Discernimiento y visión para la Nueva Evangelización
Últimamente me paso el día haciendo planes, teniendo reuniones, asistiendo a congresos, dando cursos, impartiendo entrenamientos, seminarios, organizando encuentros…en medio de todo esto lo más fácil es perder la ruta y no me extraña que tantas cosas en la Iglesia se hagan por mero voluntarismo porque soy el primero que lo padece en sus carnes.
La ruta, ya lo sabemos, es Jesucristo y el fin es hacer la voluntad del Padre, por lo que todo nuestro actuar ha de ser meramente un espejo fiel de la actividad de Dios…pero claro, somos humanos y se nos olvida rezar.
Esto pasa en todos los ámbitos, desde la reunión más importante en el Vaticano hasta el último grupo de evangelización en el que podamos tomar parte: a menudo olvidamos que la santidad va primero.
Y ojo que la santidad es Jesucristo, no mi propia imagen religiosa, ni mi cumplimiento, ni mis obras de piedad. Tampoco mis planes, ni mis pareceres, y menos mis brillantes ideas.
Por eso la gente de Iglesia que más me llama la atención es aquella que transmite ese sereno equilibrio entre ser y hacer que San Ignacio vino a llamar ser contemplativos en la acción que hace posible una ecuación harto difícil.
En esto de trabajar en la evangelización uno ve de todo y al final lo único que queda, la gran cuestión, es saber si estamos siendo fieles a lo que Dios espera de nosotros, si en definitiva somos instrumentos que viven en y para la voluntad de Dios.
Me ronda hace tiempo la preocupación por ver y reconocer lo que Dios está haciendo. Constato que la santidad no basta para darse cuenta de las cosas, pues hay gente tremendamente santa que parece estar en la inopia.
Tampoco basta la inteligencia, pues está claro que el Evangelio se oculta a los sabios de este mundo y sólo lo entienden los niños, por lo que me preocupa enormemente empezar a sentirme “cualificado” y “maduro” para lo que hago pues seguro que algo anda mal si me lo creo.
¿Entonces a qué roca podemos agarrarnos a la hora de saber si estamos haciendo la evangelización que Dios quiere?
Discernimiento y visión son a mi entender la respuesta.
Discernir es un don del Espíritu Santo íntimamente ligado al don de sabiduría que consiste en poder ver las cosas desde los ojos de Dios.
Esto es un don que hay que desear, y volviendo al santo de Loyola, ejercitar pidiendo a Dios discernir los espíritus, para saber si una cosa viene de Dios o del “mal espíritu” o simplemente de nuestra imaginación.
Para mí el discernimiento tiene que ver con la voluntad de Dios hasta el punto de que no hay verdadero discernimiento donde no se busca la voluntad de Dios.
Eso sí, lo humano también actúa, y al discernimiento puede ayudar la inteligencia, pues como dice el refrán sabe más el diablo por viejo que por diablo y la experiencia y el entendimiento que Dios nos ha dado no son cosa a desdeñar. Quizás por eso me decían en mi época de formación que era mejor tener un director espiritual sabio que uno santo.
Prima hermana del anterior es la visión, aunque a mi entender la misma es lo que más escasea en nuestros ambientes. Si el discernimiento nos ayuda en el “micro” en lo inmediato y lo interior, la visión es lo que nos hace ver el “macro” reconociendo hacia donde van las cosas.
En esta semana que celebramos a don Bosco se le puede tomar como ejemplo de santo emprendedor, y no se ha de confundir lo que son visiones o locuciones de Dios en su vida, con el hecho de saber ver la jugada de Dios y fundar una institución de la Iglesia llevándola por los caminos que Dios tenía preparada para ella.
San Pablo nos dice que «caminamos en la fe y no [...] en la visión» (2 Co 5,7)», y cuando hablamos de este asunto hay que tener en cuenta que los moisés de la evangelización guiarán al pueblo de Dios a través de desiertos, montañas y recorridos donde quizás lo único que ven es el próximo mojón en el camino. No hace falta verlo todo para guiar, sino seguir la estrella adecuada como los Sabios de Oriente y confiar.
Siempre me ha encantado y hablado el punto 928 de Camino que dice:
“Tienes razón. —Desde la cumbre —me escribes— en todo lo que se divisa —y es un radio de muchos kilómetros—, no se percibe ni una llanura: tras de cada montaña, otra. Si en algún sitio parece suavizarse el paisaje, al levantarse la niebla, aparece una sierra que estaba oculta.
Así es, así tiene que ser el horizonte de tu apostolado: es preciso atravesar el mundo. Pero no hay caminos hechos para vosotros... Los haréis, a través de las montañas, al golpe de vuestras pisadas.”
Y es que sólo un visionario se echa a andar fiado en el discernimiento que le dice que camina en la voluntad de Dios, con la visión de alcanzar nuevas metas y en definitiva la patria celeste.
Inteligencia, discernimiento y visión juntas no son fáciles encontrarlas. Tenemos grandes ejemplos y sabemos por fe que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia y a sus legítimos pastores.
A este respecto me maravilla constantemente la figura de nuestro papa Benedicto XVI en quien se trasluce maravillosamente su cuidada intelectualidad, su cálida santidad personal y un manejo de la barca de Pedro admirable que le hace no sólo gobernar sino poner las cosas en perspectiva de visión como ha hecho con el CVII y el Año de la Fe.
Cuando hablamos de la Iglesia, de lo que hacemos todos los días, de los proyectos que tenemos, hemos de volver a la pregunta fundamental: ¿qué es lo que quiere Dios?
Así también debe ser con la Nueva Evangelización, porque ponerse a remover la casa sin tener claro a dónde vamos es un ejercicio de falta de inteligencia casi similar al de la falta de fe que llevaría aparejada.
Porque la fe es un asunto de visión y discernimiento, no lo olvidemos. Algo muy distinto del mero sentimiento, la sola santidad o el simple apetecer.
Y la Iglesia nos llama a un año en que vivamos de Fe, presupuesto sine qua non para toda evangelización.
Ojalá que toda esta propuesta ayude a vivir una iglesia en la que todos estén pendientes del discernimiento; una iglesia con visión donde la inteligencia profunda de las cosas consista en saber buscar la voluntad de Dios como niños y dejarnos guiar por la Iglesia como hijos.
Sé que es una ecuación difícil, y muchas veces nuestro talón de Aquiles más evidente es que aquí todo el mundo va a lo suyo menos yo que voy a lo mío…y en el camino nos dejamos la voluntad de Dios y la fecundidad.
Pero no hay que tener miedo. Ni a hacer las cosas bien, ni a tomar la responsabilidad que Dios nos pide, ni en definitiva a vivir una primavera de Nueva Evangelización, que sea fértil e inteligente porque tenga la paz y la tranquilidad de caminar en la fe.
Quizás todo esto suene muy teórico, y un poco diferente a los post que acostumbro, pero es parte de lo mismo; es la parte que no se ve cuando el trabajo se acumula y todo parece un estar en la pura acción. Es lo que subyace y ojalá que subsista en la vida de todo cristiano. Es el deseo de descansar en la voluntad de Dios y trabajar para su gloria donde y cuando Él lo diga.
Y la buena noticia es que por su gracia podemos hacerlo…