Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Elogio del fracaso. Tercera parte

por La Columna del #CoronelPakez

 

¿Se ha fijado usted en un hormiguero? Es una comunidad pequeña, muy pequeña realmente. Un charco en el suelo, a los ojos de una hormiga, es el lago Michigan. El estanque de un jardín urbano es el mar Mediterráneo. Las montañitas de arena que hacen los niños pueden parecerle a la hormiga las cumbres de Navacerrada y, desde luego, un cerro tiene las proporciones del Everest. Imagine que hay hormigas buenas y malas. Imagine que las malas conspiran, secuestran y matan para alcanzar el poder en el hormiguero. Imagine que hay hormigas avariciosas que acumulan reservas de comida o de otras cosas –son las hormigas millonarias-. Imagine que hay hormigas que desean conquistar hormigueros vecinos, hormigas imperialistas. Imagine a las hormigas intelectuales tratando de imponer a sus congéneres sus ideas y su modelo de sociedad en el hormiguero y en todos los hormigueros del planeta. Imagine cuánto afán para ser…¿Los reyes de un hormiguero o de muchos hormigueros? ¿Los más ricos de un hormiguero? ¿Los más listos de un hormiguero?

Bien. Considere que el planeta Tierra es casi infinitamente más pequeño que un hormiguero en comparación con la casi infinita extensión del universo conocido. Si añadimos lo que nos queda por descubrir del cosmos, la proporción se reduce a la de una partícula subatómica. El planeta es como un protón en un mar inmenso de galaxias. El planeta, además, es un bola de magma incandescente que viaja a gran velocidad alrededor de una especie de bomba atómica múltiple y gigantesca que llamamos sol. El planeta dispone, sí, de una corteza fina pero muy agradable a la vista en su mayor parte, que posibilita la existencia de vida.

Sin embargo, a nadie parece importarle un comino lo que acabo de contarle. Encuentran normal viajar en una bola de fuego en medio del espacio sideral y encuentran normal romperse los cuernos por ser los reyes del hormiguero. Nadie se ha molestado en coger una enciclopedia y ver quiénes eran los tipos importantes de, pongamos por caso, la Argentina en 1867. Si están en la enciclopedia, nadie se acuerda de ellos. Como nadie se acuerda del gobernador de una provincia del imperio persa del año 359 de nuestra era. Como nadie recuerda quién era el Bill Gates de los hititas o de los asirios. Nada queda de la gran Babilonia salvo un montón de polvo y piedras. Nada queda de Nínive. Poquita cosa de Cartago. Y del antiguo Egipto, 6.000 años de historia, nadie recuerda el nombre de algún rico empresario de la época o de algún comerciante, a menos que se citen en papiros con relación al faraón de turno. Generaciones y generaciones de hormigas constructoras de hormigueros con forma de pirámide que viven en el anonimato milenario de las arenas del desierto, gentes que van y vienen y desaparecen de la orilla como las olas del mar. Nada. O casi nada.

Y entonces aparece el autor de libros de auto-ayuda a decirle que dedique su vida a perseguir el éxito y a triunfar. Y se permite la desfachatez de decirle cómo se hace.

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