El pan para el camino
En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor así grande que nos nutre con Sí mismo (Papa Francisco)
Hace ya unos años, yo estaba ayudando en una parroquia de un pueblo de Madrid, cuando un domingo del mes de julio llegué para celebrar la Misa, y me encontré con la sorpresa de que un niño hacia la primera comunión. ¡Atiza!, pensé, tengo que improvisar en diez minutos una homilía para esta ocasión.
Se me ocurrió utilizar la película “El señor de los anillos” para hablar a aquel niño de la importancia de la Eucaristía. Y comencé la homilía preguntando: “¿Seguro que has visto “El señor de los anillos”? La respuesta fue inmediata: ¡no! ¡Atiza!, volví a pensar, me acabo de quedar sin argumento para la homilía. En fin, salí como pude de aquella y celebramos la primera comunión con toda la solemnidad posible.
Cuento todo esto porque cuando estaba pensando la entrada para el blog de hoy, con ocasión de la fiesta del Corpus Christi, también me venía a la memoria “El señor de los anillos”. Es una película, y sobre todo la novela de Tolkien, cargada de símbolos cristianos. Y uno de ellos es “el pan de los elfos”, una especie de tortas que llaman el “pan para el camino”.
Hay una escena, en la tercera parte de la película, en la que están los protagonistas hambrientos y sólo encuentran en sus mochilas el pan de los elfos. Después de un duro camino, con multitud de peligros, cuando están agotados y parece que no les quedan fuerzas para continuar, el único alimento que tienen y que no se ha estropeado es “el pan para el camino”.
Desde que leí el libro y después cuando vi la película, esa imagen del “pan de los elfos” me pareció una preciosa alegoría de la Eucaristía, Pan de vida eterna, alimento para el camino y sustento en la vida cristiana. ¿No sé si somos conscientes de la suerte que tenemos? Porque no es un alimento cualquiera. La fe nos dice que ahí, en la Eucaristía, está el Cuerpo de Cristo, realmente presente, que se parte y se reparte para que tengamos vida.
Entonces, si es algo tan fundamental y tan importante, “fuente y culmen de la vida cristiana”, dirá el Concilio Vaticano II, ¿cómo me preparo y acudo a la celebración de la Eucaristía? ¿Soy realmente consciente de lo que significa participar en la Comunión? Y si realmente es Comunión, ¿cambia mi vida en algo? Y si es el sacramento de la caridad, ¿me lleva a relacionarme de forma distinta con los demás?
Son preguntas que me hago. Porque cada vez que llega esta fiesta, esta gran fiesta, me cuestiono, como sacerdote, si realmente soy consciente de todo lo que significa tener a Cristo en mis manos y repartirlo como alimento. La respuesta, la tengo clara, y es “no”, no soy todo lo consciente que quisiera ser y espero, que el próximo año, me vuelva a hacer las mismas preguntas, para no acostumbrarme a algo tan grande.
Jesús nos dona este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el verdadero alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida bajo la especie del vino. No es un simple alimento con el cual saciamos nuestros cuerpos, como el maná. El Cuerpo de Cristo es el Pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la sustancia de este pan es Amor.[1]
[1] Papa Francisco, Homilía en la Misa del Corpus Christi (19 junio de 2014)