Cuaresma de terremoto, Pascua de normalización

Todo lo que ha acontecido ha sido de una grandísima bendición para todos y echando la vista atrás uno se da cuenta de que más que una Cuaresma de brisa suave, hemos vivido una Cuaresma de terremoto porque muchos paradigmas se han cambiado.

Empezando por ver a un humilde Papa ceder el sillón petrino y siguiendo por la alegría e ilusión de ver un nuevo Pedro abrazando el ministerio con gestos que conmueven a propios y extraños.

Han sido días extraordinarios, y querámoslo o no, ahora toca normalizarse, pues no podemos vivir en la novedad permanente. Forzosamente nos acostumbraremos a cosas nuevas, maneras nuevas que a buen seguro no perderán el buen sabor de la tradición.

La Iglesia entra pues en un tiempo ordinario, pero fíjense qué causalidad que precisamente es el tiempo Pascual el que nos regala esta experiencia de normalización.

Ciertamente la Iglesia nacida en Pentecostés es una Iglesia de la Pascua, y de alguna manera la Pascua debería ser la normalidad en la Iglesia. Por eso cada domingo es la celebración del paso del Señor.

Si viviéramos siempre en Pascua seríamos una Iglesia de resucitados, de perdidos que se han reencontrado, de desbordamiento del Espíritu Santo, de actividad misionera vibrante y de corazón orante en la contemplación del triunfo del Señor.

Una Iglesia de esperanza, de fe y de caridad donde la presencia de Jesucristo de manifestara en el signo del amor. Una Iglesia de Juan Pablos, Benedictos y Franciscos…

Qué contracultural resultaría vivir una Pascua perpetua, anunciando que Cristo ha vencido a la muerte en medio de una sociedad que se retuerce presa del pecado humano, las debilidades y cortedades de vista de las personas y en definitiva la falta de Vida con mayúsculas.

Sólo una Iglesia así puede bajar a las entrañas del dolor y bautizarlo con la sangre del Señor, haciéndose uno con el dolor ajeno, interpelando al hombre en lo más profundo de su necesidad existencial…

Bonitas palabras, bonita idea la de la Pascua…bendita pascevere, pues es algo enviado de Dios que tiene que ocurrir en todos nosotros, que tiene que ocurrir en mí, que tiene que ocurrir en cada comunidad y en la comunidad de la raza humana.

En un día como hoy sólo cabe felicitar la Pascua, a propios y extraños, y desear con el Señor resucitado que nuestra normalidad sea de ahora en adelante tan poco ordinaria como lo ha venido siendo en estos pasados días…