Jueves, 21 de noviembre de 2024

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El divino Orfeo

por El rostro del Resucitado

El gran filósofo Eugenio Trías (1942-2013), profundo y enciclopédico autor que tanto ha marcado el pensamiento español más reciente, aceptó la propuesta de la colección Vidas Literarias –dirigida por Nuria Amat, en la editorial Omega de Barcelona– para escribir un pequeño volumen dedicado a Calderón de la Barca.

En sus primeras páginas explica la enorme influencia que el autor dramático ejerció sobre él:

“Recuerdo mi primer encuentro con Calderón de la Barca, todavía en la primera adolescencia, a través de la edición de Juan Eugenio Hartzenbusch de la Biblioteca de Autores Españoles, que formaba parte de la biblioteca de mi padre. Creo que la imaginación simbólica y arquetípica del teatro calderoniano me marcó la vida”.

Y destaca sobre todo uno de los grandes temas de Calderón, que le llevó a enderezar sus pasos hacia lo que sería para el resto de sus días su gran pasión, su vocación filosófica:

“El asombro que la existencia produce, o la emergencia de ésta de la nada, o del no ser que siempre le antecede. Esa irrupción de la existencia es, quizá, el gran tema de todo el teatro calderoniano […] Este misterio insondable del surgimiento de la existencia me ha resultado siempre inescrutable; quizá en razón del mismo me he dedicado a la filosofía”.

Pero quiero traer a colación, en estos días de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor, un pasaje en el que Trías comenta una de las más bellas obras de Calderón: El Divino Orfeo.

Recordemos brevemente la historia de Orfeo y Eurídice:

“En la mitología griega, Eurídice era una ninfa de Tracia. Un día Orfeo la conoce y ambos se enamoran. El día de su boda Eurídice sufre un intento de rapto por parte de Aristeo, un pastor rival de Orfeo. Ella escapa, pero en su carrera pisa inadvertidamente una víbora que le muerde un pie y le provoca la muerte. Orfeo, desesperado, decide bajar a buscarla al inframundo. Al llegar, pide a Caronte que lo lleve en su barca hasta la otra orilla de la laguna Estigia, a lo que Caronte se niega. Orfeo comienza a tañer su lira provocando el embelesamiento del barquero, quien finalmente accede a cruzarlo al otro lado. De la misma manera convence al can Cerbero, el guardián del infierno, para que le abra las puertas de este. Ya frente al dios Hades, Orfeo suplica por su amada. Hades accede, embelesado por su lira, pero pone como condición que Orfeo no contemple el rostro de Eurídice hasta tanto ambos no hayan salido de los infiernos. Orfeo atraviesa todo el inframundo en su camino de salida, pero antes de que ella pase por la última puerta Orfeo no puede contener su impaciencia y mira hacia atrás para ver el rostro de su amada Eurídice. En ese momento ella le es arrebatada, se convierte de nuevo en sombra y él es expulsado del infierno, quedando definitivamente separado de su amada”.

Así comenta Trías la versión calderoniana de la historia:

"Aparece de pronto Eurídice bajo la forma alegórica de la Naturaleza Humana, mordida por un áspid, como la Naturaleza Humana en la escena del paraíso, y rescatada de su hundimiento por el divino Orfeo, que desciende al Hades en su búsqueda, con un arpa divina sobre sus hombros, un arpa musical que es un madero cruzado cuyas afiladas cuerdas se van clavando en sus espaldas. Es más, va descalzo y se va clavando maleza y arbustos en la planta de los pies en su descenso hacia los infiernos.

Se va llegando así hasta las puertas del Hades, y ante la puerta de éste entona su lastimera canción, una canción de amor a su esposa perdida y muerta. La canción que entona es de una gran belleza lírica y dramática:

Perdida esposa mía,
que mordida de un áspid,
del reino del Olvido
en las tinieblas yaces.
Mira lo que me debes,
pues si en desdichas tales
te pierdo como esposo,
te busco como amante.
No sólo por ti al suelo
quiso el Amor que baje,
mas por ti también quiere
que hasta el abismo pase.
Para cuyo camino
ha dispuesto que labre
instrumento, que al hombro
arrodillarme hace,
siendo cada clavija
un hierro penetrante,
cada cuerda un azote
y un golpe cada traste.
Tan llena está de abrojos
la senda que dejaste,
que al pisarla la voy
regando con mi sangre.
Mas aunque áspera sea
y el instrumento grave,
a orillas de Leteo,
por si la muevo, cante.

Orfeo –continúa escribiendo Trías–, el divino Orfeo, el Cristo que desciende a los infiernos, de este modo se llega hasta las puertas del Hades, logrando rebasar sus umbrales, matando a la misma muerte y rescatando a su amada Eurídice, que es la Naturaleza Humana".

Eugenio Trías, Calderón de la Barca, Ediciones Omega, 2001, pp. 30-32.

Creo que la genialidad cristiana de Calderón, al revisitar la historia trágica de Orfeo y Eurídice leyendo en ella una profecía del descenso de Cristo a los infiernos, nos puede ayudar y conmover en estos días de intensa oración y de contemplación del Amor de Dios manifestado en Cristo por cada uno de nosotros. ¡Dejémonos rescatar de las sombras del Hades por el divino Orfeo!


Juan Miguel Prim Goicoechea
elrostrodelresucitado@gmail.com

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