Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Camino merece un linchamiento

por Ni un pelo de tontos

Como ya saben, los obispos españoles eligen estos días al sucesor (o sucesores) de monseñor Martínez Camino al frente de la Portavocía y de la Secretaría General de la Conferencia Episcopal. Y como suele ocurrir en estos casos, las quinielas mediáticas están a la orden del día entre esa subespecie de periodistas que se pasan la vida creando rumores y diciendo que la noticia es que se rumorea tal cosa. Después, que se confirme o no el rumor es lo de menos, y cuando lo que se confirma es que el rumor era un bulo, siempre se puede decir que "alguien ha evitado que esa situación se produjese". Cosas veredes.

Lo curioso es que entre los añastrólogos, hay algunos que aciertan casi siempre al adelantar los nombramientos; otros que dan en la diana sólo de vez en cuando; y alguno que es el mejor índice para saber cómo resultará el desenlace de su profecía..., porque siempre ocurre lo contrario de lo que aventura. O sea, que algún colega periodista hace una labor impagable: si dice que monseñor Z será nombrado para tal diócesis o tal cargo, entonces uno puede tachar a monseñor Z de la lista, y ya queda uno menos para ocupar ese cargo o ir a esa diócesis...

Con todo, lo malo no es lo de las quinielas, sino que algunos de esos periodistas no esconden su inquina, casi patológica, contra dos obispos en particular: monseñor Martínez Camino y el cardenal Rouco. Y ahora se están poniendo las botas a zurrarle la badana al aún Portavoz y Secretario General, hasta extremos que causan vergüenza ajena. (Y no tardarán en hacer lo mismo con el cardenal, porque en unos meses también se elegirá a su sucesor como presidente de la CEE).

Yo trabajo, aunque indirectamente, para el arzobispado de Madrid, así que alguno podrá tacharme de pelota. Algo que, como comprenderán, me importa muy poco, por no decir nada. Porque lo que me mueve a escribir estas líneas es un estricto sentido de la higiene mental, del decoro profesional y, sobre todo, de la comunión eclesial. 

Y es que lo que están haciendo con Martínez Camino ya clama al cielo: Está siendo un auténtico linchamiento, que además parece necesario, como si se lo mereciera. O sea, un ajusticiamiento en el cadalso mediático. Un repugnante ejercicio de matonismo periodísitco. Un nauseabundo ajuste de cuentas, más de agravios y manías subjetivas que de venganzas por desplantes reales. Un ejemplo digno de estudio en las universidades bajo el epígrafe: "Todo lo que no debe hacer un periodista que quiera ser respetado en su profesión" o bien "Manías persecutorias y otros trastornos del ser humano cabal".
A tenor de lo que algunos cuentan, parece que Rouco es un capo de la mafia y Camino es su esbirro criminal; causantes de todos los males de la Iglesia en España, de la secularización, del alejamiento de los alejados, del ateísmo de los ateos, de la incredulidad de los increyentes, de la heterodoxia de los heterodoxos, de la herejía de los herejes y, en fin, de haberle robado el carro a Manolo Escobar. Por supuesto, quienes firman  esos comentarios se tienen por seráficos portavoces del pueblo de Dios, probados en la virtud y acreditados por sus méritos periodísticos, en los que prefiero no entrar. Todo un cúmulo de virtudes que retrata más a quienes las firman que al obispo que pretenden retratar.

Y miren, no. Camino y Rouco tienen defectos. Muchos, seguramente. Estoy convencido de que podrían haber hecho su trabajo mejor de lo que lo han hecho. Pero oiga, es que son humanos. Igual que usted y que yo. Y desde luego, igual que otros obispos, a quienes algunas corrientes ensalzan como adalides del cristianismo y que han dejado sus diócesis esquilmadas de vocaciones y de católicos comprometidos, a diferencia de lo que ocurre en Madrid tras el paso del cardenal Rouco y su obispo auxiliar.

Ni Camino ni Rouco necesitan que se les defienda. Y, mucho menos, que lo haga yo, que encima me expongo a ser tachado de palmero a sueldo. Pero es que no me da la gana callarme ante un vapuleo tan injusto, tan poco caritativo y tan alejado a la misericordia que predica el Papa, y que además se realiza so capa de servicio a la Iglesia. No confundamos: una cosa es que Rouco y Camino hubieran podido hacer mejor su labor, y otra, que no lo hayan hecho bien. Así que el problema no está en lo que son Rouco y Camino, sino en que hay personas que ven en ellos una proyección de sus propias filias y  fobias, e incluso una justificación para sus pecados e incoherencias. Y para esa enfermedad alucinógena sólo conozco el remedio de la Mysericordina, que acaba de recetar el Santo Padre.

José Antonio Méndez
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