El Bautismo del Señor
Una gran luz se hizo y todo el derredor del río quedó iluminado por ella, al mismo tiempo que resonaba una Voz Divina; de las aguas brotó un gran fuego y apareció un coro de ángeles que cantó : “Baja Espíritu Santo. Baja Paloma Sagrada, Madre Divina” (dice madre porque en arameo “rouah”, espíritu, es femenino.)
De esta manera teatral describe el evangelio apócrifo de los Ebionitas y las pretendidas Actas de Santo Tomás, el bautismo de Jeshouah.
El precioso salterio del siglo XIII, de la princesa Ingeborg de Dinamarca, pinta al Señor sumergido en el río hasta medio cuerpo en tanto que San Juan lo bautiza con gesto hierático, ante unos inclinados ángeles, mientras el genio del río, oculto entre las olas, hace un gesto de asombro.
Contrasta con esta espectacularidad, la sencillez (una prueba accidental de su veracidad) del evangelio auténtico, que sin dejar de notar los prodigios de la escena, la narra con una naturalidad que convence al que no tenga prejuicios.
Debió ocurrir en uno de esos escasos instantes en que el Bautista estando solo se le acercó Jesús pidiéndole que lo bautizara. Juan, o porque ya lo conocía o por una revelación interior, se asombró e intentó disuadirle, arguyendo que era él y no Jesús el que debía ser bautizado. Pero, extrañamente, el Señor insistió y San Juan obedeció. Y al salir del río vio cumplida la profecía que ya conocía: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." (Jn 1, 33).
Porque en efecto, en ese momento abriose el Cielo, y el Espíritu Santo, en forma de paloma, descendió sobre la cabeza de Jesús, mientras en lo alto se oía una voz que decía:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.» (Mt 3, 17)
¡Momento de gloria en el que el Profeta alcanzó el culmen de su misión, recibiendo el sublime premio de que unos ojos de simple mortal fueran conscientes del más augusto de los misterios en forma sensible: sus oídos percibiendo al Padre Eterno, su mirada al Hijo Salvador y su corazón a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
El vuelco interior, la indescriptible sensación y lo inefable de la escena, nunca debieron de borrarse de la mente de San Juan y sin duda le acompañaron hasta la llegada del siniestro instante de su trágica muerte.
(Texto tomado del manuscrito del libro "Por fin, una vida de Cristo", del P. Miguel de Bernabé)
Los Tres Mosqueteros.