Dios salió al encuentro de Carmen Laforet
Dios salió al paso de Carmen Laforet
Cruzada nº 34-35, julio-agosto 1955
Aunque Carmen Laforet no se hubiera llevado limpiamente el considerable premio Menorca, la hubiéramos traído también a estas columnas. Las circunstancias de haber conocido detalles relativos a cierto proceso espiritual que la autora de “Nada” no ha regateado en calificar como de conversión sin paliativos, pesaba mucho en nuestro deber para con los lectores. La actualidad, por lo tanto, de la distinción no viene sino a prestarnos un buen servicio periodístico.
NACE EL NADAL
La Epifanía no es sólo una fiesta de generosidad para con los niños. Desde hace once años, en la noche de este día se publica el resultado de un certamen por el que los Magos extienden su prodigalidad a las gentes de letras. Si después el Nadal ha sido superado en cuantía, no así sucede en un prestigio que le permite aún ostentar el rasgo de primer gran concurso español de literatura.
Si hubiera que detenerse en las causas de este fenómeno, es cierto que no andaría muy lejos Carmen Laforet, su primera ganadora, cuyo nombre, hasta la noche de Reyes de la primera convocatoria, apenas si había sonado en alguna otra ocasión y, si acaso, como triunfadora de un fugaz concurso periodístico. La juventud de Carmen –veinticuatro años entonces-, su estilo conciso, ágil y asequible del que no está exento el periodista y la originalidad de su concepción novelesca centraron en la escritora y, como resonancia, en el mismo Nadal, un interés que desbordaba el del mundillo literario.
Con toda su inexpresividad, no pudo haber título más explícito que el de la primera novela de la autora catalana. Si nada sensacional ocurría en su desarrollo, de este vacío participaban las características espirituales de los personajes, de los que estaba ausente toda religiosidad, y el fondo de la obra, mejor dicho, la ausencia de él, -nada en el fondo- que cabe sintetizar en la búsqueda a ciegas de una razón material para las cosas que, como la autora ha dicho, sólo se encuentran en Dios.
Sin embargo, al margen de su amoralidad y de los peligros consiguientes, “Nada” alcanzó una difusión que para sí la quisieran muchos escritores de campanillas; dieciocho ediciones y su versión al francés, italiano, portugués, alemán, sueco, holandés y danés.
A los muchos méritos y deméritos de Carmen Laforet, cabe agregar también el valor de su serenidad, que no pudo alterar el incentivo del éxito. Tal vez su triunfo radique en la paciente elaboración de sus obras, que nada puede variar. Así, dice mucho el que entre sus dos obras iniciales medie un espacio de ocho años, y que en sus once de novelista sólo hayan visto la luz tres obras, aun incluidas las galardonadas con los premios Nadal y Menorca. Por el contrario, su producción menor carece de esta premiosidad y se ofrece en proporción considerable.
“La isla y los demonios”, su segunda gran novela, fue dada al público hace tres años, y con ella alcanzó la madurez su genio de novelista, al par que se daba paso a una nueva característica negativa: la sensualidad. Toda ella está embebida de un tinte amargo y pesimista, a tono con el tremendismo actual, por el que las criaturas viven en una zarabanda de pasiones sin posible liberación. No obstante, entre este cúmulo de brumas se pudo apreciar, ya al publicarlo, un algo –“como si se atisbara en el horizonte celajes de un amanecer”- que presagiaba la evolución posterior de la autora, que, según confesión propia, no se consideraba una mujer católica, creía en Dios vagamente, sin centrarlo en una religión determinada, y no iba a misa ni se preocupaba de la cuestión religiosa. Precisamente fue a raíz de este libro cuando tuvo lugar la transformación. Pero será preferible hacer una transcripción del relato que nos puso en conocimiento.
IBA A ECHAR UNA CARTA
Yo venía siguiendo con interés los artículos que Carmen publica en “Destino”, de Barcelona. Me llamaba la atención poderosamente un sensible cambio en su pensamiento, que a ojos vistas le acercaba a la fe. Pero un día tuve, en Madrid, que hacer una visita a la casa de ejercicios y, al entrar, me tropecé en un pasillo con un grupo de mujeres ejercitantes que salían de la capilla. Cierta cara me interesó vivamente porque encontraba determinados rasgos conocidos. Sólo al rato pude identificar a la autora de “Nada” y, al insistir a la Superiora, me habló del deseo de algunos ejercitantes de conservar el anónimo. Pero mi curiosidad no se rendía a las evasivas y exclamé:
-“Sin embargo, yo he visto ahí a Carmen Laforet”. Su contestación me llenó de sorpresa.
-“Pues si usted dice que la ha visto, yo…”- me dijo con un gesto que era toda una confesión.
Carmen volvió a insistir de nuevo en otros ejercicios y fue en ellos cuando quedaron aclaradas todas sus dudas. Se celebraron en Ávila y las explicaciones de don Baldomero la llenaron plenamente.
Al margen de este proceso, o más bien dentro de él, también existió el clásico minuto de luz en que cristaliza la conversión. Un día, en Madrid, Carmen tuvo que ir a depositar una carta en el Palacio de Comunicaciones. Por el camino iba embutida en los pensamientos que entonces la atormentaban cuando, de pronto, en su mente se hizo una luz meridiana. Todas sus vacilaciones quedaron entonces a un lado porque Dios había salido al paso del alma y se hacía imposible la resistencia. Ella ha resumido así estas circunstancias: “Mis pensamientos y mis sentimientos cambiaron radicalmente en poco tiempo. No se puede decir que sea un regreso a la fe, sino algo más portentoso: que ha sido la llegada. Dios, con su Gracia, ha querido que conozca un mundo que no conocía”.
AHORA, “LA MUJER NUEVA”
Cuando se supo la transformación espiritual se pensó en seguida en la repercusión que ello había de tener en su labor creadora. Se creía, y no sin fundamento, que las limitaciones naturales que imponen la profesión de fe podían restar vigor a sus relatos novelescos y se aguardaba con ansiedad la nueva salida de la autora. Que así no ha sido lo demuestra la elección, por el Jurado de Menorca, de “La mujer nueva” como la mejor novela presentada al concurso. Aunque la obra no es conocida, parece ser que ha sabido superar los obstáculos, abordando, por añadidura, un tema francamente confesional: la conversión de una mujer y las dificultades consiguientes, que acaban siendo orilladas con el apoyo divino.
Parece ser que la finalidad es ya aquí abiertamente apologética. “Me propongo –ha dicho a García Corredera- mostrar el catolicismo como vida, transformando totalmente la existencia de la persona. Un tema de altura espiritual, tratado de forma popular y vivo, asequible al lector de novelas policíacas”.
Entretanto que nos llega la obra nos queda pedir porque todos estos augurios tengan plena confirmación y que, como Paulina, la protagonista, Carmen Laforet sepa resistir a las dificultades y señuelos que puedan alejarla de este mundo portentoso que hasta ahora no conocía.