Lo que no se escribe sobre Richard Cohen
Reconocerán los más acérrimos detractores de Richard Cohen que pocas personas tienen la capacidad de suscitar el odio y la admiración de tanta gente a la vez.
Como un auténtico signo de contradicción de los postulados establecidos como dogmas por esta sociedad, la presencia de alguien como Cohen es incómoda para propios y extraños.
Aquellos que se sienten ofendidos por sus afirmaciones obviamente las critican y van más allá persiguiéndole mediáticamente con total desparpajo para así demostrar que las reglas de la tolerancia sólo se aplican a quienes piensan como ellos.
Pero, ¿qué hay de quienes estando de acuerdo con él prefieren evitar el lío y la incomodidad de estar a su lado?
Reconozcámoslo, es mucho más fácil callar, no escribir un post a su favor, no aparecer en público con él, así como preferir que otro le ceda un espacio y un micrófono para así no enfadar ni contrariar a nadie.
En los días pasados hemos asistido al triste espectáculo de la censura y el temor reverencial que inspira a tantos a cerrar puertas de instituciones que por su índole debieran estar abiertas de par en par.
Asistir el martes a su presentación fue para mi un toda una lección, pues lo vivido en el salón de actos del CEU fue tan patentemente hermoso que difícilmente se puede reflejar por escrito ya que había que estar allí.
No se trataba de imponer ideas a nadie, ni de hacer discursos académicos o teóricos. Se trataba de personas, y por eso este genial estadounidense fue capaz de entablar un diálogo con todos los presentes en la sala que a mi personalmente me dejó con un sabor de boca muy de Dios.
De alguna manera todos los presentes nos sentimos privilegiados de encontrarnos en un espacio difícil de encontrar en esta sociedad, donde como subrayó Alex del Rosal pudo haber un diálogo franco y sincero entre personas muy encontradas en estos temas.
Y esto, en el mundo en que vivimos, vale oro, pues al final vivimos la mayor de las dictaduras que no es otra que la de lo políticamente correcto y lo socialmente aceptable, sin importar si en el camino nos dejamos valores de verdad, congruencia y honestidad.
Lo que más me ha gustado de Richard Cohen es poder intuir en él la persona de un cristiano que no se deja arredrar por nada, que ha elegido una vida muy difícil e incómoda, pero que a la vez es tremendamente consciente de la responsabilidad que tiene para con los demás porque vive su labor la vocación de Dios que es.
Me contaba en un rato que pudimos compartir ayer cómo tenía detrás toda una comunidad de gente orando por cada acto público que realizaba, y se sentía necesitado de esa oración y el apoyo que recibe de un círculo de hermanos cristianos con los que comparte sus esperanzas y sinsabores.
Desde luego si prescindiéramos de las opiniones de cada cual y juzgáramos a una persona por sus hechos, sus gestos y sus actitudes, Richard Cohen gozaría de la estima y el reconocimiento que tantos le niegan de una manera tan visceral.
Ojalá todos tuviéramos esa mezcla de quijote y profeta que nos llevara a luchar contra viento y marea por la Verdad de la que somos meros depositarios, y acerca de la cual tendremos que rendir cuentas algún día ante el Señor de la casa.
Lo que no se escribe de Cohen es que es una persona humilde, cercana, cordial y dispuesta a jugársela por las personas; que cree en Dios y habla desde el amor incondicional a todos. Mil gestos lo avalan, así como la incomodidad de jugársela todos los días por los demás.
Y mil mentiras, no hacen una verdad, por más que se quiera amordazarla, intimidarla o desprestigiarla.
Ojalá aprendiéramos todos a ser un poquito más como Cohen para así construir un mundo mejor…