno rezar. Corremos el riesgo de la desconexión, de olvidarnos de los pobres, los que no creen y los afligidos…corremos el riesgo de lo que el papa Francisco ha llamado en la Evangelii Gaudium la “autorreferencialidad”
Una experiencia de santificación propia que no se confronta con el otro, pierde el olor a oveja y adquiere el olor a redil, a lugar cerrado y estanco de donde no se sale y no entran fácilmente los de fuera.
Retomando la pregunta anterior, sobre si no habrá algo constitutivo que nos hayamos dejado en el camino, muchos hoy en día explican que la llamada de Jesús a ir por todo el mundo predicando el evangelio tiene dos aspectos: bautizar y hacer discípulos. Lamentablemente en la Iglesia hemos bautizado a todo lo que se mueve, hemos catequizado, sacramentalizado, pero... ¿Podemos decir que hemos hecho verdaderos discípulos?
Si hubiera que quedarse con una sola característica para definir lo que es un discípulo, bastaría con enunciar lo siguiente: “discípulo de Cristo es el que hace otros discípulos”. Como Él (Jesús) lo hizo. Como Pablo lo hizo. Como Pedro y los apóstoles junto con la iglesia primitiva lo hicieron.
Y si ser discípulo es eso, entonces no basta con ser santos o estar muy bien formados, ni con estar todo el día en la Iglesia.
Y eso es el liderazgo cristiano, algo que está en la propia semántica de la palabra: conducir, llevar a otros a Cristo. Liderar es al fin y al cabo hacer lo que Jesús hizo, hacer lo que Jesús mandó…hacer discípulos.
A mi desde luego me educaron para ser santo, y aunque también lo hicieran para tener fervor apostólico, creo que no falto a nadie si digo que no supieron darme ni los medios ni la teología adecuados para hacer discípulos, para liderar. Simplemente era algo que no estaba en el ambiente, porque discipular-liderar eran términos que no se usaban en la Iglesia.
Si reconocemos estos términos en la llamada del papa Francisco a ser “discípulos-misioneros”, sólo nos falta entonces ponernos a remar para adentrarnos en las aguas de la Nueva Evangelización, y descubrir en ellas también una preciosa manera de santificarnos, haciendo lo que Jesús nos mandó…no vaya a ser que nos diga “¿por qué me llamáis Señor, Señor, si no hacéis lo que os mando” (Lc 6,46)