Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Elogio del fracaso. Cuarta parte

por La Columna del #CoronelPakez

 

 


No se gana mucho dinero honradamente. Olvídese.

Conozco personas que han ganado dinero trabajando honradamente. Pero no han ganado mucho, muchísimo dinero. Muchísimo dinero es muchísimo dinero, usted ya sabe lo que quiero decir. Sin embargo, incluso esas personas que han ganado dinero, o mucho dinero, con su trabajo honrado, alguna vez han tenido que hacer cosas que, digamos, bordeaban los límites de aquello que es moralmente correcto. O han dejado hacer a otras personas cosas que estaban claramente fuera de los límites de lo que llamaríamos honestidad profesional. No se puede andar demasiado cerca del dinero sin que este dios avaro y orgulloso te manche de algún modo imperceptible. Lo que sí puedo asegurarle es que toda cantidad indecente de dinero está manchada de sangre humana. No es necesario que se cometan asesinatos: bastan unos despidos para mejorar la cuenta de resultados de la empresa; basta una triquiñuela para deshacerse de un par de socios; basta con apretar hasta la asfixia a aquel proveedor; basta con poner el dinero por encima de cualquier otro principio para que el dinero se cobre, con despiadada puntualidad, su precio en sangre humana.

De modo que trabaje usted con tranquilidad para ganarse el pan, el suyo y el de sus hijos, si los tiene. El empresario tiene la obligación de pagarle. Si no lo hace, lárguese y denúncielo y busque otro trabajo. O monte cualquier negocio que le permita ganarse la vida. Volver al campo y cultivar un pedazo de tierra y cuidar unas gallinas, siempre ha sido una buena opción.

Si usted cree que tiene una buena idea, intente concretarla. Las buenas ideas, como las buenas intenciones, si no se concretan no sirven para nada. Ya sabe que el infierno está lleno de buenas intenciones y de buenas ideas sin concretar. Si no tiene una buena idea, no pasa nada: la mayoría no tenemos buenas ideas, o no tenemos ideas en absoluto. Los que tienen ideas todo el rato viven en mundos paralelos y suelen perderse los perfumes de las rosas y las puestas de sol y las sonrisas de sus hijos. Si tiene una buena idea y no la lleva a la práctica, tampoco pasa nada: quede con unos amigos para cenar y tomarse algo y les cuenta su idea; lo pasarán muy bien y no harán daño a nadie.

Trabaje si puede en aquello que le gusta, aunque no le extrañe que no le guste nada especialmente. Hay muy pocos afortunados que saben lo que les gusta y tienen la suerte de ganarse la vida con su afición. Procure, eso sí, que le acabe gustando aquello que hace: aunque le parezca aburrido y monótono ningún día es igual a otro, ningún momento es igual a otro. Y, sobre todo, ningún momento vuelve. Lo que ha vivido ya lo ha vivido, no hay marcha atrás ni repetición de la jugada. Por lo tanto viva cada momento con toda la intensidad y con toda la calma de que sea capaz. Yo mismo, ahora, estoy tecleando en este ordenador demasiado deprisa. Si lo hiciera más despacio, me daría cuenta de la maravilla que tengo ante mis ojos: le doy a unas teclas y, como por arte de magia, aparecen unas letras sobre una pantalla en blanco que se va llenando de palabras. Si tecleara más despacio es muy probable que escribiese mejor, pero no quiero ganar el premio Nobel –ni siquiera sé si quiero publicar este librito-, usted ya me entiende. Lo único que quiero es decirle que viva tranquilo porque, en realidad, hay muy pocas cosas que deban preocuparnos.

Se fomenta la preocupación. Y ésta es la base del negocio de las aseguradoras. Juegan con el “por si pasa algo” con un descaro que produce vergüenza ajena. Juegan a hacerle creer que usted puede controlar su vida y sus circunstancias, lo cual, lo repito, es una enorme falsedad. Que usted y yo sigamos vivos no depende de nosotros. Que nos pongamos enfermos o que permanezcamos sanos no depende de nosotros. Y cuando caigamos enfermos, la aseguradora, si la cosa es grave, se deshará de nosotros a las primeras de cambio, después de subirnos la cuota a niveles estratosféricos.

Y ya que hablamos de salud: viva feliz y olvídese del colesterol, del azúcar y de la tensión arterial. Las farmacéuticas y los médicos suben cada poco los niveles que consideran razonables para que usted crea que está enfermo y necesita una pastillita. El negocio de las pastillitas es uno de los que hace ricos a los avariciosos del hormiguero.

No haga deporte. No. No haga deporte. Es malo para su salud y para su mente. El hombre está hecho para caminar. Si estuviera hecho para correr sería un guepardo. Pero incluso los guepardos duermen o descansan más tiempo del que pasan corriendo. Los animales sestean mucho y, en general, sólo se mueven para conseguir comida. Ninguno de nosotros conseguirá la bella musculatura de un león por más horas que pase en el gimnasio. Otra cosa es que a usted le guste correr o jugar a la petanca. Hágalo en paz, por supuesto. A mí lo que me da mucha pena es ver a tipos embutidos en chándales y camisetas “técnicas” de dudoso gusto, galopando como posesos, en un estado de cuasi crisis cardiorrespiratoria, por las calles de nuestras ciudades. Cualquier hormiga en su sano juicio diría que eso es una animalada. Se trata, lo ha adivinado, del lavado de cerebro al que nos han sometido los fabricantes de material deportivo: si la gente no corriese, ellos no venderían nada. Nos hacen creer que les importa nuestra salud y nuestra felicidad, lo cual es una manera muy ingeniosa –lo reconozco- de llamar a los beneficios antes de impuestos de una empresa.

Por lo tanto, no se crea la publicidad, ni la publicidad de los bancos, y no gaste más allá de lo que puede permitirse. Le están creando falsas necesidades. No hace falta tener un coche tan potente como uno de competición para ir a trabajar o para ir a la playa. En realidad, no hace falta tener coche. Camine usted o use la bicicleta o coja el autobús. O, simplemente, quédese en casita tan ricamente.

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