Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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La Iglesia monocroma y la Iglesia multicolor.

por Inversiones en esperanza

En la película Robin Hood, príncipe de los ladrones (Kevin Reynolds, 1991), protagonizada por Kevin Costner y Morgan Freeman, este último interpreta el papel de un soldado musulmán que ayuda al héroe en todas sus aventuras. En un momento del film, una niña le hace la siguiente pregunta: "¿por qué Dios te hizo negro?" Él, con una gran sonrisa, le responde: "porque a Alá le encanta la variedad".

Recuerdo esta anécdota muchas veces, cuando pienso en las distintas facetas que la vida nos ofrece cada día. Y me doy cuenta, de que, aunque  a los hombres  también nos encanta la variedad, en el fondo resulta que la tememos. ¿Por qué? A lo mejor se debe a una especie de deseo innato por controlar nuestro entorno: lo experimentado, lo probado y lo fiable, de alguna manera, nos proporcionan seguridad. Sin embargo las cosas nuevas, aunque parezcan muy atractivas, siempre tienen un componente de riesgo. Y dicho riesgo, aunque no lo confesemos, nos aterra: finalmente es aquello de “más vale lo malo conocido…”

En algunos de los comentarios que recibe este blog por parte de sus lectores (a los cuales estoy muy agradecido), y al igual de lo que sucede en  otras facetas de la vida de la Iglesia, observo esa especie de temor latente a todas las cosas que suenan a nuevo, que son diferentes al cristianismo "de toda la vida" que siempre se ha conocido.

Yo, sin embargo, a medida que pasa el tiempo, descubro una variedad de matices cada vez mayor en el mensaje de Jesús. Y me doy cuenta, a la vez,  de que una de las maravillas que entraña dicho mensaje es que puede traducirse de infinidad de maneras en la práctica, según la mentalidad, las costumbres y el carácter de los distintos grupos humanos y sus culturas.

Quien conozca un poco la historia de la Iglesia sabe que, en el fondo esto siempre ha sido así. Ya hemos comentado en otras ocasiones como en el propio Nuevo Testamento podemos encontrar al menos 5 eclesiologías diferentes, las cuales correspondían a otros tantos grupos de comunidades. Todas ellas eran ortodoxas, todas ellas se consideraban legítimas entre sí, y todas ellas tenían conciencia de ser un solo cuerpo, cuya cabeza era Cristo.

Desde esta perspectiva, debo confesarles que cada vez comprendo menos ese afán por uniformizar, por encasillar todas las facetas de la vida de fe, que observo en algunos cristianos. Puedo entender que dicho afán tal vez esconde el miedo a la división, a la dispersión: una persona me comentaba una vez que la Iglesia corría el peligro de padecer lo que un día sufrió la Unión Soviética cuando la autoridad central se debilitó. En términos de pura estrategia política se puede aceptar la comparación, pero desde la perspectiva del espíritu Santo resulta imposible.

Hay que ser muy cuidadosos en lo referente al dogma y de las tradiciones más importantes de la Iglesia. Pero, como he dicho muchas veces, eso no significa volver a crear una nueva ley de Moisés: salvando lo esencial, tenemos que fomentar que cada iglesia local, cada comunidad, pueda expresar con plenitud su variedad y belleza. Y hacerlo humildemente, siempre reconociendo que los demás, los que no piensan exactamente igual o los que no viven la fe con nuestros mismos parámetros, pueden ser "superiores a nosotros" (Fil 2,3). Creo que cada obispo, conservando la comunión necesaria con Roma, debería desarrollar su visión particular para con su Iglesia local, y alentar los carismas propios nacidos de ésta, sin miedo, con esperanza y confianza.

Me llama profundamente la atención la actitud de Jesús respecto a sus discípulos, ante el caso de aquel que echaba demonios en su nombre: "no se lo impidáis porque no hay nadie que haga milagros en nombre, y que pueda enseguida hablar mal de mí” (Mc 9,39). ¿Hacemos nosotros lo mismo? ¿De verdad?

Por eso, creo que tenemos que tener mucho cuidado con aquellas cosas que nos parecen "libres y apropiadas" en relación con el Evangelio: muchas veces no hacemos más que expresar nuestros propios gustos o la formación que hemos recibido. Una chica, que iba para consagrada en nuestra comunidad, me consultó una vez sí sería correcto teñirse el pelo o no. Yo le comenté, que, puesto que su ámbito de acción estaba entre las personas jóvenes, dicha opción me parecía muy correcta. Al final, aunque no se lo crean, acabó luciendo un magnífico peinado… ¡de color azul! Debo añadir, que yo le di la razón, y que su osada decisión no le hizo perder un ápice de carisma, testimonio y respetabilidad en el medio en que trabajaba.

Hay que insistir en ello: “No recibimos un espíritu de esclavos para recaer en el temor “(Rom 8, 15).  Si con algo puedo identificar el mensaje de Jesús después de muchos años de estudiarlo (y de intentar vivirlo)  es precisamente con el amor, con el respeto a las personas y con su libertad. Y, si algo he aprendido al respecto, es la necesidad de no confundir las leyes de Dios puestas única y exclusivamente por el bien del hombre, con todas esas otras “normas”, muchas de ellas nunca escritas, que son simplemente eso: preceptos humanos.

Así las cosas, y con toda la humildad de que soy capaz, no puedo sino decir bien alto que prefiero una Iglesia multicolor, aunque sea más compleja y difícil, a otra monocroma, igualada a la fuerza, y (forzosamente) triste.

Un abrazo muy fuerte todos. Que el Señor les bendiga, de todo corazón.

josuefons@gmail.com

 

 

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