Sábado, 23 de noviembre de 2024

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El matrimonio es cosa de tres

El matrimonio es cosa de tres

por Un camino de fe

La fe, la esperanza y la caridad son las virtudes que nos llevan al corazón de Dios. Por la fe creemos en un Dios trino en personas. La fe mueve a la caridad hacer el bien y entrar en comunión con el otro. Y ambas, la fe y la caridad son sostenidas por la esperanza que se convierte en el ancla firme donde se apoyan. La esperanza hace posible que en el hoy de la vida pueda vivir en la comunión con Dios y con el hermano. Y desde la comunión en la caridad, creer en Dios tiene un sentido de plenitud.

En este sentido, el hombre como varón y mujer, en la diferencia sexual, están llamados a una comunión en la que se pone de manifiesto su creación a imagen y semejanza de Dios. Ella es imagen de la comunión trinitaria. En esta comunión el Padre y el Hijo viven en una “donación recíproca”. Ambos están donándose el uno al otro. El hombre como varón y mujer realizan su ser siendo don el uno para el otro. Vivir en donación implica una entrega y una acogida mutua, la cual se expresa mediante el cuerpo, el medio que Dios ha querido para que el hombre y la mujer pueda entregarse.

Dios crea al hombre a su imagen por amor y la gratuidad en ese amor hace que el hombre sea libre. El don de Dios al hombre es el amor, que le permite vivir en comunión con Él y con el otro. Esta comunión es recogida en el libro del Génesis, donde aparece la creación de la mujer. “Entonces Yahvé hizo caer un sueño profundo sobre el hombre que se durmió. Y le quitó una de las costillas rellenando el vacío con carne. De la cosilla que Dios había tomado del hombre formó una mujer, y la llevó ante el hombre”. (Gn 2,22). Por eso, el hombre exclama: “Esta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2,23). De este dato revelado podemos concluir que la diferencia sexual lleva a la comunión; una diferencia que conlleva la misma dignidad envuelta en asombro y sorpresa.

La diferencia sexual va a ser imagen de Dios. Del mismo modo que Dios es comunión de personas, el hombre varón y mujer llamados a la comunión es imagen de Dios; la diferencia sexual permite el reconocimiento del hombre ante la mujer, y de esta ante el hombre, que es creada por Dios como una ayuda adecuada para el hombre (Cf. Gn 2,28). La alteridad del hombre y la mujer hace posible la comunión de personas. La donación interpersonal consiste en la acogida del don del otro, que crea esa unidad. La donación supone un enriquecimiento mutuo, que se da en el amor, que tiene su origen en un don que le precede, que es el amor de Dios. Este amor hace posible la comunión de personas y la entrega mutua, en la que ambos son un don de sí, del uno al otro.

De esta manera, la entrega del hombre a la mujer es una llamada a vivir desde la comunión de personas, la cual nos introduce en el misterio del amor de Dios. Pero el hombre por su debilidad rompió la comunión con Dios, y con la mujer. Así la mujer se convirtió ya no en una persona llamada a vivir en comunión con el hombre, sino a ser un objeto de posesión y dominio. Pero Dios quiere restablecer la comunión con el hombre y la mujer. No les deja solos. Envía al Salvador prometido para que el hombre se pueda relacionar con Dios de un modo nuevo. Y en la relación del hombre y la mujer sea el amor de Dios en el que la constituya. Cristo es el Salvador que Dios envía para que el hombre vuelva a tener esa relación con Dios que Adán tenía en el principio, con Dios y con Eva. La entrega de Adán y Eva ya en el principio nos hace posible descubrir la relación esponsal del hombre con la mujer, que se muestra de modo pleno en el misterio de Cristo y la Iglesia (Cf. Ef 5,5). El matrimonio es sacramento porque es signo visible de la realidad invisible: el amor de Cristo por su Iglesia, modelo del hombre y la mujer en su entrega mutua, que nos remite al origen donde Adán y Eva formaban una sola carne (Cf. Gn 2,24).

Pero esta entrega del hombre y la mujer en el matrimonio implica un proceso,  en el cual se llega cada vez a un modo más pleno de conocimiento en el amor. Y en este proceso se requiere paciencia. El amor entre los dos ha de ser paciente para esperar el don del otro a su tiempo y de modo adecuado. El amor es paciente, todo lo espera y todo lo que cree del otro (Cf. 1 Cor 13). Pero este amor es reflejo del amor de Dios, que se convierte en el modelo de entrega del hombre y la mujer. Es un amor desinteresado, que quiere aceptar al otro desde lo que el otro es capaz de dar. Es un amor que lleva a la desposesión de si para entrar en relación con un tú que se me ofrece.

Esta entrega del hombre y la mujer solo es posible en Dios, pero no se me da de modo total sino que supone un camino de trabajo y esfuerzo común, para buscar siempre el bien del otro. “Qué bueno que existas”, es un reclamo del amor.

De esta forma el amor entregado no es una carrera en la que hay que competir por un premio sino que es la caridad que sale de sí hacia el otro, para poder dejar y superar todas las dificultades que en el camino van surgiendo. La entrega exige un camino, que se inicia en el hoy para toda la eternidad.

 

Belén Sotos Rodríguez

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