Pederastia y paganismo
Hace pocos años, y aún colea, se montó una burda campaña de descrédito de la Iglesia Católica, que apuntaba directamente al Papa Benedicto XVI, basada en los contados casos de pederastia protagonizados por algunos sacerdotes. Me alegró en su momento porque quienes la instigaron y quienes la corearon daban a entender que presuponían un comportamiento ejemplar del clero, lo cual es de agradecer y es muy cierto: los representantes de Dios en esta tierra deben mostrar siempre un comportamiento ejemplar. No se espera lo mismo de los profesores de gimnasia, o de los entrenadores de equipos infantiles, pero no caeré en la tentación de condenarlos como grupo humano porque unos cuantos de ellos –porcentualmente muchos más que los sacerdotes- abusen de los niños. Por otra parte, los mismos que condenan a la Iglesia por el tema escabroso de la pederastia pretenden legalizarla hoy en algunos países europeos, son esas contradicciones tan típicas de la progresía.
Hay quienes braman contra la Iglesia por estos abusos. No quiero creer que prefiriesen ver a sus hijas prostituidas por miles en los templos paganos de la antigüedad clásica, o a sus hijos inmolados en los altares de Moloch o de los dioses aztecas, tan indígenas. Cualquiera puede observar, salvo los progres y los ateos jovencitos, que un culto que prostituye a las hijas y asesina a los niños sólo puede recibir el calificativo de demoníaco. Liberar al hombre del culto a los demonios y a las fuerzas indómitas de la naturaleza fue una de las aportaciones más decisivas del cristianismo. Sólo así puede entenderse la rápida conversión de pueblos enteros en el continente americano y su rápida difusión en el Mediterráneo y en el Próximo Oriente. Podríamos añadir que la abolición de la esclavitud y la mal llamada actualmente “liberación de la mujer”, que no es más que concederle la categoría de dignidad humana que posee como el hombre, se deben a la semilla liberadora del mensaje de Cristo. Tomar párrafos sueltos de las Cartas de San Pablo para calificar al Evangelio de misógino –y no hacerlo con la masiva prostitución ritual- sólo indica mala fe e incultura. Sin embargo, debemos aceptar que los Padres de la Iglesia tuvieron, ciertamente, grandes dificultades para cristianizar determinados elementos bíblicos, consecuencia de las influencias lógicas de las culturas circundantes contemporáneas del pueblo hebreo.
Las religiones precristianas, incluyendo las mitologías griega y romana, influyeron de manera muy importante en el cristianismo. No sólo eso: la Biblia está plagada de referencias y de elementos de otras religiones próximas. No es nada extraño. Descalificar como religión plagiada al cristianismo por estas influencias es exactamente lo mismo que descalificar a Velázquez porque bebió en las geniales fuentes del arte de Tiziano. O es lo mismo que denigrar a Picasso porque el cubismo es un invento que ya se encuentra en Cézanne y que crea en su forma original Juan Gris. Velázquez no es menos genio por la influencia de Tiziano y Picasso no es menos genial y único por la influencia de Juan Gris.
El cristianismo surge de una tradición y una síntesis, si lo tomamos sólo desde el punto de vista antropológico y cultural. Desde el punto de vista de la fe, surge de la encarnación, de la conversión en realidad histórica, de todos los mitos precedentes, en especial de aquellos que hablan de un “dios del grano” que viene a la tierra, muere y resucita, ya presente en las religiones de Súmer, de Babilonia, de Siria. Zacarías cita, por ejemplo a Hadad Rimón, diosa de la vegetación, que nace, muere y resucita, y cuyas ceremonias de duelo eran muy conocidas en Israel. Remitiría aquí a la lectura de Clive Staples Lewis, pero no creo que los ateos jovencitos tengan ningún interés y quienes los manipulan no están interesados tampoco en la verdad, sino tan sólo en el odio frío, la maquinación criminal y el descrédito demoníaco de Aquel que se encarnó y de su obra en la tierra: la Santa Iglesia Católica.