El fascinante regalo de Benedicto XVI
Cuando se eligió al Cardenal Joseph Ratzinger como pontífice fue una alegría para todos, pues entendimos que con él se aseguraba la continuidad de la obra comenzada por Juan Pablo II. Claro estaba que no se esperaba de él esa fotogenia mediática que siempre acompañó al por poco tiempo todavía beato, pero todos sabían de su labor en la sombra como pilar fundamental en el que se apoyaba el papa venido de lo que entonces era “un país lejano”.
Lo que pocos podían sospechar es la firmeza y actualidad con la que un antiguo profesor de Baviera que parecía un papa de transición tomó el timón de la nave de Pedro, llevándola a surcar las profundas aguas de la Nueva Evangelización como si fuera la primera vez.
Y efectivamente, aunque Juan Pablo II había lanzado el concepto de una Nueva Evangelización hacía ya mucho, como gran visionario que era, su propuesta no había pasado todavía de la mente de todos.Hacía falta alguien que marcara una hoja de ruta, alguien que concretara la profética intuición del papa polaco.
Por eso cuando Benedicto XVI anunció en 2010 la creación del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización se produjo por fin la materialización de algo que muchos llevaban esperando. Un dicasterio, lo sabemos, no está para empuñar la cruz e irse a predicar a pie de calle, pero sí para apoyar, suscitar, comunicar y en la medida de lo posible coordinar lo que muchos en la Iglesia hacen.
Y con el dicasterio de la Nueva Evangelización así ocurrió. La idea de que había que retomar la llamada de Juan Pablo II cundió por toda la Iglesia, con tal fuerza que parecía que era la primera vez que se hablaba de Nueva Evangelización en la misma, porque por fin se veía una concreción de una intuición profética.
Pero hacía falta perspectiva, y eso es lo que Benedicto XVI dio cuando lanzó un año de la Fe y preparó una procesión que rememoraba la que en aquel 11 de octubre de 1962 se hizo para inaugurar el Concilio Vaticano II. En su homilía explicó que en el Concilio no faltaba nada, si acaso actualizarlo en la persona de cada evangelizador mediante una renovación de la fe, de ahí la necesidad de un año de la fe.
Estoy seguro de que la intuición de Benedito XVI será recordada en los libros de historia, porque como un Moisés que lleva al pueblo a la tierra prometida, fue capaz de guiarlo hasta la mismísima puerta de esa historia que comienza hoy, al día siguiente de la finalización del año de la fe.
Benedicto XVI se fue cuando más medallas podía ponerse recogiendo el fruto de lo que había lanzado, pues las primicias de los frutos de su propuesta ya se ven por todas partes. Eligió ser humilde, y actuando según la voluntad de Dios dejó paso al terremoto Francisco que viene para aplicar aquello que tan proféticamente anunció Juan Pablo II y tan pedagógicamente Benedicto XVI puso en su justa perspectiva histórica insertándolo en la agenda de la Iglesia de una manera práctica.
Muchos han querido ver en la sucesión de los tres papas cómo la esperanza (Juan Pablo II), la fe (Benedicto XVI) y la caridad (Francisco) se han concatenado en la providencia de Dios para iluminar aspectos fundamentales para el peregrinar del pueblo de Dios.
Como quiera que sea, Benedicto XVI se fue dejándonos el mayor regalo que un patriarca puede hacer a su pueblo, una tierra prometida para construir, la tierra la Nueva Evangelización, y es ahora que acaba lo que él empezó que podemos decir que gracias a él todo comienza (nunc coepi!)
Cuando escribo estas líneas aún no ha salido la exhortación apostólica fruto del Sínodo, y lloverán posts sobre la misma cuando se publique. Por eso es el momento justo de agradecer al papa emérito lo que viene, pues nada sería posible de no haber sido por él.
Es un tiempo de kairós, donde las perspectivas se concretan, donde se tomarán caminos y direcciones que en gran medida configurarán el rostro de la Iglesia para los años venideros. Algo ha pasado en el corazón de la Iglesia universal, algo sigue pasando, el Espíritu Santo está en acción.
Terminado el año de la Fe nos enfrentamos al vértigo del futuro, confiados en que Dios siempre envía los pastores adecuados y maravillados por la providencia que tiene para su Iglesia.
Gracias Benedicto XVI por habernos dejado el mejor regalo, por habernos ilusionado con la Nueva Evangelización y haber recordado a la Iglesia que la nave de Pedro surca la historia confiada porque Dios va marcando los tiempos, y sus pastores tienen el deber de guiarla así como el don de hacerlo asistidos por el Espíritu Santo.