Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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A ver ¿por qué los jóvenes católicos tienen que perderse esto?

por Inversiones en esperanza

De vez en cuando Dios le hace a uno regalos. Casi siempre se trata de momentos especiales, “destellos del Reino”, que, lo mismo que pasaba con los milagros de Jesús, nos hacen ver la belleza y la grandeza de lo que nos espera. Y a la vez nos muestran el camino por el que debemos seguir

Anoche hubo uno de esos. Estábamos invitados a la oración de un campamento- escuela de arte cristiano, que se está desarrollando, curiosamente, a solo 25 kilómetros de casa. Yo nunca había estado, aunque conozco a sus organizadores desde hace tiempo. La novedad de este año es que mi hijo Samuel (15 años) era uno de los participantes.

Para quien le interese, debo añadir que se trata de un evento interdenominacional, organizado por personas evangélicas. Sus contenidos son los básicos de la fe que compartimos, por lo que, de no ser un experto, uno no notaría diferencias. Me refiero al tema estrictamente doctrinal.

Porque desde la perspectiva formal, amigos, ¡qué les puedo decir! Quiten, si pueden, todas las imágenes conocidas que les vengan a la cabeza de lo que es un evento de este tipo…

Desde que era un adolescente y descubrí al Señor he asistido a un número incontable de encuentros cristianos: católicos, protestante y ortodoxos. Especialmente de los destinados a los jóvenes. También me ha tocado organizar muchos y, sin embargo, hacía tiempo que no me sentía tan bien como ayer, entre las 10 y la 12 de la noche.

El evento se llama “La Industria”, y está destinado a chicos y chicas entre 15 y 25 años. Su objetivo fundamental es posibilitar la evangelización y la promoción de la fe entre los jóvenes utilizando las artes escénicas y otros medios especialmente atractivos.  Las actividades se organizan en torno a “talleres” de guitarra, sonido, danza contemporánea, canto y surf, entre otros…

Cada uno de los 8 días de su duración finaliza no con el típico fuego de campamento (aunque no haya fuego), ni con las charlas entre unos y otros, etc., etc. No. A las 10 comienza un período de alabanza y adoración, seguido de una predicación, preludio de irse directamente…¡a la cama!

A favor de la organización, debo decir que dormirse no es fácil. El lugar de encuentro se parece más a una pequeña sala de rock alternativo, que a cualquier otra cosa que ustedes puedan imaginar: un espacio reducido de unos 50 m2, cubierto completamente por telas negras: un pequeño escenario con focos de concierto, un par de guitarras eléctricas y acústicas, un batería, un teclado, y unos cuantos pies de micro con la consabida (y más bien generosa) amplificación.

Ayer dirigía la música un chaval de unos 16 años. La organización anima a que los jóvenes pierdan falsos pudores y comiencen pronto asumir responsabilidades, como la de hablar ante el público, actuar ante el público sin complejos etc.

¡Seguramente  muchos de quienes me leen se hubieran sentido raros entre saltos, manos alzadas y gritos de alabanza a Dios. ¿Un simple espectáculo? Bien podría haberlo sido, pero de verdad, nada de eso. Una hora larga de oración, largos espacios e adoración, personas arrodilladas, lágrimas en los ojos…

Dije antes que he participado en innumerables encuentros desde hace más de 30 años. Algo de experiencia he adquirido, y lo de ayer era profundamente auténtico, de verdad. Por lo menos en su mayoría. Había serenidad, hondura y fervor entre los adolescentes. Observé gestos discretos de acudir a consolar a alguien, de acercarse al que estaba un poco apartado.

Sobre todo notaba la unción del Señor en todo aquello. Y no es ciertamente fácil verla en estos tiempos que corren por el mundo y por la Iglesia.

De la predicación ¡qué puedo destacar! El texto elegido fue la parábola del sembrador, en la versión del cap. 4 de S. Marcos. El “ponente”, un  chico de unos 25 años, me encantó: todo en él respiraba naturalidad, sobre todo su lenguaje, un lenguaje que hubiera resultado perfectamente creíble en un plató de televisión, el césped de una Universidad o la entrada de un bar de copas… Pero no se confundan: he visto pocas veces hablar con más seriedad  de este fragmento del Evangelio.

Soy aficionado a la fotografía,  y, aunque ayer no tenía más instrumento que mi teléfono móvil, disfruté enormemente con la gracia de las imágenes (como decía André Malraux ¡“la juventud es una religión a la que uno acaba siempre por convertirse…”!) ¡Qué belleza! Belleza de rostros contritos, de cabelleras desplegadas por el suelo, de rodillas desnudas contra las viejas alfombras. Un kairós, ciertamente… un reflejo del amor y el poder de Dios…

Y un reto. Al final se lo comentaba al organizador de todo aquello (y también del famoso Contracorriente: para mí el mejor encuentro de jóvenes de nuestro país), John M. Hill: “Mira, el camino es este. Aquí puedes traer a cualquier persona, a cualquier chaval no creyente. Puede que le parezca un comecocos, o que no esté de acuerdo con lo que se predica, pero no dirá que es friki, ridículo o raro…”

Es, sencillamente, un modelo que funciona. Un modelo del siglo XXII, que en la Iglesia española, desgraciadamente, no tenemos aún.

Yo quiero esto para mis jóvenes. No quiero que los chicos y chicas católicos se pierdan la potencia de este lenguaje, de esta simbología, de esta comunicación lograda, de los valores eternos de Jesús.

No sé lo que pensarán ustedes, pero pienso dedicar mi vida a ello. Me di cuenta al ver a mi hijo Samuel (un “moderno” vocacional), orando por primera vez  a un Dios que era ya el suyo, no el de sus padres.

Un abrazo muy fuerte.

josuefons@gmail.com

 

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