Por un cristianismo "pop"
Escena real: un hombre de negocios cristiano se reúne en el aeropuerto con un colega con el que espera cerrar un importante contrato. Cuando le presentan a éste se queda estupefacto: se trata de un chico de unos 25 años con el pelo “disparado”, tatuado, con piercings, camiseta por fuera y pantalón arrugado. Nuestro protagonista no puede creer que un sujeto así sea un exitoso ejecutivo, pero reacciona rápidamente y se pone en su papel. Finalmente se entera de un detalle importante: mientras que su elegante traje vale 300 euros, los accesorios desastrados y casuales de su colega están valorados en más de 3000.
Empiezo con este ejemplo para que podamos situarnos en una realidad que nos compete mucho como cristianos (y espero que una cierta soberbia de “poseedores de la verdad” no consiga impedírnoslo).
Los lectores de este blog ya saben que una de mis manías recurrentes consiste en identificar todos y cada uno de los aspectos que hacen que el cristianismo fracase (esté fracasando en muchos sectores) por su incomprensibilidad ante la sociedad actual. También deben saber que, cuando digo esto, no me refiero en absoluto a que haya que “adaptar” las verdades auténticas de la fe al discurso contemporáneo (¡ni hablar!).
No es eso. La tarea consiste en encarnar las verdades inmutables de la Buena Noticia en un contexto posmoderno, que se expresa a través de elaboraciones socioculturales determinadas. Una de ellas, quizá la más importante, es lo que podemos llamar cultura “pop”.
Me refiero a toda una variedad de gustos y comportamientos que tienden a ser hoy hegemónicos y que están caracterizados (entre miles de variantes más) por la importancia de la música industrial, la imagen y el predominio de lo visual, el gusto por un cierto aire informal, la estética intercultural y juvenil y la valoración extrema de lo vanguardista y lo original.
Los medios de comunicación son los propagadores de esta nueva cultura nacida tras la II Guerra Mundial. Los beatniks, de los 50, reflejaban el rechazo contra una “sociedad ideal” (la americana de esa época) y sus valores. El movimiento hippie, el nacimiento de las tribus urbanas, las revueltas del año 68, la lucha por los derechos civiles de los negros en EEUU y luego en Sudáfrica y Rhodesia, las revueltas contra Vietnam impulsan esa nueva cultura, que expresa mediante la música y las artes visuales, su descontento con el establishment, y crea sus propios escenarios míticos en los grandes conciertos (Monterrey-67, Woodstock-69, Bangla Desh-71, etc.) y en las manifestaciones (Berkeley, Chicago, Paris, Praga). La crítica al sistema tiene su teóricos (Marcuse, Leary…) y sus respuestas sociales (nacimiento del movimiento ecologista, alternativo, etc.).
Obviamente el capitalismo neoliberal no tardó en fagocitar y comercializar las nuevas tendencias, pero la cultura cambió. Ahora la arruga era bella y la corbata ya no es respetable en las superempresas del futuro (Apple, Google, etc.) Los grandes ideales ya no se buscan: el padre tradicional grita airado a su hijo rebelde: “Nosotros vivíamos por algo (un ideal)”. Su retoño le contesta: “¡pues habéis dado la vida por cada cosa..! (M. Le Forestier à L’Olympia, Paris, 1973). Ahora cuenta el individuo, sus anhelos, su manera de entender las cosas, y sobre todo sus sentimientos: nadie tiene la verdad sobre la vida de nadie. Etc. Así están las cosas (simplificando mucho, muchísimo…).
Lo que toca ahora es inculturar, y por eso me causan estupor y pena ciertas actitudes que voy percibiendo en algunos sectores y movimientos de la Iglesia: intentan “cerrar filas” con un espiritualismo desencarnado, quizá por huir de las tonterías y los excesos cometidos por algunos en sentido contrario tras el fin del Vaticano II. Tienden a ver lo malo en el mundo. Yo creo que es un error en algunos casos, en otros se acerca a la herejía…
No digo que sea tarea de todos, pero es preciso que algunos sintamos pasión por presentar un cristianismo encarnado en la cultura de hoy y expresado en su lenguaje. Hay algo en nuestra fe que encaja a las mil maravillas con el estilo desenfadado y humano, con la vocación hacia lo no convencional, hacia lo nuevo. Pienso en nuestro Señor, laico, pobre, empleando el lenguaje de la gente, huyendo de los compromisos y servidumbres de su tiempo. O pienso en Francisco saliendo, desnudo y libre, de las calles de Asís…, etc. ¿Me llamarán idealista, o ingenuo? Bueno, entonces me remito a las obras especializadas de investigación.
Creo que muchos cristianos estamos llamados a conocer críticamente nuestra cultura. Debemos entender que Jimi Hendrix sea más conocido que Heidegger y que una canción de U2 o de Coldplay puede ser muchísimo más relevante para las masas que cualquier documento o libro de teología publicado en Tubinga o en Harvard.
Debemos mostrar, como no dejó de decir el profeta Juan Pablo II, que se puede “ser cristiano y moderno”. Que algunos pueden ser altamente espirituales en camiseta y vaqueros rotos, ser castos con el pelo de colores y tatuajes, ser obedientes en medio de una manifestación de “indignados”. Debemos saber que existen enormes eventos de música y cultura cristiana como Spirit West Coast o Cornerstone en América o Greenbelt en el RU (este año precisamente celebra su edición 40. Su lema: “When Arts, faith and justice collide…”)…
¿Cómo podemos hablar al mundo de hoy sin saber ni importarnos quienes son Green Day u Oasis, o quien fue Bob Marley, sin que nos suenen nombres como Grisham, o Auster, sin saber que es un hobbit, una groupie o un nerd, o la diferencia existente entre un punk y un mod? No podemos enfrentarnos a la cultura actual sin distinguir el cine de Coppola del de Scorsese, o el de Spielberg del de Eastwood. Ni podemos tampoco hablar de heroísmo sin saber lo que son los comics de Marvel, o de estética visual desconociendo el manga. ¡Incluso aunque no tengamos ninguna simpatía por lo que significan o representan!
Creo que la próxima generación de cristianos relevantes saldrá en buena medida de ese medio. Cada vez conozco mejores ejemplos de grupos y comunidades que han comprendido el desafío y lo han encarado con éxito. Me llama la atención que sus celebraciones estén repletas, como repletas están las JMJ, una iniciativa que, a mi entender, camina de alguna manera en esta dirección.
Por mi parte, simplemente es mi camino. Es perfecto si no es el suyo, pero no olvide que en la Iglesia cabemos todos…
Y tampoco que el hábito no hace al monje.
Les deseo a todos una entrañable y feliz Navidad.
josuefons@gmail.com