Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Cuando el tiempo de Dios llega (ENE 2012)

por Una iglesia provocativa

Cuenta Martín Descalzo que tuvo la dicha de subirse al tren en el que el papa Juan XXIII el 4 de octubre de 1962, apenas unos días antes de la inauguración del Concilio Vaticano II, peregrinó de Loreto y Asís.

Apenas un año y unos meses antes, el Papa bueno había sorprendido a toda la Iglesia convocando un concilio cuando nadie esperaba de él más que una tranquila transición dada su edad.

Que el Papa saliera de Roma era todo un acontecimiento que ilustraba lo que estaba sucediendo en aquel momento histórico, superando el aislamiento de trinchera frente a la modernidad y los miedos de una Iglesia que se había visto forzada a acabar el Concilio Vaticano I por la anexión a Italia de los Estados Pontificios.

El periodista sacerdote español narra la alegría de la gente al paso del tren, la expectación, la ilusión que se produjo ante algo tan nuevo y rompedor en esa época como que el Papa sonriera, improvisara su discurso al ser proclamado y se pusiera tan al alcance de la mano de todos.


Poco después, el 11 de octubre de 1962, daba comienzo el Concilio que ha marcado la historia reciente de la Iglesia, y en palabras de Benedicto XVI apenas hemos comenzado a asimilar.

Era un tiempo de Dios, un kairós para toda la Iglesia, en el que se producía una nueva gracia, un nuevo derramamiento del Espíritu Santo renovando todas las cosas.

Pero los kairós no se improvisan, no suceden de repente, aunque la Biblia esté llena de muchos de repente, que a veces se demoran años en suceder. Los kairós los siembra Dios en el corazón de su pueblo, y Él va suscitando esa espera, ese anhelar que siembra la tierra y allana el camino para lo que ha de venir.

Como cuando el pueblo de Israel esperaba al Mesías, y permanecía fiel a la promesa de Dios.

En aquellos tiempos, como ahora, había personas que esperaban, profetas que anunciaban y un ambiente de expectación que se podía casi palpar.

El 11 de octubre de 2012, cincuenta años después de aquel acontecimiento tan decisivo, la Iglesia se reúne nuevamente en un Sínodo sobre la Nueva Evangelización.

En estos cincuenta años ha pasado de todo en la Iglesia, y hemos asistido a una situación inédita de crisis de valores, fe, historia y cultura que ha repercutido muy negativamente en la Iglesia.

En este tiempo han surgido iniciativas, signos de esperanza, movimientos del Espíritu. Pero en los últimos años se ha llegado el desánimo, la esterilidad, el miedo, el cansancio y el agotamiento de cosas que antes funcionaban.

Y en medio de todo esto, muchos han sido los que han tratado de sembrar en la árida tierra, sin ver resultados, incluso donde antes se había sembrado con mucho fruto. Como un Resto de Israel, han sido las vírgenes que han mantenido la llama encendida, los siervos fieles que han esperado la vuelta del maestro, los exiliados que lloraban por Jerusalén en el destierro en tierra extranjera.

Y como en los tiempos antiguos, Dios no ha parado de hablar, muchas veces y de muchas maneras (Hebreos 1,1-2), por medio de sus profetas y definitivamente por medio de Jesucristo.

Como nos recordó el Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium, Dios ha seguido hablando por medio de su Iglesia y en el corazón de sus fieles:

El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,1516 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,1112; 1 Co 12,4; Ga 5,22)

 

Y de esta combinación, Iglesia y corazón de los fieles, es de lo que se trata el asunto, sin miedo a sentimentalismos baratos, sino afianzados en la espera que Dios suscita en su pueblo y orienta mediante sus legítimos pastores.

Tras muchos años hablando de frutos del Concilio, y llamando a una Nueva Evangelización, algo ha pasado en la Iglesia.

Igual que en el Evangelio de San Juan se nos dice "Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan(Jn 1,6) y ya comenzado el Concilio muchos se acordaban de este versículo el Evangelio para evocar a Juan XXIII, Dios bendice a su Iglesia a través de personas por encima de planes.

Y en este kairós, este acontecimiento que va a suceder, resuena el sentir y el querer de muchos que llevan años esperando ver frutos de renovación para la Iglesia.

Dios bendice todos esos corazones, y manda un hombre, esta vez Benedicto XVI que convoca a su Iglesia a este nuevo sínodo, en el que se libra una batalla crucial.

Y como en aquel octubre de 1962, hay un tren que coger, al que subirse, si se quiere ser parte de esta nueva ola.

Desde ese tren, montados con el Papa, se puede coger perspectiva, ver a lo largo del camino todos los cristianos que salen de su casa para saludar, llenos de alegría y contento de saber que su espera llega a su fin, porque ese kairós, ese tiempo de Dios ya llega.

No se puede ver todo esto si no se sube uno al tren, y de ahí que muchos no comprendan, o miren anhelantes a la gracia de ayer que aunque no lo quieran ver, es un tren que pasó.

Seguro que muchos se sintieron amenazados, confundidos o extrañados de que el papa saliera del Vaticano en 1962. De la misma manera se sienten muchos hoy ante la llamada a la Nueva Evangelización.

Sabemos por experiencia que el camino no será fácil, que habrá momentos de duda, de querer volver al pasado, de que la cosa parezca no salir adelante.

Les pasó a los padres conciliares, no nos va a pasar a nosotros también...

Pero si el tiempo y la iniciativa es de Dios, no hay puerta que la bloquee, ni rocas que puedan detener la corriente que ya ha empezado a fluir.

Así funciona la historia de la salvación, y así es la fidelidad de Dios para con su pueblo, que no se detiene en nuestros pecados o infidelidades, sino que los limpia y nos lleva a la perfección, que no es otra que la perfección de vivir en su Voluntad.

Para todos los que hemos estado en el Encuentro de Nueva Evangelización (ENE 2012) en Cantabria, este mover es una constatación.

Seguro que hay muchos otros que también lo constatan desde sus puntos de observación, atalayas, o torres de batalla, allá donde estén en la Iglesia.

Este mover no es propiedad ni patente de nadie, ojalá sepamos acogerlo y vivirlo en clave de gracia y fidelidad a lo que hace e inspira el Espíritu Santo en su Iglesia, aprendiendo de los demás.

Tan sencillo como subirse a un tren, con el pastor a la cabeza...

 Tan simple como leer en la propia historia, en el propio anhelo...

 Tan conmovedor como la confianza de un niño o de un anciano que se dejan llevar...


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