No apto para los duros de corazón
Advertencia: El siguiente texto no es recomendable para aquellos que son duros de corazón. Puede provocar gestos de perdón y misericordia, momentos de compasión y reconciliación. El autor de este blog no se hace responsable de las consecuencias que su lectura pueda tener en la salud espiritual de los lectores.
Testimonio del Padre Antonio Luli
Soy albanés y mi país apenas ha salido de las tinieblas de una dictadura comunista de las más crueles e insensatas, que ha dirigido su odio contra todo aquello que podía, de alguna manera, hablar de Dios. Muchos de mis hermanos en el sacerdocio murieron mártires: a mí, por el contrario, me ha tocado seguir vivo. Apenas había terminado mi formación, me arrestaron en 1947, tras un proceso falso e injusto. He vivido 17 años como prisionero y otros tantos de trabajos forzados. Prácticamente he conocido la libertad a los 80 años, cuando al fin, en 1989, he podido celebrar la primera misa con la gente. Pero al recorrer con el pensamiento mi propia vida, me doy cuenta de que ésta ha sido un milagro de la gracia de Dios y me sorprendo de haber podido soportar tanto sufrimiento.
Me han oprimido con toda clase de torturas. Cuando me arrestaron la primera vez me hicieron permanecer nueve meses encerrado en un cuarto de baño: tenía que acurrucarme encima de los excrementos endurecidos, sin lograr jamás extenderme completamente, tan estrecho era aquel sitio. La noche de Navidad me hicieron desvestir en este lugar y me ataron a una viga, de tal modo que podía tocar el piso sólo con la punta de los pies. Hacía frío; sentía el hielo que subía a lo largo de mi cuerpo: era como una muerte lenta. Cuando el hielo me estaba llegando al pecho grité desesperado. Mis guardias corrieron, me golpearon y luego me tiraron al suelo.
Con mucha frecuencia me torturaban con la corriente eléctrica: me metían dos alambres en los oídos. Era una cosa horrible. Durante un tiempo me amarraban las manos y los pies con alambres, y me echaban al suelo en un lugar oscuro, lleno de grandes ratas que me pasaban por encima sin que yo pudiera evitarlo. Llevo todavía en mis muñecas las cicatrices de los alambres que se me incrustaban en la carne. Vivía con la tortura de permanentes interrogatorios, acompañados de violencia física. Recordaba entonces los golpes sufridos por Jesús al ser interrogado por el Sumo Sacerdote.
Al salir de la prisión, me enviaron a trabajos forzados como obrero en una finca estatal: me pusieron a trabajar en la recuperación de los pantanos. Era un trabajo fatigoso y con la poca alimentación que teníamos se nos reducía a gusanos humanos: cuando uno de nosotros caía extenuado, le dejaban morir. Pero en aquella etapa logré decir misa de manera clandestina y sólo desde el ofertorio hasta la comunión. Conseguí un poco de vino y algunas formas, pero no podía confiar en nadie ya que si me descubrían, me hubieran fusilado. En este trabajo en los pantanos estuve 11 años.
El 30 de abril de 1979 me arrestaron por segunda vez. Me daba cuenta que me dirigía a un nuevo calvario; pero de improviso la desolación dio paso a una extraordinaria experiencia de Jesús. Era como si Él estuviera allí presente, de frente a mí, y yo le pudiera hablar. Fue determinante para mí. Comenzaron de nuevo las torturas y otro proceso: el 6 de noviembre de 1979 me condenaron a morir fusilado. La causa que adujeron fue sabotaje y propaganda antigubernativa Pero, dos días después, la pena de muerte fue conmutada por 25 años de prisión.
Así ha trascurrido mi vida, pero jamás he albergado en mi corazón sentimientos de odio. Después de la amnistía, un día me encontré con uno de mis torturadores, sentí el impulso interior de saludarlo y lo besé.