Apologética de trinchera vs. primer anuncio
Repasando una vieja lectura, Crecimiento de la vida en el Espíritu, de Chus Villaroel, acabo de tropezar por pura casualidad en el adagio latino “quod nimis probat, nihil probat” que significa “lo que prueba demasiado, no prueba nada”.
La frase viene al pelo de algo que últimamente estoy pensando sobre el peligro que tenemos de confundir la evangelización con la apologética, pues aunque puedan parecer primas hermanas, son dos realidades diferentes por más que una inspire a la otra.
La preocupación surge al contemplar cómo una gran parte de las energías de la práctica eclesial y periodística se concentran en argumentar y dar razones de nuestra fe, soslayando de alguna manera el anuncio de las mismas.
No es que haya nada malo en argumentar, enseñar, razonar e incluso discutir las verdades de la fe. El problema es que eso no convierte, por la sencilla razón de que el anuncio cristiano es mucho más que presentar un sistema religioso, su revelación o su práctica.
El anuncio cristiano consiste en presentar la persona de Jesucristo, de manera que la persona pueda tener un encuentro personal y dar una respuesta de adhesión al Hijo del Hombre “que me amó y se entregó por mi” (Gal 2,20). Este anuncio lo hace la Iglesia y se hace desde ella, en la persona de sus miembros, representados por una comunidad de creyentes, en el marco de la misión encomendada a ésta por el mismo Jesús.
Reconocer a Jesucristo, es conocerlo en su Iglesia y responder al anuncio que ésta hace para proclamar que Él es Señor, lo cual sólo se puede hacer por inspiración del Espíritu Santo, como nos dice San Pablo en 1 Cor 12,3.
El anuncio cristiano es mucho más pues que exponer verdades de fe, dar testimonio de vida, mostrar la realidad de la Iglesia…todo eso está bien, son piezas necesarias del puzle del anuncio, que tiene mucho más que ver con un acompañamiento o camino que se hace con el alejado, que con técnicas de marketing , comunicación o persuasión.
Cada vez estoy más convencido de que no hay atajos en el tema del anuncio, ni soluciones fáciles rápidas…hace falta discipular, acompañar, trabajar creando un ambiente con las condiciones necesarias…y para eso hay que saber tener paciencia e ir paso a paso.
Es decir, ser gradual tomando cada cosa a su tiempo, sin confundir la lección final con la primera, sin ponernos nerviosos porque el puzle esté incompleto.
Ser gradual es comprender la dinámica del alejado, saber que al anuncio sigue el catecumenado y al catecumenado sigue la vida sacramental, y no mezclar todo pretendiendo convertir a la gente mediante una misa o una vigilia de adoración.
Ser gradual es saber poner la intensidad justa y adecuada a cada paso del camino, sin perder un gramo de verdad por ello, pero con sabiduría y pedagogía.
¿Les suena todo esto al diálogo normal que tenemos con los alejados?
A mi me parece que más bien es lo contrario. Lo queremos todo, y lo queremos ya. Por eso invitamos a misa, argumentamos, discutimos…con gente no convertida…y en el camino nos olvidamos de que el cristianismo empieza por Jesucristo y su persona, no por nuestros argumentos, ni por nuestra práctica religiosa, por verdaderas que sean.
San Pablo se preguntaba:
“Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ” (Romanos 10, 1415)
La sensación creciente es que pretendemos que los ateos invoquen a Dios sin haber creído, y que crean sin que Jesucristo les haya sido anunciado…y encima que muchas veces no actuamos como enviados de la Iglesia para hacer este anuncio, ya sea por dejación de nuestro deber, o por ser demasiado “creativos” y pretender hacer este encargo por cuenta propia cuando sólo tiene sentido como Misión recibida.
En mi trabajo en temas de primer anuncio constato muy a menudo cómo la gente de Iglesia se siente desconcertada cuando se da una charla a los alejados sobre la persona de Jesucristo sin hablarles del final de la historia, limitándose al primer anuncio, el inicial ven y sígueme, sin tener que agotar en ese momento inicial todo lo que Jesús tiene que decir.
En el fondo lo que pasa es lo del adagio, matamos moscas a cañonazos, damos más argumentos de los que la persona puede procesar de una vez…y a fuerza de insistir, a fuerza de tanta intensidad, no nos comprenden, lo cual nos deja perplejos porque el argumento es verdadero…
Y así el anuncio cristiano se convierte en apologética de trinchera, un estar a la defensiva y pretender que por argumentar correcta y contundentemente la gente va a conocer la verdad…pero todavía no he conocido a nadie que se haya convertido así.
Y si no que se lo digan a San Agustín y San Ambrosio, que su tiempo se pasaron hasta que el segundo, más sabio y más anciano que el primero, hizo mella en su corazón con todas las respuestas que encontró el de Hipona en sus sermones.
Volviendo a la frase del comienzo, ojalá no nos pase que a fuerza de argumentar con verdad hasta la extenuación, consigamos el efecto contrario al deseado: que la gente no nos entienda, ni nos perciba adecuadamente por la simple razón de argumentar el paso dos, sin haber dado el paso uno.
¿Sencillo? Supongo que sí pero, ¡caray con lo complicado que a veces resulta conseguir que los cristianos asimilen esto!..