Después de Egeria, Santa Hildegarda
A fines del siglo IV, durante el reinado del hispano Teodosio, Emperador de Oriente y Occidente, una monja gallega escribió a sus hermanas en Cristo las impresiones de su peregrinación a Tierra Santa. Sus apuntes, y las referencias que de ellos hicieron algunos lectores antes de que naciera Atila, han servido para desarrollar una excelente novela, "El Viaje de Egeria", que acaba de aparecer y que me ha encantado y recomiendo encarecidamente.
Una de las sorpresas de acercarse a los últimos tiempos del Imperio Romano es la impresión de modernidad, la sensación de que aquellas eran personas, modos, e instituciones de hoy, y la creciente persuasión de que no fue un tiempo muy distinto del nuestro. Sin estelas de reactores sembrando huellas en el cielo azul y sin información digital, el mundo tardorromano era un pañuelo, donde se viajaba muchísimo, se comerciaba mucho, y los intelectuales estaban en contacto: A fines del siglo IV, a una generación de distancia antes que Alarico saqueara Roma el año 410, Paulo Orosio, un intelectual del borde del Imperio en el Océano Ignoto, se carteaba para discutir altísimas cuestiones con sus amigos Agustín el obispo de Hipona, junto a Túnez, luego llamado San Agustín, y Jerónimo, el traductor de la Biblia luego llamado San Jerónimo, que recibía sus cartas en una cueva de Palestina. Era un mundo pequeño donde la lengua común facilitaba el entendimiento, y la fe común hermanaba, a la vez que alentaba la esperanza en el pronto regreso del Señor Jesús.
El emperador -que para nuestros conceptos actuales, sería la Presidencia Imperial- dictaba normas -muy pocas- para el buen gobierno de todo el Orbe y se ocupaba sobre todo de proteger el mundo civilizado de los bárbaros que presionaban en el limes. El emperador era sobre todo el Jefe de Seguridad del Imperio, Comandante en Jefe de las fuerzas que lo defendían. Teodosio, nacido en Coca (Segovia), no llegó a pisar Roma porque se pasó la vida defendiendo las fronteras del Imperio. Llevar las insignias imperiales, (más o menos: ocupar la Presidencia de los Estados Unidos), era una grave carga que requería los mejores hombros, y así el Presidente saliente, Graciano, no tuvo escrúpulos en nombrar emperador a Teodosio, precisamente el hijo del general que él mismo había hecho ajusticiar equivocadamente.
Y en este Orbe reducido -es un decir- alrededor del Mediterráneo, tan parecido a este mundo nuestro que se afana en torno al Atlántico, un mundo que era un pañuelo, se entiende mejor que aquella señora gallega, Egeria, parienta de Teodosio, quisiera peregrinar nada menos que a Tierra Santa, que no acercarse de romería a la ermita del santo. Luego, por una suerte inmensa e inesperada, y desgraciadamente muy incompleta, han llegado hasta nosotros sus apuntes que son como postales de viaje: "Queridas amigas, nobles damas, os tengo muy presentes, ya os contaré a la vuelta".
Son textos desesperadamente esquemáticos que nos despiertan el vivísimo deseo de saber más: quién fue esta dama Egeria, o como se llamase; cómo viajó hasta Egipto, el Sinaí, Tierra Santa, Siria, Mesopotamia y Constantinopla; qué es lo que se encontró en aquella Palestina donde Santa Helena había rehecho lo que había destruido Adriano, otro emperador hispano, antes de que Cosroes y el sultán Al Hakim lo volvieran a destruir todo.
El brevísimo manuscrito del Viaje de Egeria que apareció en Arezzo en 1853, y que apenas tiene 22 hojas útiles, está tan incompleto que solo habla del Sinaí y de la liturgia de Jerusalén. Todo lo demás que sabemos de la Peregrinación de Egeria se debe a las breves referencias de entusiastas lectores medievales. El manuscrito del viaje de Egeria es como un ventanuco abierto en el espaciotiempo que despierta la insaciable curiosidad de saber mucho más.
Pues bien, Ana Muncharaz, que ha escrito la novela "El Viaje de Egeria", se ha atrevido a completar el esqueleto del manuscrito con encanto, penetración y verosimilitud, pero también con encomiable respeto a las fuentes históricas. Sobre las briznas de información del manuscrito de Egeria, y de la Carta del presbítero astorgano Valerio, el Itinerario del Peregrino de Burdeos, y la Guía de viajes de Pedro el Diacono, Ana ha extraído toda la información posible o lícitamente imaginable, para dar carne al esqueleto narrativo del antiquísimo manuscrito en una excelente novela. El resultado es estupendo, una novela fiel a la Historia pero a la vez legible, ágil, atractiva, fiable, interesante, convincente. La Egeria que nos dibuja la autora no es de cartón piedra, sino que Ana ha recreado (y seguramente también, recreándose en ello) una mujer muy verosímil que hemos conocido alguna vez de refilón, cuya grandeza moral hemos intuido sin que después hayamos sabido más de ella.
De la mano de Ana Muncharaz, Egeria nos va desgranando las etapas perdidas de su larga peregrinación. Egeria viajaba con apoyo y protección oficial, seguramente a causa de su estrecho parentesco, ¿prima, hermana o cuñada? del Presidente Imperial. El resultado es que la novela cuenta las peripecias y los encuentros con personajes notabilísimos de una mujer a la vez honda, vital y atractiva, profundamente humana y femenina, descrita con soltura y atrayente sensibilidad.
Esta novela histórica sobre el viaje de la monja Egeria es como si un relámpago nos iluminara de repente el mundo romano justo antes que desapareciera enterrado en sus escombros. Con esta novela se nos revela escritora de raza, respetuosa con la Historia, como muy pocos lo son.
Y hay motivos para congratularse porque tenemos derecho a esperar que la autora nos procure más obras, y para empezar, la animamos a que escriba cuanto antes sobre Santa Hildegarda de Bingen, la nueva Doctora de la Iglesia, cuya vida ha sido tan mal tratada en la literatura y en el cine por quienes, sin respeto a las fuentes, se han inventado a su gusto una mujer que nunca existió. Estaremos esperando la novela hildegardiana de Ana Muncharaz.
(Véase: Muncharaz, Ana: "El viaje de Egeria", Madrid, Ed. Palabra, 2012. La traducción española del manuscrito de Arezzo y de los demás relacionados con la peregrinación de Egeria, en Martín-Lunas, Teodoro H. (ed.): "Peregrinación de Egeria. Itinerarios y guías primitivas a Tierra Santa". Salamanca: Ed. Sígueme, 1994)
José María Sánchez de Toca
Rafael Renedo Hijarrubia
Una de las sorpresas de acercarse a los últimos tiempos del Imperio Romano es la impresión de modernidad, la sensación de que aquellas eran personas, modos, e instituciones de hoy, y la creciente persuasión de que no fue un tiempo muy distinto del nuestro. Sin estelas de reactores sembrando huellas en el cielo azul y sin información digital, el mundo tardorromano era un pañuelo, donde se viajaba muchísimo, se comerciaba mucho, y los intelectuales estaban en contacto: A fines del siglo IV, a una generación de distancia antes que Alarico saqueara Roma el año 410, Paulo Orosio, un intelectual del borde del Imperio en el Océano Ignoto, se carteaba para discutir altísimas cuestiones con sus amigos Agustín el obispo de Hipona, junto a Túnez, luego llamado San Agustín, y Jerónimo, el traductor de la Biblia luego llamado San Jerónimo, que recibía sus cartas en una cueva de Palestina. Era un mundo pequeño donde la lengua común facilitaba el entendimiento, y la fe común hermanaba, a la vez que alentaba la esperanza en el pronto regreso del Señor Jesús.
El emperador -que para nuestros conceptos actuales, sería la Presidencia Imperial- dictaba normas -muy pocas- para el buen gobierno de todo el Orbe y se ocupaba sobre todo de proteger el mundo civilizado de los bárbaros que presionaban en el limes. El emperador era sobre todo el Jefe de Seguridad del Imperio, Comandante en Jefe de las fuerzas que lo defendían. Teodosio, nacido en Coca (Segovia), no llegó a pisar Roma porque se pasó la vida defendiendo las fronteras del Imperio. Llevar las insignias imperiales, (más o menos: ocupar la Presidencia de los Estados Unidos), era una grave carga que requería los mejores hombros, y así el Presidente saliente, Graciano, no tuvo escrúpulos en nombrar emperador a Teodosio, precisamente el hijo del general que él mismo había hecho ajusticiar equivocadamente.
Y en este Orbe reducido -es un decir- alrededor del Mediterráneo, tan parecido a este mundo nuestro que se afana en torno al Atlántico, un mundo que era un pañuelo, se entiende mejor que aquella señora gallega, Egeria, parienta de Teodosio, quisiera peregrinar nada menos que a Tierra Santa, que no acercarse de romería a la ermita del santo. Luego, por una suerte inmensa e inesperada, y desgraciadamente muy incompleta, han llegado hasta nosotros sus apuntes que son como postales de viaje: "Queridas amigas, nobles damas, os tengo muy presentes, ya os contaré a la vuelta".
Son textos desesperadamente esquemáticos que nos despiertan el vivísimo deseo de saber más: quién fue esta dama Egeria, o como se llamase; cómo viajó hasta Egipto, el Sinaí, Tierra Santa, Siria, Mesopotamia y Constantinopla; qué es lo que se encontró en aquella Palestina donde Santa Helena había rehecho lo que había destruido Adriano, otro emperador hispano, antes de que Cosroes y el sultán Al Hakim lo volvieran a destruir todo.
El brevísimo manuscrito del Viaje de Egeria que apareció en Arezzo en 1853, y que apenas tiene 22 hojas útiles, está tan incompleto que solo habla del Sinaí y de la liturgia de Jerusalén. Todo lo demás que sabemos de la Peregrinación de Egeria se debe a las breves referencias de entusiastas lectores medievales. El manuscrito del viaje de Egeria es como un ventanuco abierto en el espaciotiempo que despierta la insaciable curiosidad de saber mucho más.
Pues bien, Ana Muncharaz, que ha escrito la novela "El Viaje de Egeria", se ha atrevido a completar el esqueleto del manuscrito con encanto, penetración y verosimilitud, pero también con encomiable respeto a las fuentes históricas. Sobre las briznas de información del manuscrito de Egeria, y de la Carta del presbítero astorgano Valerio, el Itinerario del Peregrino de Burdeos, y la Guía de viajes de Pedro el Diacono, Ana ha extraído toda la información posible o lícitamente imaginable, para dar carne al esqueleto narrativo del antiquísimo manuscrito en una excelente novela. El resultado es estupendo, una novela fiel a la Historia pero a la vez legible, ágil, atractiva, fiable, interesante, convincente. La Egeria que nos dibuja la autora no es de cartón piedra, sino que Ana ha recreado (y seguramente también, recreándose en ello) una mujer muy verosímil que hemos conocido alguna vez de refilón, cuya grandeza moral hemos intuido sin que después hayamos sabido más de ella.
De la mano de Ana Muncharaz, Egeria nos va desgranando las etapas perdidas de su larga peregrinación. Egeria viajaba con apoyo y protección oficial, seguramente a causa de su estrecho parentesco, ¿prima, hermana o cuñada? del Presidente Imperial. El resultado es que la novela cuenta las peripecias y los encuentros con personajes notabilísimos de una mujer a la vez honda, vital y atractiva, profundamente humana y femenina, descrita con soltura y atrayente sensibilidad.
Esta novela histórica sobre el viaje de la monja Egeria es como si un relámpago nos iluminara de repente el mundo romano justo antes que desapareciera enterrado en sus escombros. Con esta novela se nos revela escritora de raza, respetuosa con la Historia, como muy pocos lo son.
Y hay motivos para congratularse porque tenemos derecho a esperar que la autora nos procure más obras, y para empezar, la animamos a que escriba cuanto antes sobre Santa Hildegarda de Bingen, la nueva Doctora de la Iglesia, cuya vida ha sido tan mal tratada en la literatura y en el cine por quienes, sin respeto a las fuentes, se han inventado a su gusto una mujer que nunca existió. Estaremos esperando la novela hildegardiana de Ana Muncharaz.
(Véase: Muncharaz, Ana: "El viaje de Egeria", Madrid, Ed. Palabra, 2012. La traducción española del manuscrito de Arezzo y de los demás relacionados con la peregrinación de Egeria, en Martín-Lunas, Teodoro H. (ed.): "Peregrinación de Egeria. Itinerarios y guías primitivas a Tierra Santa". Salamanca: Ed. Sígueme, 1994)
José María Sánchez de Toca
Rafael Renedo Hijarrubia
Comentarios