El neocolonialismo progre contra Rusia
Llevamos años escuchando la misma cantinela: los países occidentales, pecando de soberbia, habrían cometido el gran pecado imperialista de pretender imponer sus creencias a otros pueblos y culturas. No hay mayor horror para el multiculturalista, que fustiga las pretensiones de los hombres blancos que se creían superiores e iban por el mundo dando lecciones. Ese sería el gran pecado de los orgullosos occidentales y su colonialismo la lacra por la que cada media hora tenemos que pedir perdón.
Pero ahora resulta que, en uno de esos divertidos regates de la historia, los que hasta ayer mismo criticaban ferozmente el colonialismo occidental se han pasado con todas sus armas a las filas de un neocolonialismo, esta vez con tonalidades rosas, más acordes con los tiempos que corren.
El motivo han sido las nuevas leyes de Putin que prohíben la propaganda homosexualista, principalmente en las escuelas. Una lectura atenta de la ley, algo que pocos, por no decir ninguno de los que la critican, ha hecho, pone de manifiesto que no se trata aquí de restricciones a la hora de llevar un estilo de vida homosexual (vale la pena leer el artículo que al respecto acaba de escribir Austin Ruse). Se trata, sencillamente, de algo muy simple: de proteger a los niños de toda propaganda proselitista a favor de la homosexualidad, tanto en las escuelas como en las calles. Habría que recordar aquí, que la educación en cuestiones morales compete a los padres y no a ninguna asociación gay ni al mismo Estado, y es deber de justicia que el Estado vele porque otros organismos (incluido él mismo) no suplanten a los padres en esta su obligación.
Además, Rusia no va a dar niños en adopción a países donde esté admitido el matrimonio entre personas del mismo sexo. Se trata de evitar que esos niños acaben siendo entregados a parejas homosexuales, una medida de prudencia obvia cuando los estudios más serios confirman que este tipo de parejas no son el entorno ideal para criar a un hijo y día sí día también aparece el testimonio de personas criadas en un hogar homosexual que advierten de que, por propia experiencia, los niños deben crecer en un hogar formado por un padre y una madre.
Todo muy razonable (lo que no quita que, si como algunos denuncian, existen casos de violencia contra personas homosexuales, estos merezcan una firme condena). Pero los neocolonialistas occidentales no podían aceptar que alguien pusiera en duda el nuevo dogma de que la benéfica homosexualidad es el fin al que tiende el progreso en la Tierra. La nueva misión del hombre blanco parece ser ahora la de extender e imponer, por las buenas o las malas, este nuevo credo homosexualista, convertido en piedra angular de este nuevo colonialismo cultural. Como es de costumbre, los discursos progres son de aplicación variable y de nula coherencia.