Con la mirada en los mártires de Tarragona
Escribo estas líneas aún bajo la impresión gozosa de mi asistencia, junto a otros 20.000 fieles, a las beatificaciones de Tarragona. Fue una grandiosa jornada, solemne y emotiva a un tiempo, en la que cielo y tierra se unieron para proclamar la santidad de quienes dieron su sangre por Cristo en la que ha sido la mayor beatificación en tierras españolas: 522 mártires que, en palabras del Cardenal Amato en la homilía de la ceremonia, constituyen “un extraordinario evento de gracia, que quita toda tristeza y llena de júbilo a la comunidad cristiana”.
El acontecimiento es verdaderamente extraordinario y se inscribe en esa lluvia de gracia derramada desde 1987 sobre la Iglesia en España. Extraordinario por cuanto durante muchos años parecía que era preferible no beatificar a los mártires españoles en aras de una pretendida “reconciliación”. Pero el Señor tiene sus caminos y fue Juan Pablo II quien, con verdadera prudencia, comprendió que sólo los mártires pueden ser causa de verdadera reconciliación.
Extraordinario también por su magnitud: es realmente inusual el hecho de que, a los más de mil mártires víctimas de la persecución religiosa de los años 30 del siglo XX en España ya beatificados se hayan unido ahora estos nuevos 522 testigos de Cristo. Obispos, religiosos, sacerdotes, seminaristas, laicos, padres y madres de familia; la mayoría de ellos jóvenes, aunque también hay ancianos, hombres y mujeres; en definitiva, la Iglesia en una amplia representación de todos sus carismas y estados. En palabras del Cardenal Amato, “Son todos víctimas inocentes que soportaron cárceles, torturas, procesos injustos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Es un ejército inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario para resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial”. No extraña que, en la misma homilía, se haya podido afirmar que “España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires”.
Creo que vale la pena fijar nuestra atención sobre algunas ideas expresadas en el mensaje de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española con motivo de estas beatificaciones y en la homilía del Cardenal Amato:
1. Frente a falsas “memorias históricas”, el Cardenal Amato habló claro del origen del odio desatado contra la Iglesia: “En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30, vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, destruyendo parte de vuestro precioso patrimonio artístico”.
2. ¿Cómo eran los mártires? Me consta que una de las experiencias que más han impactado a muchos ha sido la contemplación de los rostros de los mártires beatificados en Tarragona, expuestas por Forum Libertas. Rostros como los nuestros, muy cercanos, y que al mismo tiempo reflejaban un hondo amor a Cristo. Rostros que reflejan lo que eran: personas de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Virgen María. Fueron también valientes. Hicieron todo lo posible, a veces con verdaderos alardes de imaginación, para participar en la Misa, comulgar o rezar el rosario, incluso cuando suponía un gravísimo peligro para ellos o les estaba prohibido, en el cautiverio. Pero es que el amor olvida fácilmente las cautelas. Leemos en el mensaje de la Conferencia Episcopal que “Como Pedro, mártir de Cristo, o Esteban, el protomártir, nuestros mártires fueron también valientes. Aquellos primeros testigos, según nos cuentan los Hechos de los Apóstoles, "predicaban con valentía la Palabra de Dios" (Hch 4, 31) y "no tuvieron miedo de contradecir al poder público cuando éste se oponía a la santa voluntad de Dios: ´Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres´ (Hch 5, 29). Es el camino que siguieron innumerables mártires y fieles en todo tiempo y lugar." Es el camino que nos toca ahora seguir también a nosotros.
3. ¿Y por qué la Iglesia beatifica a estos mártires? Esto contesta el Cardenal Amato: “La respuesta es sencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los honra con culto público, para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda España”. Intercesión a todas luces extremadamente necesaria.
4. Invitación al perdón: en el mensaje de la Conferencia Episcopal encontramos lo siguiente: “Ante todo nos invitan a perdonar. El Papa Francisco recientemente nos ha recordado que «el gozo de Dios es perdonar... ¡Aquí está todo el Evangelio, todo el Cristianismo! No es sentimiento, no es "buenismo"! Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del "cáncer" que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual”.
5. Llamamiento a la conversión, sin el cual todo lo demás es palabrería vacía. Leemos en el mensaje con motivo de las beatificaciones que “todos estamos invitados a convertirnos al bien, no sólo quien se declara cristiano sino también quien no lo es. La Iglesia invita también a los perseguidores a no temer la conversión, a no tener miedo del bien, a rechazar el mal. El Señor es padre bueno que perdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijos alejados por los caminos del mal y del pecado. Todos -buenos y malos- necesitamos la conversión”.
El mensaje, pues, está claro, por mucho que la mayoría de medios no haya salido de una reduccionista lectura política. Perdón, conversión, intercesión de los mártires y ejemplo de fe, oración y valentía ante una ideología destructiva.
Señalaba el Cardenal Amato que “los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque eran católicos”. Muy cierto y algo que nunca debemos olvidar: ¿cómo iban a ser combatientes, por ejemplo, las monjitas de Pozuelo que fueron capturadas cuándo se dirigían a casa de enfermos para velarlos por la noche?
Pero si esto es así, nos equivocaríamos si afirmásemos que su martirio no tiene ninguna relación con la guerra civil, que únicamente hay coincidencia cronológica, como la que pudiera existir entre los martirios y otros hechos contemporáneos como la inauguración de los Juegos Olímpicos en agosto de 1936 o la firma del tratado de independencia de Egipto en el mismo mes. La guerra civil es el capítulo final de un lustro de sangrienta persecución religiosa en España que se inicia ya en 1931 con la quema de conventos, continúa en 1934 con la revolución de Asturias (4 de los 522 mártires beatificados en Tarragona fueron asesinados durante esos sucesos) y concluye con la guerra civil. Evidentemente, en una guerra se mezclan motivaciones y personas de todo tipo, desde las más puras hasta las más corruptas, pero es indudable que sin la constante persecución contra la Iglesia católica no habría habido guerra civil. Los católicos hicieron todos los esfuerzos posibles por respetar a la II República, pero ésta no cesó de perseguir a la Iglesia. Fue éste el motivo que empujó a miles de católicos a tomar las armas, sin los que la rebelión militar hubiera sido una iniciativa muy minoritaria y condenada al fracaso. No se gana nada negando esta realidad.
Algunos protestarán afirmando que nada, nunca, justifica una guerra (afirmación que, afortunadamente, no aplican a la guerra que detuvo a Hitler). No es lo que dice la Iglesia ni el buen sentido. Si el Catecismo de la Iglesia Católica insiste en que “todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras” [2308], no es menos cierto que en el siguiente punto avala la legitimidad de la guerra justa con las siguientes palabras:
“Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
• Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
• Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
• Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
• Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”.”
Elementos que, guste o no, estaban presentes en 1936. Perdonemos y convirtámonos cada día siguiendo el camino de nuestros mártires, pero no entremos en el acomplejado juego de retorcer la Historia para negar lo evidente.