Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Una perspectiva indispensable para el Año de la Fe

por Una iglesia provocativa

Apenas ha pasado una quincena de septiembre y ya está instalada la sensación de que el curso está muy avanzado en temas de evangelización, tanto que en apenas unas semanas comenzará el Sínodo sobre la Nueva Evangelización en Roma.

En las diversas diócesis del orbe católico se perfila el curso como un año dedicado a la fe y por ende a aquellos alejados que no la tienen, y quien más quien menos tiene su plan pastoral en la mano o su propuesta de evangelización ya en vías de lanzamiento.

¿Existe alguna diferencia entre lo que toca vivir este año y lo que se ha hecho anteriormente con motivo de fechas o momentos señalados como puede ser el Jubileo del año 2000?

Yo creo que si; por más que entonces se pusieran en marcha iniciativas misionales, hay algo que se palpa ahora en la Iglesia muy diferente a lo que hemos visto en los años anteriores. Algo potencialmente tan histórico como el comienzo del Concilio Vaticano II del que se cumplirán 50 años justo cuando empiece el Sínodo, en una coincidencia de fechas y un trascurso de años de resonancias casi bíblicas que nos evocan tantos tiempos señalados en la historia de la salvación.

Es un momento crucial, una auténtica encrucijada en la que ya es patente para muchos que la alternativa es renovarse o morir, pues como iglesia no podemos permitirnos el lujo de seguir perdiendo el pulso a la marea de secularismo, olvido de Dios y de lo humano que azota al mundo contemporáneo y a la propia Iglesia.

Pero igual que una enorme potencialidad de cambio está ahí, junto a ella también está el peligro de dejar pasar esta ocasión, esta ola de Nueva Evangelización y Fe, como si fuera un tema más al que nos vamos a dedicar durante este curso, a la espera del siguiente tema, el siguiente y enésimo plan, la siguiente moda pasajera en la Iglesia.

Personalmente veo con ilusión como puertas que antes estaban cerradas se abren, como mucha gente está en búsqueda y se atreve a volver a soñar. Lo veo en mi trabajo así como lo veo también en iniciativas y trabajos de otros.

A la vez veo también con preocupación las resistencias, querencias, inapetencias y demás “encias” de tantos en la Iglesia que prefieren seguir tocando el instrumento en plan “el pianista del Titanic”.

Pero estas resistencias no me preocupan tanto, primero porque Dios es soberano y mueve a quien quiere; segundo porque siempre ha de haber una tensión entre lo nuevo y lo viejo, lo innovador y lo conservador, y esas peleas se las dejo a los que piensen que merece la pena gastar las energías en defender su terruño en vez de subirse a  una ola mucho más apasionante.

Pero lo que más me preocupa es que la falta de finura, sentido histórico y discernimiento de quienes se animen a esta aventura les impida llegar todo lo lejos que Dios ha planeado para su Iglesia en este momento.

Estoy convencido de que la línea que separa hacer la voluntad de Dios de la propia es una línea muy fina, tanto que al final muchos primeros serán los últimos y muchos últimos los primeros. Por eso en el banquete del cielo habrá  más de uno que se tendrá que levantar para ceder el puesto a invitados aparentemente más insignificantes y menos meritorios.

Y me preocupa por mi, tanto como me preocupa por los demás; me preocupa la Iglesia porque la siento propia y me toca trabajar desde mi pobreza y convivir con la de los demás todos los días.

Hablando de perspectivas creo que hace falta establecer y declarar algo fundamental. El año de la Fe y la Nueva Evangelización no se tratan de planes de pastoral, estrategias de marketing o renovaciones conciliares o sinodales.

Se trata de personas, porque Dios llama y bendice a personas para hacer su voluntad, por encima de ideas, discursos o predicaciones brillantes.

Cometeríamos un error fundamental si pusiéramos toda nuestra atención en el objeto que es la evangelización sin fijarnos en el sujeto que la realiza.

Y el Sujeto, la palabra, el protagonista, obviamente es Jesucristo. Él es la palabra definitiva de Dios a los hombres, y siempre será su respuesta última.

Y precisamente porque Cristo se ha quedado en su Iglesia, nosotros como piedras vivas que la configuramos que somos hemos de recordarnos todos los días que se trata de personas, no de planes. Nosotros somos los sujetos de esos planes, y no tenemos que tener miedo a serlo ni a decirlo.

Se trata de ti y de mi, puestos en juego para cumplir lo que Dios está haciendo, bendecidos y elegidos por el bautismo, enviados en la confirmación y confirmados por nuestros pastores que nos llaman a esta reconquista que es la Nueva Evangelización.

Se trata de laicos despertando a su vocación bautismal de anunciar el Evangelio, se trata de sacerdotes evangelizadores, de religiosos y religiosas en estado de misión.

Se trata de vidas bendecidas para hacer lo que Dios está bendiciendo con la unción del Ruah de Dios, el Espíritu Santo que es el único que puede hacer que realmente se muevan las cosas.

En los próximos post, en las semanas venideras y en los meses que Dios mediante sucederán, se hablará mucho en la Iglesia acerca de la Misión. Que si el Sínodo en Roma, que si la Misión-Madrid, que si el Congreso para agentes de Pastoral de Juventud de Valencia, que si la preparación de la siguiente JMJ.

Pero nada de eso ha de hacernos olvidar la perspectiva de que se trata de personas, pues todo esto “funcionará” en la medida que haya personas, voluntades corazones dispuestos a ser modelados dentro de la Iglesia por la voluntad de Dios y llevados en alas de águila por la bendición del Espíritu Santo para una Nueva Evangelización.

Señor ya no quiero rezar para que bendigas mis planes, sino para que me ayudes a hacer y seguir lo que tú estás bendiciendo…y de paso pedirte un ejército nuevo de obreros dispuestos a trabajar en tu mies dedicando todo lo que tienen, personas, bienes y tiempo…

 

 

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