Cuánto humor se echa en falta en la Iglesia
Si acudimos a los clichés de la cultura actual, la burla o mofa al uso del cristiano suele caracterizarse en la forma de un eclesiástico enfadado y/o escandalizado en actitud de afear la conducta opiniones o actitudes de los demás. Y no sólo eclesiásticos sino también cristianos de a pie, que parece que viven siempre echándose las manos a la cabeza, cuando no son simplemente demodés o están ensimismados en aburridos discursos.
¿Verdad o realidad?, ¿ataque difamatorio o sutil llamada de atención? Pues supongo que un poco de las dos cosas, pero desde luego si juzgáramos a nuestra iglesia por la comunicación no verbal que se transmite en muchas parroquias un domingo cualquiera, creo que no saldríamos muy bien parados.
Homilías inextricables, gente que llega tarde y se va corriendo, rostros aburridos, adolescentes chateando con el móvil, niños desesperados, música desafinada y desfasada cantada a ritmo de funeral…gracias a Dios no es todo lo que hay, pero ciertamente también es parte de la realidad cotidiana de una Iglesia que a veces coquetea peligrosamente con ese tedio mezclado con falta de fe tan bien descrito por Bernanos en Diario de un cura rural.
Pero la cosa va más allá de cómo son las celebraciones, también creo que en mucho de lo que hacemos pecamos de intensidad, la cual es una carcoma que estropea las maderas más bellas y se detecta demasiado tarde, haciendo el efecto contrario en quienes se supone son los receptores del mensaje salvación del Evangelio.
Un ejemplo son los medios de comunicación, ya sean escritos como la prensa o hablados como la radio. Para mi gusto muchas veces les sobra peso donde tienen que ser ligeros, y les falta contundencia donde tienen que ser pesados. En otras palabras no por reiterar hasta la extenuación el catecismo con las verdades de fe se va a entender mejor el mensaje, y se echa en falta que estas mismas verdades sean más vivas y se traduzcan en unción y poder de Dios a la hora de anunciarlas.
Y así nos salen unos periódicos mazacotes, un tipo de radiotelevisión un tanto plomiza, y en medio de todo esto la sensación de que siempre andamos con el rostro muy apretado (parafraseando a Migueli, para los que me entiendan). Esto es un aviso a navegantes y para blogueros también, yo el primero, pues al final tanto querer cambiar el mundo y la visión de las cosas puede hacer de uno un pesado que no para de hablar siempre de lo mismo.
Pecamos de seriedad excesiva y reiterada en la presentación del mensaje de la fe, pero luego al hora de la verdad, cuando es necesaria la verdadera intensidad, las homilías y los encuentros varios que practicamos se parecen más a esa Coca Cola ya abierta que lleva días en la nevera y ha perdido toda su efervescencia.
Gracias a Dios, como decía antes, no todo es así. El día de Navidad tuve la dicha de acudir al Monasterio de la Conversión de Sotillo de La Adrada donde se han mudado las “7 agustinas rebeldes de Palencia” que ya superan la treintena. Los abrazos y acogidas que nos dispensaron a mi familia y los amigos que nos visitan en estas fiestas fueron el prólogo perfecto a una misa profundamente hermosa que fue una auténtica epifanía de Dios (como debe ser cualquier Misa y teológicamente es, aunque muchas veces no se note).
¿La clave? Una comunidad que es pueblo de Dios que celebra, una música rica y exquisita, junto con toneladas de unción: la de Dios que se quiere derramar a la humanidad y la que reflejan ellas que se dejan hacer por Él.
No son un caso único porque en el fondo no es tan difícil, en la Iglesia sabemos hacerlo, sólo que a veces nos olvidamos de lo verdaderamente importante y sin quererlo nos hacemos aburridos. El remedio es poner en juego nuestra propia humanidad.
Como hace un amigo cura que no puede evitar mirar a la gente y sonreírles durante la misa, o al modo de una parroquia muy querida donde la gente viene a ser evangelizada enganchada por la acogida y la franca amistad dispensada, haciendo preciosas las horas de trabajo invertidas en tener todo a punto.
También mediante el humor de gente como el P. Segundo Llorente S.J., misionero en Alaska, quien contaba ufano cómo después de años en la tundra norteamericana estaba orgulloso de haber conseguido el increíble logro de que los esquimales se santiguaran. Relataba así mismo cómo cada vez que un misionero tomaba un avioneta local hacía testamento ante la precariedad de los medios de locomoción de la época y muchas veces lo hacía de broma, para sonrisa generalizada cuando luego efectivamente el avión se la pegaba y tenían que leer apesumbrados el solemne escrito legal redactado en clave de humor.
Y claro, todo esto en clave de llegar a la gente, al modo de don Bosco con sus teatrillos y oratorios para ganar a los jóvenes, o el San Felipe Neri que nos retrata la película Prefiero el paraíso que decía aquello de “sed buenos…si podéis”.
En última instancia al estilo de Jesús, quien reía, lloraba, predicaba e incluso se enfadaba. Cómo no ver ese sentido del humor sutil cuando asusta a los discípulos caminando por las aguas, o cuando tras una noche de pesca en vano en la que todas luces no han conseguido un colín les pregunta si han pescado algo…
En resumidas cuentas, hoy que celebramos el día de los inocentes tenemos un ejemplo perfecto de algo serio y grave como es la masacre promovida por Herodes, que sirve para conmemorar, interceder y celebrar la vida de tantos inocentes, revistiéndose a la vez de sano humor y un cierto componente festivo.
Algunos aprovechan para publicar esquelas sobre el aborto, y como estoy bastante de acuerdo con la idea en general la reproduzco, esperando eso sí que exista también luego el equilibrio de saber cuándo ser serios y cuándo ligeros, haciendo bueno aquello del Eclesiastés 3, 1-8:
“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar,
y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir,
y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras,
y un tiempo para recogerlas;
un tiempo para abrazarse,
y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar,
y un tiempo para desistir;
un tiempo para guardar,
y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar,
y un tiempo para coser;
un tiempo para callar,
y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar,
y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra,
y un tiempo para la paz.”