Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Navidad, Iglesia y Poder (1)

por Inversiones en esperanza

 Otro año  se acaba, y uno nuevo está a punto de empezar. Así que estas fechas navideñas constituyen para muchos un momento especial en el que hacer balance de los meses que pasaron y formular intenciones de cara a los que vienen. Normalmente la sensación es agridulce, ¿no es cierto? Claro que ha habido cosas magníficas en 2013, pero otras han sido muy duras. La crisis sigue y el mundo no mejora gran cosa. Los partidos políticos y los sindicatos parecen no enterarse de su descrédito y siguen con un discurso cada vez más alejado de las personas que los votan. Y, en fin, todos nos hacemos propósitos de mejora y enmienda (¡aunque solo sea eso de empezar a hacer ejercicio y estudiar inglés!).

En la Iglesia también. Este año ha sido muy interesante en el desarrollo de iniciativas relacionadas con la Nueva Evangelización, como el encuentro ENE, que va consolidándose como una de las referencias más importantes en nuestro país, y las iniciativas puestas en marcha en algunas diócesis pioneras, como las de Cádiz, Solsona o Alcalá.

¿Es esto suficiente? Parece ser que no, al menos en la percepción que la sociedad tiene de nosotros. Como institución, la Iglesia no es capaz de despegar de ese poco más de 3,5 de aceptación que le otorgan, desde hace algunos años ya, los sucesivos "barómetros" del CIS. Estamos en la parte baja de la tabla: a veces "cerca de los puestos de Descenso". Por otro lado, las estadísticas no hacen más que confirmar la percepción social que experimentamos quienes de continuo nos movemos en situaciones de "frontera", entre el mundo secular y el religioso. Lo peor de todo, lo que a mí más me duele, son los jóvenes, cada vez más lejos y (me temo) cada vez más hostiles.

Creo que los historiadores tenemos una cierta ventaja a la hora de entender esta situación: aunque el pasado no lo explique todo, sí que proporciona unas pistas muy dignas de tener en cuenta. La primera de ellas es que la Iglesia sigue siendo percibida socialmente como un "ámbito de poder", mucho más que de "servicio". ¿Es justa esta apreciación? Evidentemente no, pero sociológicamente es comprensible. ¿Por qué? Vamos a intentar dar una explicación muy sencilla, a pesar de la complejidad del tema, y de que la cosa viene de muy lejos...

A partir del siglo IV D.C. (especialmente a partir del año 380), la institución eclesial fue mimetizándose con las estructuras del Bajo Imperio Romano, una entidad en descomposición, y apúntalandolo, en cierta medida, desde dentro. Inevitablemente, este proceso no pudo hacerse sin asimilar una buena parte de la organización y, sobre todo, de la potestas que conlleva el ejercicio de la autoridad en la sociedad. De este modo, la capacidad para influir en la misma, e, incluso para obligar, fue instalándose no sólo en las estructuras de la propia Iglesia, sino también en su propia mentalidad.

Algunos teólogos medievales llevaron este principio a sus máximos teóricos, afirmando una unidad indivisible entre poder espiritual y temporal. Era la famosa teoría de las "dos espadas" (la religiosa y la secular) que deben funcionar al unísono, como una sola. Alfonso X, lo explica con gran claridad en la Introducción a la segunda Partida:

Por ende nuestro Sennor Dios puso otro poder tenporal en la tierra con que esto se cumpliese, assi como la iustiçia que quiso que se fiziese en la tierra por mano de los enperadores e de los reyes. E estas son las dos espadas porque se mantiene el mundo: la primera espiritual, e la otra tenporal. La espiritual taja los males ascondidos [escondidos] e la tenporal los manifiestos...."

No son meros conceptos caducos. En sus muy interesantes "Confesiones", el cardenal Tarancón afirmaba cómo en la España de los años 50 un obispo era considerado casi más que un ministro, y era recibido con todos los honores y agasajos en cualquier dependencia administrativa. Y sí que resulta difícil encontrar cualquier evento importante, en los viejos registros del NO-DO, en el que no se viera alguna mitra, ya fuera bendiciendo tropas o inaugurando pantanos o fábricas de coches. No ser católico, manifiestamente, en un Régimen que lo era de forma oficial, resultaba poco aconsejable. A un tío mío la Guardia Civil en persona le amonestó por trabajar en su huerta un domingo... Mi tío terminó militando en las filas del PC clandestino, desgraciadamente, y en la boda de su hija, que quiso casarse por la Iglesia, tuve que ser yo quien la llevara al altar.

La memoria personal suele tener un recorrido corto, pero la huella que dejan los acontecimientos en la memoria colectiva dura muchas décadas. Claro que es necesario comprender la perspectiva de un colectivo que había sufrido enormemente en el período comprendido entre 1931 y 1936, y a quien un "Nuevo Régimen", terminó por entregar amplísimos poderes para modelar "cristianamente" toda una sociedad. Claro que hacía falta una lucidez extraordinaria para no aceptar aquel regalo envenenado. Pero cuando, a partir de 1965, los sectores más avisados (entre ellos, el propio Tarancón) quisieron darse cuenta, era ya demasiado tarde. El poder es atractivo, y puede resultar muy útil, pero siempre (y sobre todo cuando es impuesto) conlleva una carga enorme de desgaste y de resentimiento.

Siempre digo a mis alumnos que los católicos estamos pagando toda esa historia, aunque, extrañamente, muchos parecen no ser conscientes. Por otro lado no sólo se trata de un problema español. El gran Jean Delumeau observaba ya en los 80 que algunos obispos con los que dialogaba "parecían no darse cuenta" de cómo y cuál había sido la verdadera historia de la Iglesia, y de lo que dicha historia pesaba, para bien y para mal, en el presente.

De hecho, éste punto toca de lleno en uno de los debates teológicos más importantes del último medio siglo. ¿Cuál tiene que ser el papel de los cristianos en la sociedad? Una vertiente de la antigua concepción ha evolucionado en la teoría de la "presencia". Básicamente esta consistiría en decir: "cómo institución (es decir representada por sus jerarquías), la Iglesia no debe detentar poder social de forma directa, pero sí debe intentar conquistar éste a través de sus organizaciones paralelas y de las movilizaciones de masas, de forma que el punto de vista católico influya lo máximo posible en la colectividad..." Así, muchos movimientos, tanto clericales como laicales, se lanzaron a lo largo del siglo XX a la conquista de poder e influencia social. "Si convertimos a los que mandan, la sociedad se regirá por valores cristianos. Si controlamos editoriales, universidades, instituciones benéficas y hasta Consejos de Ministros, de alguna manera haremos que El Reino de Dios se extienda por el mundo."

Algunas de estas iniciativas fueron, aparentemente, muy exitosas: han acumulado dinero, poder fáctico e influencia social. No seré yo quien deje de reconocer su influencia tan positiva en la vida de mucha gente, y en acercarlos a Cristo. Pero, en términos globales: ¿que han conseguido realmente? España vivió en un régimen de cristiandad forzado desde los años 40 hasta principios de los 60: hasta algunos creían que éramos la "reserva espiritual de Occidente", y un Presidente del Gobierno llegó a decir que "prefería quedarse solo con Cristo, y sin Europa, que con Europa y sin Cristo". ¿Qué queda de todo ello? ¿Uno de los países más "avanzados del mundo en materia social" (...como la entendían otro presidente, Rodríguez Zapatero, y sus ministras)? Hace unos pocos años me preguntaban en Francia: "¿Qué pasa con la Catholique Espagne?"...Elle est morte!  me dieron ganas de contestar...

No, no tengo nada en contra de la concepción de "presencia", de influir, como hacen todos, a través de los instrumentos del "poder"...

Pero ¿es ese el camino que espera el Señor de nosotros hoy?

¿No ha otra alternativa?

... De eso hablaremos, Si Dios quiere, en la segunda entrega de este artículo.

Un abrazo a todos... Feliz Navidad.

josue.fonseca@feyvida.com

 

 

 

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