Domingo, 22 de diciembre de 2024

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¿Y por qué no hacer un Concilio Vaticano III?

por Una iglesia provocativa

Hoy 11 de octubre es un día de grandes resonancias históricas para la Iglesia, pues se celebra la quincuagésima onomástica de la apertura del Concilio Vaticano II en 1962, a la vez que se inaugura el Año de la Fe.

Cualquiera que tenga ojos para ver la simbología de la ceremonia, que ha querido recordar al Concilio, y oídos para escuchar la homilía del Papa, podrá entender con facilidad cómo lo último que está pensando Benedicto XVI es en ponerse a rehacer un Concilio que muchos querrían ver finiquitado.

Para unos, los amigos de la arqueología litúrgica – expresión de un obispo en un encuentro en el que participé este verano- el CVII cometió graves pecados alterando el depósito de la fe.

Para otros el CVII fue barra libre para todos los desmanes y secularizaciones al uso que todavía padecemos en ciertos ambientes eclesiales.

Pero no es en estas posturas en las que me quiero fijar, sino en una más marginal: la de quienes abogan por un Concilio Vaticano III.

¿Será un concilio lo que necesita la Iglesia en este momento, que como aquel de 1962 dé un vuelco a las cosas y la ayude a meterse de lleno en el momento actual?

Con algo de razón se argumenta cómo el CVII reconcilió a la Iglesia con la Modernidad, pero sin darse cuenta de que el inminente cambio social del mayo del 68 llevaría a un mundo postmoderno en el que la batalla y el problema se trasladaría a otro terreno, haciendo obsoleto al Concilio.

Siguiendo esta lógica argumental, muchos anhelan un cambio, una reformulación de la Iglesia, de su liturgia, costumbres y en definitiva su eclesiología, rescribiendo de alguna manera la Lumen Gentium que no deja de ser un documento hijo de dos tradiciones, dos percepciones y dos sensibilidades.

En definitiva, cambiar a la Iglesia, replantear la batalla, reorganizar, reformular, etc,etc. Algo que mucha gente quiere…

Pero la pregunta para mi no es esa, lo que la gente quiere, sino por dónde nos está llevando Dios en este momento histórico. Y para eso como católico, antes que nada yo me fijo en lo que nos dicen nuestros legítimos pastores a través  del Magisterio así como a través de los hechos.

Y para mi hechos y palabras son lo que Benedicto XVI está haciendo en su pontificado, explicando y demostrando vivamente lo que Dios está dando como gracia a su Iglesia en este momento.

Benedicto XVI ha demostrado esta mañana en su homilía inaugural  del Año de la Fe su excelente sentido histórico compaginado con su aguda visión de futuro, recordándonos que  si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años”.

Y es que este papa ya anciano no está anclado en el pasado, sino que mira adelante y se atreve a coger el toro por los cuernos de una manera muy pedagógica. El mensaje que muchos intuíamos con la coincidencia de fechas ha quedado clarísimo: el Concilio Vaticano II no es una gloria pasada y lo que ahora hacemos no es sino una continuidad del camino ya empezado:

“Estos signos no son meros recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva para ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido.”

Conociendo a Benedicto XVI no es de extrañar, pues ya afirmó en su discurso a la curia romana del 22 de diciembre de 2005 que la recepción de un concilio es un proceso lento, que puede durar hasta cien años, como la historia ha demostrado. También el Papa nos ha demostrado que se trata de la hemenéutica de la continuidad, no sólo en lo litúrgico, sino en el continuo surcar de la nave de la Iglesia donde no hay contradicciones.

Pero vayamos más allá. Hay dos cosas en la homilía de hoy que me han maravillado:

Primero la directa alusión a algo que aparentemente se echó de menos en el Concilio, pero que Pablo VI después explicó que no faltó sino que estuvo presente: la mención explícita de la Fe en un documento dedicado a la misma. Estaba pero se daba por supuesta, y de hecho configuró todo lo que se hizo y dijo.

Esta es la clave que nos faltaba para entender el CVII. Mi lectura es que el Papa nos está diciendo señores el contenido del Concilio tiene que ser actualizado en ustedes.

Lo que faltaba en el Concilio es que ustedes tuvieran fe en lo que hizo y dio el concilio. En definitiva, fe en Jesucristo. Y a la Iglesia del postconcilio, como a la de ahora mismo, lo único que verdaderamente le falta es eso, crecer en la Fe, actualizar lo vivido, ver la providencia de Dios en todo ello.

Claro que faltan mil cosas y hay mil deficiencias así como unos cuantos anacronismos. Pero la esencia no está en lo que cambiemos o dejemos de cambiar. El Papa nos recuerda dónde está el corazón de toda transformación, y lo que está pidiendo a la Iglesia es ir a la esencia de las cosas, y todo, absolutamente todo, reposa sobre Aquel que es objeto de nuestra fe: Jesucristo, nuestro Señor y Redentor.

Un Concilio sólo puede ser recibido, vivido y actualizado si hay Fe.

De hecho esta es la dimensión subjetiva que faltaba al Concilio y tantas veces hemos soslayado en nuestra praxis de Iglesia. Tenemos un contenido que no yerra (depositum fidei) y una liturgia perfecta prenda de los bienes celestiales que es la celebración de esta Fe. Pero no podemos olvidar que la Iglesia se construye con esas piedras vivas que somos los cristianos.

 Y si se descuida la fe de las personas, por bueno que sea el catecismo y perfecta que sea la Misa, la Iglesia se nos viene abajo. Y a base de catecismo (contenido) y liturgia (celebración del contenido) no se alimenta suficientemente la fe. Hacen falta más dimensiones, hacen falta personas que crean.

Si la batalla de la modernidad estaba en las ideas, la batalla de la postmodernidad está en las personas. No hay ideas que añadir, debemos añadir personas. Y esto no es una llamada a la subjetividad, sino una poderosa llamada de atención, pues a base de tanta objetividad y verdad, nos hemos dejado a las personas (sujetos subjetivos por definición) en el camino y nos hemos quedado con los edificios vacíos.

Ergo los tiempos actuales no requieren un nuevo concilio, pues eso sería volver a dar la batalla del discurso cuando ya está perfectamente planteado el mismo.

Y de personas se trata la segunda cosa que me ha encantado de la homilía.

Oyendo al Papa uno se da cuenta de que no necesita una teología nueva para evangelizar, sino más bien lo contrario, necesitamos redescubrir la antigua teología, la de los primeros padres, la de los primeros días de los Hechos de los apóstoles. Y entonces entenderemos y pondremos por obra aquello que dijo Pablo VI: la Iglesia existe para evangelizar.

Evangelizar se trata de personas,  no se trata de discursos o teologías. En la homilía Benedicto XVI se ha remontado al beato Juan XXIII que dijo:

El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo

Así que el problema de la Iglesia no es ponernos a discutir sobre doctrinas (aviso a navegantes y discutidores de estos foros)…para eso no hace falta un Concilio, el depósito de la fe ya está ahí.

El problema es actualizar todo esto a las exigencias de nuestro tiempo, pero estas exigencias actuales no son las ideas, sino las personas o en otras palabras el cuidado del hombre contemporáneo.

La Iglesia se siente interpelada por ese hombre de hoy en día que camina en el desierto más absoluto.

Dicho de otra manera, como el buen pastor tenemos la absoluta obligación de salir a atender las necesidades del Hombre como Jesucristo lo hace, y esto conlleva entender que no se trata de emprender guerras santas para defender nuestra fe y nuestra cultura católicas.

Se trata de salir ahí afuera para rescatar al hombre contemporáneo, y todo el tinglado de la Iglesia, de la Nueva Evangelización y de los concilios que nos queramos inventar, está en función de que sirva para salvar almas.

Y puesto que el hombre contemporáneo está en el desierto espiritual, allí es donde debemos salir para encontrarlo, purificándonos y aligerando nuestro equipaje:

Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3)

Y leyendo entre líneas vemos que el problema de fe de la Iglesia y el problema de increencia del mundo, se curan recíprocamente. La Iglesia sólo volverá al primer amor vivendo para evangelizar, y sólo así su fe vivirá. Los que no tienen fe, sólo vivirán si la Iglesia los evangeliza.

Es decir todos salimos ganando en Fe con el año de la Fe: los de fuera y los de dentro.

Y sin año de la fe, sin Fe, todos nos morimos: los de fuera y los de dentro.

Por eso me parece una genialidad de la providencia de Dios el programa de Benedicto XVI reflejado en su homilía de hoy que es todo un itinerario en dos pasos:

Paso primero  “Falta Fe en la Iglesia”; Paso segundo: “falta fe en el mundo” La solución: la fe en Jesucristo vivida dentro de la Iglesia y dada al mundo.

La Iglesia tiene que bajar a la arena de la Nueva Evangelización…no la de las técnicas de marketing, sino la del desierto de Oseas donde uno se encuentra cara a cara con Dios (“por eso yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y allí hablaré a su corazón” Oseas 2,16)

De eso se trata el año de la Fe, y si algo le faltaba al Concilio era que lo pusiéramos en obra, que de una vez por todas entendamos y asimilemos su auténtico espíritu sin volver la vista atrás, ni caer en nostalgias anacrónicas o huidas hacia adelante:

Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad.

Así que la respuesta a la cuestión planteada ha quedado clarísima. El Concilio Vaticano III sería una huida hacia adelante.

Sé que es un misterio, que a todos los inquietos e impacientes nos puede costar entender, pero Benedicto XVI hace que parezca facilísimo y meridiano…para mi más claro no lo puede haber dejado.

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