Lunes, 23 de diciembre de 2024

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María

por Un camino de fe

Dios hace una alianza de amor con cada uno de nosotros, contigo y conmigo. Él se deleita en el hombre y hace con él un signo de su amor: se dona a sí mismo. De este modo, Dios espera al hombre para ofrecerle el signo de la alianza. En el cielo, donde Él mora, se nos da este signo.

De esta manera, como Dios hizo con Moisés una alianza y le donó el decálogo, con todo hombre quiere mantener esa relación de amor para donarse a sí mismo. Por ello, lo mismo que el decálogo moraba en el arca de la alianza, y Dios se hacía presente en ella, Él viene a morar en cada hombre que guarda su palabra y vive de acuerdo con ella.

Pero la alianza definitiva de Dios con el hombre se nos da en el Hijo, y el arca donde viene habitar es el seno de María: la nueva arca de la alianza. Es el signo de Dios para cada uno de nosotros. María es la mujer que habita en el santuario de Dios. Ella está cubierta de la gloria de Dios, reina y madre de la Iglesia, que nos acoge como a hijos. Ella es el arca donde viene habitar Dios. Nos da al Hijo para que podamos vivir en Dios. El Hijo también viene a morar en cada uno como lo hizo en el seno de María. Su vientre virginal se convierte en el lugar de la presencia de Dios, donde podemos vivir como hijos.

Ella es la que vence la cabeza de la serpiente, y nos protege del maligno, porque Dios ha puesto en ella su morada. María como arca de la alianza, nos defiende del mal por el don del Hijo. El Hijo, que es el signo de la alianza plena de Dios con cada uno, nos da a María para que por medio de ella, podamos vivir para Dios. De esta forma, con María se cumple de manera definitiva la alianza de Dios con el hombre y su salvación. María es la mujer que nos da al Hijo, como Salvador de todos.

Ella es la reina que vive en Dios, y escucha su palabra. Ella se mantiene a la derecha de Dios, y los demás vienen a cubrirse con su manto. María es la mujer bella que refleja la gloria de Dios, y por ello, Él vive prendado de su hermosura. En definitiva, María es aquella mujer que nos trae la alegría porque con ella vive Dios.

María es la mujer de la vida y la esperanza. Ella es madre en el dolor y en el gozo. Es la mujer que espera contra toda esperanza. Es la madre que sufre a los pies de la cruz con la esperanza puesta en la resurrección. Es la mujer que se deja salvar por el resucitado como la primera que recibe ese don. En ella la salvación se cumple de modo pleno. Por su sí a Dios la vida entra en el mundo, y por su sí en la cruz se convierte en la madre de todos los que esperan la salvación de Dios. Pero ella es la primera que es redimida y ante ella la muerte no tiene la última palabra. Cristo ha vencido la muerte y ha resucitado del sepulcro. María es la que no va a experimentar el poder de la muerte por su participación en el misterio del Hijo. La muerte en María queda vencida por el don de la vida nueva que el Hijo trae consigo.

De esta forma, María es reina porque se pone al servicio del otro. Ella se apresura a estar con el más necesitado. No mira su cansancio sino que se pone a los pies del más pobre. Es la mujer de la entrega y del servicio generoso. Y como fruto de ese servicio, el otro puede reconocer el don que ella trae: el Hijo en su seno. Ella es la bendita porque lleva al Señor dentro de sí, y es la mujer creyente que confía en la promesa de Dios, porque sabe que siempre se cumple.

María es la mujer del canto de alabanza que proclama la gloria de Dios, porque ella se mantiene humilde ante Él. Ella sabe reconocer que todo le viene de Dios, y Él ha hecho obras grandes en ella. Puede saberse amada por Dios, y ser transmisora de su misericordia para todos. Ella proclama que Dios siempre está al lado del humilde que sabe que depende de Dios, y ante quien se reconoce criatura frente al Creador. María canta con su sí, que Dios auxilia al necesitado que acude a Él. Como Dios, María es la mujer que permanece ante quien la necesita, y ella es fiel.

María es aquella que por el misterio del Hijo vive en el santuario de Dios para siempre. Ella ha sido redimida del pecado, y ha vencido con su humildad al demonio, al maligno. Ella asunta en cuerpo y alma al cielo, nos espera como hijos y con el Hijo nos prepara ese lugar en el que podemos contemplar la gloria de Dios. Con ella, podemos experimentar de modo pleno ya aquí la vida del cielo. Y un día esperamos estar con ella para vivirla en plenitud.

María es el primer fruto gozoso de la resurrección del Hijo.

Belén Sotos Rodríguez

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