Una hipoteca sin dación de pago no es una hipoteca. Parte II
por Jaime Alejandro
Retomo la cuestión de los créditos personales camuflados de hipotecas. Tal y como vimos en el artículo anterior, estas hipotecas son uno más de los múltiples engaños que la banca ha perpetrado en los últimos años. Y la verdad es que la paciencia tiene un límite y los banqueros y sus empleados deberían empezar a sentir, primero, ciertos remordimientos y, segundo, cierto miedo ante la que se les puede venir encima si a la gente se le agota la paciencia.
Si en España tuviésemos un sistema jurídico más basado en la jurisprudencia que en la intervención reguladora –derecho anglosajón frente al derecho continental-, los jueces habrían determinado que una hipoteca no tiene más opción que la dación de pago. Precisamente, lo que distingue una hipoteca del crédito personal es la famosa dación de pago. Sin esta posibilidad ya no es una hipoteca y la garantía deja de serlo, al menos, para una de las partes. Así que, una serie de sentencias habría acabado por determinar que en estas “hipotecas” sin dación de pago había mala intención en el contrato –la norma en la mayor parte de los productos que la banca ha vendido en los últimos años. Es así de simple, no se puede vender un crédito personal camuflado de hipoteca lo mismo que no se puede vender vino escribiendo “cerveza” en el envase. Otra cosa será que, intervenido el mercado y el poder judicial mediante la Ley Hipotecaria, el Estado como colaborador imprescindible, haya atado de pies y manos a los jueces que difícilmente podrán dictar sentencia en función de la costumbre y estarán obligados a hacerlo en conformidad con lo que dicta esta ley perniciosa.
Por lo tanto, sin la protección del Estado que ha supuesto esta Ley Hipotecaria, los banqueros hubiesen exigido sin excepción una entrada para la compra de vivienda. ¿Tengo que recordar que los bancos, en el pico de la burbuja, concedieron hipotecas sobre el 100 % del precio tasado de la vivienda? Una entrada del 30 % del valor de la vivienda desincentivaría la entrega de la vivienda para amortizar una deuda hipotecaria, salvo que el propietario no le quedase más remedio. Y si no lo hay, el propietario se queda sin vivienda, que ya es bastante. ¿Qué la vivienda no cubre el crédito o ni siquiera ese 70 % del precio que pagó el banquero? Mala suerte, Sr. Banquero. El propietario ya ha pagado el precio de su mala decisión. La próxima vez analice usted los riesgos antes de prestar a lo loco, pero no cargue usted su incompetencia y su parte de responsabilidad sobre sus clientes.
De esta forma, el crédito inmobiliario lo hubiese regulado la cantidad de ahorro disponible. Teniendo en cuenta que es el propio Estado el que más ha castigado la acumulación de ahorro en los últimos años, por gentileza de nuestro amigo Keynes, la burbuja habría sido más bien una diminuta pompa de jabón. Y sin ahorro disponible, que no lo había, el mercado inmobiliario no se habría convertido en un foco de especulación financiera. Los bancos no hubiesen perdido la noción del riesgo y las cajas de ahorro, aún estando controladas por las Comunidades Autónomas, no se hubiesen dedicado a la promoción de vivienda para incrementar la recaudación fiscal del Estado de manera artificial.
Claro que sin burbuja inmobiliaria, los años dorados de Aznar y la primera legislatura de Zapatero habrían desvelado las carencias crónicas de un sistema productivo al que los políticos sólo han añadido trabas e ineficiencias. La burbuja inmobiliaria fue la tapadera perfecta para mantener un Estado mastodóntico sobre un sector productivo insuficiente.
Por supuesto, algunos argumentarán que en EEUU existe dación de pago en las hipotecas y sin embargo también han sufrido una burbuja inmobiliaria. El problema radica en que existen mil y una formas de intervenir el mercado. Y si no existe, no se preocupen que algún político la inventará. Así, en Estados Unidos, las hipotecas se acabaron concediendo al por mayor, sin analizar los historiales crediticios de los prestatarios y sin exigir el tradicional “down payment” –una entrada. Cualquier persona que pasaba por ventanilla, tuviese los ingresos que tuviese, se iba con la hipoteca de una mansión hollywoodiense debajo del brazo. Detrás de todo el desmán estaban dos agencias estatales disfrazadas de privadas llamadas Freddie Mac y Fannie Mae que garantizaban y avalaban todo. ¿Se acuerdan de la juerga del confeti que da título a este blog?
En conclusión, las modificaciones de la Ley Hipotecaria propuestas suponen un solo parche para una rueda plagada de agujeros. Y esto sólo es una leve muestra del enorme cúmulo de engaños que la Unión Banca-Estado ha perpetrado alevosamente durante demasiados años. La solución obviamente no vendrá del Estado, el cómplice que proporciona el combustible al incendiario –la banca. El problema se resolverá cuando el pirómano, después de haber prendido fuego al bosque y estando acorralado, se achicharre en el incendio y no venga su colega, el Estado, a rescatarlo desde un helicóptero pagado por los dueños del bosque. A fin de cuentas y en contra del dogma oficial, rescatar al pirómano no evitará en ningún caso que el bosque quede completamente calcinado.