Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Elogio del fracaso. Séptima parte

por La Columna del #CoronelPakez



Hemos hablado del poder y del éxito y hemos visto que el ser humano más poderoso tiene el mismo poder que una hormiga. Seguramente, mucho menos desde un punto de vista galáctico. Desde un punto de vista cósmico –incluyamos, pues, todas las galaxias conocidas y desconocidas- el hombre más poderoso del planeta se parece bastante a un neutrino de segunda, ya sabe, una de las muchas partículas subatómicas.

El éxito es un bonito espejismo. Los hombres, sedientos de algún tipo de trascendencia –a nadie le apetece morir-, corren como desesperados hacia el oasis del éxito y, cuando llegan, se encuentran con un lugar tan vacío como el propio desierto en que han convertido su miserable vida.

La causa de todos estos males es sólo una y se llama “usted”. Bueno, o yo. “Yo” quiere decir yo mismo, el que esto escribe; y también quiere decir el “yo”, eso que los autores de libros de auto-ayuda se empeñan en agigantar, convenciéndole de que usted, o yo, seremos capaces de no se sabe cuántas proezas, y de que alcanzaremos el espejismo del éxito en dos tardes.

Pues no. Lo que uno tiene que hacer con su “yo” es destruirlo a toda velocidad. Ese “yo”, en la inmensa mayoría de los casos, es una construcción ficticia, un ídolo lleno de las mentiras que usted se ha creído sobre usted mismo; vacío de los defectos que no se atreve a aceptar; y repleto de los tejemanejes que se monta para no admitir que usted es como es y no como le gustaría ser. Su “yo” no es usted. Su “yo” es un muñeco fabricado por usted mismo con elementos del pasado y del futuro. Su “yo” no existe, pero usted lo protege y lo defiende con uñas y dientes porque se cree que sin ese “yo” usted sería como un caracol sin concha o como un cojo sin muletas.

-Oiga, ¿y cómo destruyo el “yo”?

Usted solito no va a poder. Es decir, podrá hasta el punto en que le duela. Hasta el punto en que se vea desnudo. Usted nunca querrá verse desnudo y correrá a ocultarse, como se dice que hicieron Adán y Eva. (Un relato que puede usted creer o no, pero que ofrece muchas claves sobre el comportamiento de los hombres y de las mujeres. Recuerde que el cobarde de Adán escurre el bulto y culpa a la mujer. Pero esta es otra historia y no nos gustaría perder el hilo argumental).

Usted no podrá deshacerse de su “yo”. Tendrán que arrancarle esa coraza a base de fracasos. Tendrán que destruir ese ídolo a golpes de humillación. Tendrán que recordarle, con dolor, que es usted una hormiga. Es decir, tendrá usted que familiarizarse con un concepto que no cita ningún autor de libros de auto-ayuda y que los autores de manuales de espiritualidad tergiversan como demonios.

Estamos hablando de la humildad.

Le resulta desagradable, ¿no es cierto? Lee usted la palabra “humildad” y crece en su interior, de repente, el rechazo hacia estas pobres líneas y la antipatía más profunda hacia el autor, que soy yo.

Humildad.

Humildad, sí, mi querida hormiga. Puede dejar de leer ahora mismo. Lo comprenderé. Sea usted quien sea, no es agradable leer palabras como “hormiga” o “humildad”. Si usted es político, actor, periodista, escritor, banquero o cualquier otra cosa que las hormigas consideran importante, estoy seguro de que ya ha dejado la lectura de estas líneas.

Humildad.

Noto, sin asomo de duda, cómo huyen despavoridos muchos de los lectores. No les voy a pedir que vuelvan. Es muy duro enfrentarse a solas con uno mismo y bucear en el interior de la conciencia –sí, esa vocecita familiar que usted tantas y tantas veces ha acallado, incluso con violencia-.

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