¡Que bien hace Dios las cosas!
Una de estas mañanas iba al trabajo escuchando distraídamente (por aquello del tráfico) una emisora católica. Hablaba en ese momento el locutor sobre la institución del Primado de Pedro.
A pesar de mi abstracción no pude dejar de pensar en lo bien que hace las cosas Dios. Llegado a casa releí lo que dice el Padre De Bernabé en su libro El Evangelio olvidado, sobre la Iglesia:
«Toda organización necesita un jefe o un cuerpo de jefes, o bien (lo que es el sueño de todo estadista), una combinación de ambas cosas». ¿Cómo, pues, lo hizo Nuestro Señor?:
Llegado Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:
«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?».
Conocemos la respuesta de los apóstoles y la vibrante de San Pedro:
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Y cómo el Señor, mirándolo fijamente le respondió con gravedad:
«Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.»
Hubo de hacer una pausa, y luego, quizá irguiéndose un poco y levantando la mano, dejó caer lenta y solemnemente, subrayándolas, las famosas e imperecederas palabras:
“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.”
Si, en la Basílica de San Pedro, te pones debajo de la colosal cúpula y levantas la mirada hacia su base, verás grabadas, del tamaño de un metro y medio, las letras de la frase que a continuación dijo Cristo al apóstol:
«A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»
Sólo con recordar que lo que Cristo promete...
¿Remachó Jesús esta superioridad de San Pedro ante los demás apóstoles? Ciertamente, y la ocasión no pudo ser más significativa: en la cena del Jueves Santo:
Empezó diciéndole:
«¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.»
Y a continuación las palabras decisivas:
«Y tú, cuando hayas vuelto (en ti) confirma a tus hermanos».
Hasta aquí las citas…
¿Qué sería de nosotros si Cristo no hubiera instituido el Primado de Pedro?
Si vemos todos los días que apenas podemos saber con fidelidad lo que se dijo o se hizo ayer, ¡quién podría saber, sin el privilegio del Papa, después de dos mil años, qué enseñó Cristo!
Andaríamos, en verdad, como ovejas sin pastor.
Por el contrario, ¡Qué alegría saber que podemos conocer con certeza lo que Cristo enseñó!
Mi agradecimiento a Cristo por darnos el Papado. Y es que, aunque resulte pueril,… ¡qué bien hace Dios las cosas!
Athos