Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Las prisas para evangelizar no son buenas

por Una iglesia provocativa

Trabajar en la Nueva Evangelización en estos tiempos es apasionante.

Si echamos la vista atrás al año que llevamos, comenzando por el I Congreso de Nueva Evangelización que se celebró en Manresa, parece que en este 2012 han pasado más cosas en la Iglesia que en los últimos 30 años.

Como si de una ola que lo invade todo se tratara, se multiplican los congresos, encuentros, foros y todo tipo de iniciativas con la apostilla de Nueva Evangelización.

Y por si fuera poco, la Iglesia se ha puesto de Sínodo congregando a obispos y expertos en Roma durante casi un mes, en un acto que ha incluido una conmemoración expresa del Concilio Vaticano II cuya efeméride celebramos el 11 de octubre pasado.

A un nivel particular no he parado de viajar por toda España para participar en estos eventos y entrenar equipos, parroquias y diócesis que querían echarse a evangelizar porque sentían que ya era el tiempo.

Para alguien que lleva años trabajando en el “ramo” de la evangelización, ver toda esta actividad es algo espectacular que le lleva a uno a reconocer el poder de Dios frente a la propia inutilidad, porque está claro que cuando nuestro Señor pisa el acelerador todo fluye en la Iglesia.

Como buen inconformista, junto con todo lo bueno que reconozco veo cosas que me preocupan y una de ellas son las prisas por lanzarse a evangelizar sin antes pasar por procesos de discipulado. Pretender dar algo que no se tiene es el equivalente a comenzar a construir una casa por el tejado.

Y en esto de la evangelización lo que hay que tener absolutamente claro es que nos dedicamos a dar a Jesucristo, como discípulos de él que somos, y aunque la labor le pertenezca al Espíritu Santo, más nos vale examinar primero si tenemos esa conversión que pretendemos en los de fuera.

Precisamente en eso veo la piedra de tropiezo de tantas encomiables buenas intenciones, porque en la realidad de colegios, parroquias, comunidades religiosas e incluso movimientos muchas veces faltan auténticos discípulos de Cristo.

Más allá de la militancia católica, el compromiso caritativo o de acción social y la defensa cultural de lo cristiano tenemos que tener claro que uno es buen cristiano por seguir a Cristo, no por militar, comprometerse o defender contenidos o verdades de fe y caridad.

Y sólo es discípulo quien oye la voz del maestro, la reconoce en sus pastores, juega para el equipo que es la Iglesia y no para su propia gloria o entretenimiento.

Ya me dirán si esa es la materia prima con la que muchas veces se trabaja en nuestras parroquias, delegaciones, o grupos de pastoral. Mi sensación es más bien que se coge al primero que pasa porque no hay donde elegir o porque falta criterio, cuando no valentía, para quedarse con lo esencial aún a costa de dejar de hacer cosas.

Está claro que no se trata de jugar a la aristocracia eclesial de tener a los mejores, los perfectos ni los impolutos. Pero como decía Quevedo: “polvo soy, pero polvo enamorado” y qué menos pedir que la gente que trabaja y mueve las cosas en nuestras parroquias y comunidades sea gente enamorada de Dios.

Y en eso estriban las prisas, porque cuando uno se da cuenta de que su parroquia no evangeliza, la primera pregunta que tiene que hacerse no es “¿cómo llego a los de fuera?”. La pregunta es más bien “¿qué ha pasado con la fe de esta comunidad para que no lllegue a los de fuera?”.

Porque una comunidad de creyentes es como una planta. Si se la riega da fruto y extiende su semilla por naturaleza. Pero sin agua faltará el fruto por lo que no tendrá semilla que esparcir.

Siguiendo con la metáfora, comunidades agostadas, sin fruto, no tienen nada que dar a menos que tomen prestada la semilla de otras comunidades que sí tienen fruto. No pasa nada por tomar prestado, así es como se sale de una sequía...

Pero si no se examina la causa de la sequía, al final la siembra habrá sido un esfuerzo baldío abocado al desánimo, pues esas semillas ajenas sembradas donde no hay agua, no pueden dar fruto por más buenas que sean.

La Nueva Evangelización usa “métodos de sembrado”, pero no olvidemos que las plantas han de florecer en esa tierra fértil que debe conformar las comunidades cristianas que se lanzan a evangelizar.

El método sólo funciona si hay cristianos y comunidades vivas detrás...

Claro que el manantial de agua viva, la fuente que mana y corre, es Jesucristo mismo. Sabemos que el agua está ahí, depositada en la Iglesia. Pero por buena que sea, si no existen regadíos, canales de irrigación ni acequias, el agua se desparrama, no llega a donde tiene que llegar.

Y nuestras comunidades han de ser eso, buenas tuberías y canalizaciones por donde corra el agua de Jesucristo. Y para que corra no basta con querer abrir el grifo, hay que limpiar obstrucciones, apañar agujeros, restaurar canalizaciones...

Por eso me preocupa ver cómo muchos de los que quieren evangelizar no quieren enfangarse limpiando tuberías, y se ponen a mirar afuera pensando que eso, traer alejados, es lo que va a traer renovación a la Iglesia...

Y lo que es peor, muchas veces a esa gente se le da un micrófono y se la pone a hablar en un encuentro de Nueva Evangelización como si supieran de lo que están hablando.

En definitiva, para mi, prisas las justas. Como a San Pablo a todos nos urge el celo por el Evangelio, pero esto no debe nublar nuestra razón y hacernos pensar que existen atajos fáciles en la labor que tenemos por delante.

No en vano Nuestro Señor Jesucristo invirtió tiempo primero en Nazareth, luego en el desierto y finalmente pasó tres años con los discípulos antes de lanzarlos a evangelizar. Y aún así, y con todo ese “training” les mandó a donde todo empezó a esperar...hasta el día en que vino el Espíritu Santo y les dió poder de lo alto y todo empezó a funcionar.


 


 


 


 


 


 


 

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