La ceguera de Lolo (el Beato Manuel Lozano)
“Desde que pasó aquello…” Creo que uno de los momentos claves en la vida de Lolo fue el día de su ‘quedarse ciego’. Un día le preguntó Lucy, después de ‘aquello’: ¿Te ha costado mucho lo de la vista? -¡Sí; pero otras cosas me han costado más”. Y Lucy añade: Pero no me dijo qué cosas.
Yo conocí a Lolo cuando ya estaba ciego. Sin embargo puedo decir que fue la etapa de su vida de más altura: en todos los sentidos. Él había vivido superando todos los escalones. ¿Viene el reumatismo…? Aún queda un leve movimiento de las manos para seguir escribiendo con la derecha o con la izquierda. Pero llega la ceguera… ¿Y ahora? Me entusiasma contar estos detalles de su afán de superarse, de no hundirse ante nada. Primero “la falsilla”. Aquel artilugio que ideó para escribir sin ver, poniendo un papel bajo una falsilla de ‘hilos de madera’ que le indicaran el ‘tope’ de los renglones en su longitud y anchura… Y aquel día en que lo escrito no se podía ya entender (Pero Lolo ¿qué has escrito aquí?, le dijo Lucy. Y su respuesta… ¿Será esa respuesta el defecto de los santos?) ¡¡¡Contemplar ahora aquel papel emborronado…!!! Pero Lolo no se hunde: ahora comienzan nueve años que son una etapa maravillosa; además la más fecunda de sus escritos. Ahora tendrá más tiempo para dedicarse a oír, a escuchar, a ser consejero, a ser místico y pensador desde su silencio reflexivo… El vuelo de Lolo en aquellos últimos años fue de ‘altísima altura’. Acude en su auxilio la maravilla de la técnica. El magnetófono: acababa de ser inventado. El primero se lo regalan por suscripción popular (“Esos ojos que has perdido queremos ser nosotros”). Era un armatoste inmenso… Luego llegará el ‘geloso’ tan portátil y manejable ¡y con interruptor! en el mismo micrófono, para que él pueda con su levísimo movimiento de la mano, abrir o cerrar a discreción… ¡Qué años más inmensos los de la vida de Lolo en su etapa final de ciego…! Pero dejemos que sea él quien hable.
Rafael Higueras Álamo,
Postulador de la Causa
DIOS HABLA TODOS LOS DÍAS
Diario de un enfermo
LOS OJOS, SEÑOR, LOS OJOS
Manuel Lozano Garrido
Enfermos misioneros, marzo 1962, nº 58
HISTORIA MENUDA
Día 11.- Desde que pasó «aquello», hace unos cinco meses, apenas si escribo en el Diario. «Aquello» es lo de los ojos, a lo que también se junta la torpeza de la mano izquierda. Claro que no me puedo quejar, porque ahora dicto y es todo más rápido y cómodo. Sin embargo, cuando son cosas íntimas, me da vergüenza y se me sube el pavo como a un colegial. Y eso que dicen que “ojos que no ven, corazón que no siente”.
Ya tenía una iritis en el ojo derecho que, al final, se quedó en catarata. Con él no veo más que una leve, muy leve claridad. En el mes de octubre, precisamente día de Santa Teresita, una tarde, al oscurecer, empecé a notar ciertas manchas menudas. Como me quitan y me ponen las gafas, ya se sabe, en ocasiones plantan algún que otro dedo en el cristal. Como era tarde y tenía que acostarme media hora después, fui y lo dejé. Al despertar, por la mañana, lo primero que vi fue el San Francisco del cuadro, que parecía como si estuviera rodeado de nubes, y me dije: «Vaya, como es su día...»; pero sí, sí, menudo día. Estaban las manchas en el butacón, en las paredes, en la mesita y en las sábanas. Esto ya me puso la mosca sobre la oreja, porque en cuestión de limpieza de ropa mi hermana es como las cosas que dicen ahora de los detergentes, pero de verdad. Luego vino el oculista y quedamos en que la cosa era seria. Desde entonces empezamos con antibióticos, cortisona, gotas y demás zarandajas, hasta ahora. La mancha se amplió muy pronto por todo el ojo.
En pocas líneas, lo que me pasa es como ver las cosas a través de unos visillos o de un cristal esmerilado. A medida que pasan los días, se hace más opaco y denso lo vidrioso. Al principio, medio leía algo, pero ya, ni acercándomelo a los ojos. Y de las figuras apenas si distingo una chispa más que
Pienso que mi aprendizaje de ciego no va hasta ahora por muy mal camino. Creo que en este tiempo casi he perdido más que nunca. La «pega» más gorda que tengo, la de leer los periódicos y los libros. Un periodista ha de estar al tanto de
TENTACIÓN
Día 13.-Estoy a rabiar por leer una novela policíaca.
Como no puedo firmar, me he encargado una estampilla.
Vino una carta muy particular y tuve que dejarla para que luego me la leyera mi hermana.
TINIEBLAS POR DENTRO
Día 14.-Yo tenía un tío que de pequeño nos hacía funciones de «cristobitas». Se entusiasmaba tanto que un día sacó la cabeza por el escenario y siguió haciendo gestos sin enterarse. Digo esto porque tiene su moraleja. Los tres primeros días de pasarme lo de la vista, me fueron en el ánimo de maravilla. Encajé bien el golpe, tal vez porque lo presentía y fui preparándome con antelación. Lo malo pasó un día en que me llegó una carta. No hace falta pormenorizar, pero aquella carta me hirió en lo más vivo. Durante todo el día estuve pensando en una contestación de “chupa de dómine”, pero me dije: «Mira, Manolo, estás que botas, y eso no es plan. No te sulfures, que no te digo que no escribas, sino que lo hagas dentro de unos días». Y sí, lo dejé. Volví a leer la carta después y la seguí encontrando injusta, pero entonces ya me dije que no valía la pena desfogarse. Hala, pues, al cesto y que reviente el diablo.
Lo que cuenta es que lo que hizo el correo fue tirar de la manta de lo que habría de ser una serie de profundas tribulaciones. Desde entonces, como las cerezas: una detrás de otra. Se nos fue la «chacha», la tan necesaria «chacha» cuando de las dos personas de una casa, una está inútil y la otra tiene que ir a trabajar. Nos comía la prisa: por la mañana, a mediodía, por la tarde, a medianoche... Correr, correr, siempre correr. Con media hora al mediodía, aquello sí que era darme las sopas con honda. Todo resultaba bastante serio, pero lo peor era su sensación de infinito, de estrechez y de angustia. Miraba uno a lo lejos y no se veían más que tapias. Hablábamos del día siguiente y cada uno tenía una impresión como la que yo vivo cuando el reuma aprieta las costillas. Estuve mes y medio sin comulgar, porque no había tiempo ni distancia suficiente en los ayunos. Así un día, y otro, y otro, igual que un cielo inglés en invierno. Era, ¿cómo diría yo?, como un clima de personas malditas. Pero no; aunque no se veía ni con los ojos ni con el corazón, había algo que garantizaba que aquella era una prueba de fe y que había que beber franca y confiadamente su amargura. Lo que a Dios le ponía rotundamente entre nosotros era precisamente su vacío. No sé cómo explicarlo, pero si a uno le apagan la luz cuando toma el café con un amigo, siente que el otro está allí, aunque no hable en un buen rato. Me gustaría escribir con precisión lo que sigue, pero yo diría que Dios estuvo «torpe» en el manejo de los hilos; que cargó tanto las tintas, que se le fue la mano y quedó su imagen al desnudo. A ver si me entiendo: Dios no es torpe, porque tiene una inteligencia infinita, pero aquella agonía era tan grande que ya pasaba a ser casi agonía de Calvario, cáliz y casi sudor de sangre: ea, Cristo en