Aprende a volar
por Sólo Dios basta
Hace unos días subí con un amigo a una montaña. Arriba nos esperaba una cruz y una vista panorámica impresionante. Costaba un poco subir, sólo un poco. Era una tarde de domingo y no había prisa. Nuestro plan era subir hasta la cruz, pasear por ese monte y orar. Lo unimos perfectamente al llegar: ver todo desde las alturas, dar gracias al Padre teniendo ante nosotros la Cruz de su Hijo y dejarnos llenar del Espíritu Santo. Poco a poco nuestros corazones se encienden, parecen que quieren volar, volar como las águilas hacia lo alto, hacia el cielo, hacia lo que se halla más allá de la cruz que centra nuestras miradas. La cruz en lo alto y abajo el paisaje. Y en medio dos corazones que oran unidos. Pasado un tiempo decidimos rezar vísperas en ese lugar tan privilegiado. Lo hacemos saboreando los salmos y la lectura breve. Además añadimos intenciones personales a las peticiones que se rezan esa tarde en vísperas. Nos da pena bajar y dejar ese monte. Llevamos poco más de una hora y parece que sólo han pasado 5 minutos. Todo cambia cuando uno vive en Dios y para Dios. Si además sumas la presencia de Dios en medio de la naturaleza, todo cobra más fuerza aún. Bajamos. Damos gracias a Dios. Vemos caer la tarde. El sol se pone. La cruz va cubriéndose de sombra. Los corazones siguen en oración. Termina un día muy especial. Un domingo. Un día del Señor.
Al día siguiente hacemos retiro en silencio. Después de lo vivido los días previos es mucho más fácil meterse en el silencio y callar. Hay que saber callar y hacer silencio interior y exterior. Así es como se puede escuchar a Dios. Que hable sólo Dios. Es el fruto del silencio. Dios habla al corazón cuando sabemos callarnos y hacer callar todo lo que nos impide entrar en intimidad con el Corazón vivo de Jesucristo. Por la mañana tomamos como meditación unas páginas de la Josefina de Jerónimo Gracián. Al llegar la tarde, que es más larga y cunde más, invito a mi fiel amigo e hijo espiritual al ser su director espiritual, a que lea algo que le va a ayudar a entender mejor todo lo vivido la tarde anterior. Le regalo un ejemplar de Historia de un alma y le digo que se meta en el Manuscrito B. Que lea sólo esas breves páginas y las haga suyas. Estamos juntos en oración. Oramos unidos en el corazón y en el espacio físico de una habitación. Una vez leídas esas páginas rompe el silencio para decir que es algo impresionante, que son preciosas, llenas de vida, que le ayudan mucho a rezar, a elevar el alma a Dios, a querer volar como la tarde del domingo al estar en lo alto del monte. El vuelo deseado es interior, es un vuelo espiritual hacia el encuentro con Dios vivo que nos espera para adorarle cuando la tarde vaya más avanzada y también por la noche. Primero lectura y silencio y luego adoración y silencio. De fondo, este joven, lleva eso que ha leído. Quiere empezar a vivir y volar como un pajarillo:
“¡Oh, Jesús, mi primer y único amigo, el ÚNICO a quien yo amo!, dime qué misterio es éste. ¿Por qué no reservas estas aspiraciones tan inmensas para las almas grandes, para las águilas que se ciernen en las alturas...? Yo me considero un débil pajarito cubierto únicamente por un ligero plumón. Yo no soy un águila, sólo tengo de águila los ojos y el corazón, pues, a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar fijamente al Sol divino, al Sol del Amor, y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila...
El pajarillo quisiera volar hacia ese Sol brillante que encandila sus ojos; quisiera imitar a sus hermanas las águilas, a las que ve elevarse hacia el foco divino de la Santísima Trinidad... Pero, ¡ay!, lo más que puede hacer es alzar sus alitas, ¡pero eso de volar no está en su modesto poder!
¿Qué será de él? ¿Morirá de pena al verse tan impotente...? No, no, el pajarillo ni siquiera se desconsolará. Con audaz abandono, quiere seguir con la mirada fija en su divino Sol. Nada podrá asustarlo, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes llegaran a ocultarle el Astro del amor, el pajarito no cambiará de lugar: sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando y que su resplandor no puede eclipsarse ni un instante.
Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Esa es la hora de la alegría perfecta para ese pobre y débil ser. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a su fe...!
Jesús, hasta aquí puedo entender tu amor al pajarito, ya que éste no se aleja de ti... Pero yo sé, y tú también lo sabes, que muchas veces la imperfecta criaturita, aun siguiendo en su lugar (es decir, bajo los rayos del Sol), acaba distrayéndose un poco de su único quehacer: coge un granito acá y allá, corre tras un gusanito...; luego, encontrando un charquito de agua, moja en él sus plumas apenas formadas; ve una flor que le gusta, y su espíritu débil se entretiene con la flor... En una palabra, el pobre pajarito, al no poder cernerse como las águilas, se sigue entreteniendo con las bagatelas de la tierra.
Sin embargo, después de todas sus travesuras, el pajarillo, en vez de ir a esconderse en un rincón para llorar su miseria y morirse de arrepentimiento, se vuelve hacia su amado Sol, expone a sus rayos bienhechores sus alitas mojadas, gime como la golondrina; y, en su dulce canto, confía y cuenta detalladamente sus infidelidades, pensando, en su temerario abandono, adquirir así un mayor dominio, atraer con mayor plenitud el amor de Aquel que no vino a buscar a los justos sino a los pecadores...
Y si el Astro adorado sigue sordo a los gorjeos lastimeros de su criaturita, si sigue oculto..., pues bien, entonces la criaturita seguirá allí mojada, aceptará estar aterida de frío, y seguirá alegrándose de ese sufrimiento que en realidad ha merecido...
¡Qué feliz, Jesús, es tu pajarito de ser débil y pequeño! Pues ¿qué sería de él si fuera grande...? Jamás tendría la audacia de comparecer en tu presencia, de dormitar delante de ti...
Sí, ésta es también otra debilidad del pajarito cuando quiere mirar fijamente al Sol divino y las nubes no le dejan ver ni un solo rayo: a pesar suyo, sus ojitos se cierran, su cabecita se esconde bajo el ala, y el pobrecito se duerme creyendo seguir mirando fijamente a su Astro querido.
Pero al despertar, no se desconsuela, su corazoncito sigue en paz. Y vuelve a comenzar su oficio de amor. Invoca a los ángeles y a los santos, que se elevan como águilas hacia el Foco devorador, objeto de sus anhelos, y las águilas, compadeciéndose de su hermanito, le protegen y defienden y ponen en fuga a los buitres que quisieran devorarlo.
El pajarito no teme a los buitres, imágenes de los demonios, pues no está destinado a ser su presa, sino la del Águila que él contempla en el centro del Sol del amor” (Manuscrito B 4vº-5vº).
Estas páginas de Santa Teresita han encendido en amor de Dios a ese joven estudiante universitario que se abre cada vez más a Dios. Terminamos la tarde en adoración y rezando vísperas. Por la noche continuamos en silencio adorador. Dicho silencio da paso a las palabras que cada uno pone en voz alta ante la presencia de Jesús Eucaristía mientras nos sentamos en el banco tras haber estado de rodillas ante el verdadero y único Rey. Todo queda en Dios. Lo leído. Lo meditado. Lo vivido. Lo orado. Lo compartido. Lo ofrecido. Lo recibido.
Termina un día para recordar siempre. Pero no acaba todo aquí, sino que esos mismos días en que estoy con uno de mis hijos espirituales, un buen amigo retoca su último libro. Es un cuento breve, denso y lleno de esperanza. Nos recuerda mucho a lo que desarrolla Santa Teresita en su Manuscrito B. Es la historia de alguien pequeño, herido y vulnerable, pero abierto a lo imposible, abierto a la acción de alguien que lo toma entre sus manos para hacerle volar:
“A veces ocurre algo que no esperas, se presenta de pronto la historia para la que has nacido con su realidad y peso. Como un ensayo general de lo que es mi existencia, mi grandeza vulnerable, el pequeño levanta sus manos alzándome sobre el abismo. Le miro con cierto desasosiego. Su silencio brilla con ojos que anuncian mi vocación. Desea mi vuelo. Parece decirme: “No mires tus miedos sino a mí”.
Un sí interno me nace.
Y me lanza al aire con un impulso súbito. Siento gran estremecimiento y vuelo. ¡Vuelo! Vuelo como en misterio que me llega, me sumerge y se me entrega. Vuelo y renazco, adentro, más lejos, subo y recomienzo y giro y es hermoso volar sostenido por esta bondad tan buena que saca de mí lo que no imaginaba. Gracia de comienzo a la propia vida, donde todo empezó, al borde del abismo, pero en la raíz profunda, adentro” (Raúl Eguía, Nebel, pp. 17-18).
Cuando leo estas páginas después de lo vivido con ese joven tan lleno de Dios, me doy cuenta que todo estaba preparado por la divina providencia. Primero tenía que subir al monte, empezar a querer volar, hacer silencio interior, leer a Santa Teresita, adorar en silencio, compartir lo que vive por dentro y dejar reposar la intensa vivencia espiritual. Y por pura gracia de Dios, ahora llega un complemento perfecto para este joven y para todos aquellos que este verano se acerquen a lo alto de un monte en plena sierra o a un acantilado sobre el mar y se dejen llevar por Santa Teresita para poder volar, para entrar en Dios, como nos enseña Nebel cuando aprende a volar.