Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Un millón de crímenes, borrón y cuenta nueva

por Lolo, periodista santo

UN MILLÓN DE CRÍMENES, BORRÓN Y CUENTA NUEVA

7 reportajes sobre la GRACIA

Manuel Lozano Garrido
PAX (No fechado)

La policía ha descubierto los cuerpos en la cuneta de la carretera: Claire Dupont y Antoine Mery. Pisadas, el casquillo de una bala, un maletín saqueado. El hombre tiene la cartera vacía. La policía indaga. Un granjero vio pasar a un hombre moreno hacia las nueve de la noche. El dueño del bar, en la encrucijada le sirvió café. Coinciden las señas. Otro oyó el ruido de un disparo que confundió con un neumático. Y la red se estrecha sobre el detenido. Al fin, Sylvain Dhoert es encontrado mientras descansaba junto a la autopista de Ostende.

Ahora, Sylvain se derrumba sobre la silla desvencijada de la Comisaría mientras los interrogatorios abrasan su memoria. Y los nervios estallan:

- Sí; yo fui. Les maté para robarles.

Algún tiempo después, la justicia tiene en marcha su poderoso mecanismo: Sentencia: a muerte. Indulto: denegado. Sylvain Dhoret será ajusticiado en la mañana del día…

SISTEMA JUDICIAL

Estaba listo el hombre si se aplicase a él mismo, en el plano de los delitos morales, del pecado, el mismo mecanismo de justicia que él ha inventado y puesto a punto para los demás. Si tropezase con su propio rigor. Si por un solo y grave delito estuviera ya destinado a ser separado para siempre de la sociedad, en el presidio o en el campo de trabajo, o separado de su más preciado bien: la vida. ¡Sí; listos estaríamos...!

«Cada hombre debe meditar que todas las acciones divinas hay que apostillarlas con las cuatro letras prodigiosas de la palabra “amor”»

Y, sin embargo, un adulterio, una blasfemia, un asesinato moral, son pecados muy superiores a las faltas que castiga habitualmente el Código. Estas son faltas contra el hombre y la sociedad. Aquellas son faltas contra el dueño de los hombres y de la sociedad.

Grave es que Dios diga “no lo hagas” y el hombre lo haga, rebelde sin excusa. Grave es que el hombre se encare con la Ley. Pero es aún más grave cuando lo cierto es que cada hombre debe meditar que todas las acciones divinas hay que apostillarlas con las cuatro letras prodigiosas de la palabra “amor”. Nacimos como una proyección misericordiosa, en el exceso del amor de Dios, un amor que es dar y recibir, y que exige quien dé y quien reciba. Y la libertad hay que encajarla también como una valoración del sentimiento de correspondencia. A Dios le mueve el deseo de vernos en el camino libre, el bueno. Y quiere que seamos buenos libremente, como permite que seamos libremente malos. Este don, la libertad, es lo único que el hombre trae al mundo, y ni siquiera esto es suyo, pero sí que es el arca del tesoro del que el hombre ha de extraer lo necesario para su sustento moral.

LA MANO QUE ESPERA

El hombre ha de amar libremente, y esto es lo que importa a la hora de buscar la misericordia. Porque, digámoslo: La justicia de Dios es mucho más amorosa que la justicia de los hombres. En tanto vive, el hombre está a tiempo. Cien veces, mil veces, un millón de veces que caiga, tendrá ante sí la mano fuerte que le aupará hasta el amor. La mano de Dios. Ni siquiera un millón de pecados mortales cierran a un hombre la puerta del cielo. ¿Qué haríamos con un hombre que hubiese cometido un millón de asesinatos físicos? Pues el hombre puede hacer borrón y cuenta nueva. Sólo se nos pide amor. Ya sabe el Padre que somos humanos, y débiles, y que nuestra naturaleza está corrompida y debilitada por el pecado. Pero la gracia que se adquiere por el BAUTISMO –que nos hace ser la Iglesia- y la fortaleza de la gracia que se madura en la CONFIRMACIÓN, dejan abierto el camino para que el hombre, en uso de la ayuda sobrenatural del sacramento, pueda dolerse de sus pecados, arrepentirse de ellos. Confesarse y buscar la enmienda con grandes posibilidades de hallarla.

AMOR Y DOLOR

«El perdón será más hermoso cuanto más amor pongamos en el dolor que ha de rasgarnos, de arriba abajo, con la vergüenza de haber perdido la amistad de Dios, la gracia santificante»

Sí; sólo se nos pide amor. Contrición. Sentimiento de haber ofendido a Dios bien pensado que Dios es amor y no merece este trato nuestro. Pero tan es amor, que ni siquiera nos exige amor perfecto. Y se contenta con el mínimo: con la atrición, con el temor a perder la herencia del cielo y a ganar, en mal cambio, la condenación eterna. ¿Qué juez humano se contentaría cuando Sylvain Dhoret dijese: “Siento haberles matado porque por ello iré a la cárcel”? Ni siquiera se contentaría si Sylvain exclama: “Siento haberles matado porque eran buenas personas y amigos míos y yo les tenía sincero afecto”. Pero Dios, sí. Y el perdón será más hermoso cuanto más amor pongamos en el dolor que ha de rasgarnos, de arriba abajo, con la vergüenza de haber perdido la amistad de Dios, la gracia santificante.

CRISTO ESPERA

Cualquier día de estos el presidente Eisenhower se entrevistará con Niñita Kruschef. Conferencia en la cumbre. Y, sin embargo, este encuentro es muy inferior en categoría, en importancia, al que se realiza muchas mañanas en la soledad silenciosa de los templos cuando un hombre, dolido, decide acercarse al Cristo que espera en el confesonario para decir sencillamente en qué y como y cuantas veces le ha ofendido, y cómo desea de veras ser bueno y encontrar la fuerza necesaria para perseverar en su deseo. El cristiano piensa muchas veces en la confesión como simple vaciadero de sus pecados. Y no medita bastante en lo que la confesión tiene de encuentro con Dios.

Fórmula de la absolución

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y que derramó el Espiritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

La pasión de Nuestro Señor Jesucristo, los méritos de la B. V. María y de todos los Santos, el bien que puedas hacer y el mal que puedas sufrir, te sirvan para remisión de tus pecados, aumento de gracia y recompensa de vida eterna.

EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

Diccionario de la penitencia

ATRICIÓN: Detestación del pecado por miedo a los castigos.

CONFESIÓN: Decir todos los pecados mortales aún no confesados.

CONTRICIÓN: Detestación del pecado por amor de Dios.

EDAD: Se puede recibir la penitencia desde la edad en que se pueden cometer pecados. Al llegar al uso de razón hay que confesar al menos una vez al año.

EXAMEN: Hacer memoria de los pecados mortales no confesados.

FÓRMULA: En caso urgente de necesidad vale esta: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.

MINISTRO: Sólo el sacerdote.

OCASIÓN: Circunstancia externa que nos ofrece la oportunidad y nos impulsa a pecar.

PECADO: Libre transgresión de la ley de Dios.

POTESTAD: La tienen aquellos a los que se dijo: “A los que perdonáreis los pecados, les serán perdonados, y a los que se los retuviereis, les serán retenidos”.

PROPÓSITO: Firme voluntad de no volver a pecar.

SATISFACCIÓN: La obra penosa –a veces, bien poca cosa- que nos impone el confesor para satisfacer a Dios por la ofensa que le hemos hecho.

SIGILO: Obligación de guardar bajo secreto gravísimo las cosas oídas en confesión.

Estimado lector, puedes conocer mejor al beato Manuel Lozano desde:

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